Un momento después de que Donald Trump finalizó su discurso inaugural desde la explanada del Capitolio en enero de 2017, el ex presidente George W. Bush se dio vuelta y dijo al oído de la candidata que había perdido esa elección, Hillary Clinton: “Bueno, eso fue una mierda extraña”. La anécdota fue recordada por Ryan Lizza, uno de los analistas más destacados de Washington, en su columna de la revista Politico. También fue mencionada antes en dos libros de periodistas destacados. Una conclusión que es muy probable se les haya cruzado a muchos después de ver el reality show montado por el Partido Republicano en esta inusual temporada de convenciones del 2020 atravesada por la pandemia.
Una semana antes, los demócratas habían montado una convención virtual insulsa en la que se suponía que la estrella iba a ser Kamala Harris, la compañera de fórmula de Joe Biden, pero que terminó opacada por Michelle Obama, que hubiera sido una candidata a vice mucho más poderosa. Y a pesar del esfuerzo de uno y otro partido, las encuestas están marcando que ninguno de los eventos movió el amperímetro de las preferencias. Biden va ganando por entre cuatro y diez puntos de ventaja, pero todavía puede perder por el cálculo matemático del sistema indirecto del colegio electoral. Una copia de lo que sucedía hace cuatro años a esta altura de la campaña.
Rompiendo con todas las reglas que indican no usar la sede del gobierno federal para actos de campaña, Donald Trump dio un discurso de 70 minutos en el jardín sur de la Casa Blanca, frente a unos 1.000 invitados que no cuidaron la distancia social ni usaron máscaras para evitar los contagios. El presidente tergiversó repetidamente su propio historial sobre el coronavirus, parte de un intento más amplio de minimizar sus lapsus en el cargo y de dirigir la atención hacia su oponente. Trump acusó a Biden, y a los demócratas en general, de no tener una posición firme contra los manifestantes que provocaron disturbios en las calles de las principales ciudades estadounidenses durante las protestas contra el racismo y la violencia policial. También los acusó de querer reemplazar el capitalismo estadounidense por un sistema económico socialista. Y se presentó a sí mismo como el defensor de los valores tradicionales americanos y aliado inflexible de la policía.
“Su voto decidirá si protegemos a los estadounidenses respetuosos de la ley o si damos rienda suelta a los anarquistas, agitadores y criminales violentos que amenazan a nuestros ciudadanos”, lanzó Trump, de pie en un escenario enmarcado por el augusto fondo de la Casa Blanca. “Esta elección decidirá si vamos a defender el modo de vida americano, o si permitimos que un movimiento radical lo desmantele y destruya completamente. Y eso, les aseguro, no sucederá”. De inmediato, todo desembocó en una gran finale con fuegos artificiales lanzados desde el obelisco washingtoniano, aria de ópera cantada desde el balcón romano y el público riéndose y abrazándose con una alegría poco propicia ante la muerte de 180.000 personas por una pandemia que sigue arrasando al país.
De esta manera terminaban cuatro noches de una convención híbrida, entre lo virtual y lo presencial, en la que orador tras orador insistieron en suavizar la imagen de Trump asegurando que no es ni racista o sexista, y que se trata de una persona de empatía y buen carácter. Lo reafirmaron casi todos los integrantes de la familia presidencial que no se privaron de dar su discurso. Y el vicepresidente Mike Pence, habló de Trump como “un líder de carácter `churchilliano´ por su accionar en los momentos más difíciles”. Todo, con la intención de persuadir a la mayoría de los votantes que creen que el presidente manejó muy mal la crisis del coronavirus. Con pocas excepciones, casi todos los oradores que mencionaron el virus eludieron la escala de su devastación y lo que es probable que sea una recuperación lenta y dolorosa de la economía.
“Todo estuvo puesto en edulcorar la imagen de Trump que venía muy golpeado en las últimas semanas por su posicionamiento como `el rey de la ley y el orden que combate a los anarquistas que incendian ciudades´. No sé si lo lograron. Algunos demócratas se mostraron un poco nerviosos, pero todo fue tan exagerado que no creo que haya convencido a ningún indeciso”. De hecho, las encuestas no marcan modificaciones como las que eran tradicionales tras las convenciones. Entre 1948 y 1992, el promedio de oscilación había sido de un 3% a favor del candidato que en ese momento mostraban las cámaras de televisión. En el caso de Jimmy Carter, la convención demócrata de 1976 le dio un impulso ganador de 12% de intención de voto entre los indecisos. Pareciera ser ya un fenómeno del pasado. En esta Era de los Extremos marcada por la grieta política y social, las posiciones están tomadas de antemano.
Lo sucedido en la última semana también marcó el divorcio entre los militantes tradicionales del Partido Republicano y la impronta trumpista que parece haberse apoderado de esa estructura política. Los moderados de la derecha no estuvieron en ningún momento de la convención. No fueron invitados ni el ex presidente Bush hijo ni el ex candidato Mitt Romney. Los analistas de Washington coinciden en que la plataforma de los republicanos este año “esta definida por la figura de Trump” más que por propuestas concretas. En sus discursos, el representante de Florida Matt Gaetz lo describió como “un constructor, un visionario”, mientras que el gurú de la derecha, Charlie Kirk, lo llamó “el guardaespaldas de la civilización occidental”. Y el marco de este intento de reconstrucción de imagen fue definido por su propia familia. Hablaron los cuatro hijos, un yerno y su mujer. Ivanka Trump, que es una de las principales asesoras del presidente, hizo una entrada triunfal para dar su discurso con la canción “I’m Still Standing” de Elton John, a pesar de que el artista había dicho que se oponía firmemente a que utilicen su trabajo para la campaña republicana. Ese gesto de “la hija presidencial” fue la esencia de su mensaje.
“Soy un republicano de toda la vida, pero eso queda en segundo lugar ante mi responsabilidad con mi país”, dijo John Kasich, ex gobernador de Ohio, quien se unió a otros ex legisladores conservadores para cambiar de bando y solicitar el voto por Joe Biden. “Por eso he escogido aparecer en esta Convención (la demócrata). En tiempos normales, algo como esto probablemente nunca debería ocurrir, pero estos no son tiempos normales. Estoy seguro que hay republicanos e independientes que no pueden imaginarse dar el salto y apoyar a un demócrata. Temen que Joe dé un giro brusco a la izquierda y les deje atrás. No creo eso porque conozco el tipo de persona. Es razonable, fiel, respetuoso”, apuntó Kasich. Lo acompañaron en su posición las ex congresistas republicanas Meg Whitman y Susan Molinari, y la exgobernadora de Nueva Jersey, Christine Todd Whitman, quienes insistieron en que Trump es la opción equivocada al criticar su incapacidad para unir al país en un momento de crisis.
Los demócratas tampoco hicieron una convención muy destacada. Fue bastante aburrida y sin mayor esencia. No se esforzaron lo suficiente por destacar la figura de Kamala Harris como la mujer negra, más joven, que viene a apuntalar con dinamismo la experiencia de Biden. Y al ser totalmente virtual, perdieron la oportunidad de mejorar las posibilidades del candidato en estados que todavía se pueden volcar a uno u otro lado. La idea original era llevar la convención a Milwaukee con la intención de recuperar Wisconsin, un estado que en las presidenciales suele votar por los demócratas, pero que en 2016 terminó ganando Trump y selló la suerte de Hillary Clinton. En los próximos dos meses, Biden tendrá que decidir si mantiene esta campaña de cuarentena que por ahora tiene un moderado éxito o si sale a tener “un baño de multitudes” arriesgándose a provocar un contagio masivo de coronavirus.
Todo esto, mientras el resto del país transitaba por otras vías. El huracán que volvió a inundar Louisiana; la conmoción por el arresto del adolescente Kyle Rittenhouse, de 17 años, acusado de matar a dos manifestantes que protestaban por los disparos de un policía al afroamericano Jacob Blacke en Kenosha, Wisconsin; los basquetbolistas de la NBA negándose a jugar por la brutalidad policial contra los negros; la pandemia que no cesa y mata estadounidenses a razón de uno por minuto. Las convenciones pasaron sin pena ni gloria por estos pasillos de la realidad y el 3 de noviembre, el día de la votación, parece tan lejano como la galaxia EGS-zs8-1.