Ghislaine Maxwell tenía dos obsesiones cuando fue ingresada a prisión el pasado 2 de julio luego de que el FBI la descubriera en una mansión que funcionaba como su escondite en Bedford, New Hamspshire. La primera de ellas era poder salir bajo fianza. No se lo permitieron. La segunda es nueva: un desesperado intento de impedir que los documentos más comprometedores salgan a la luz. Se trata de pruebas que están en poder de los fiscales y los investigadores y que podrían conducir a una condena segura de la mujer que supo estar al lado de Jeffrey Epstein cuando éste se dedicaba a abusar de menores de edad en sus propiedades de Nueva York, Miami o Islas Vírgenes.
Los abogados de Maxwell, de 58 años, instaron a la corte de Manhattan a prohibir que material sensible se filtre a los medios de comunicación y que salgan a la luz en internet. “La información confidencial destacada contiene imágenes, videos u otras representaciones de individuos desnudos, parcialmente desnudos o sexualizados”, indica el documento presentado por los letrados. Quien fuera pareja del multimillonario muerto en su celda el pasado 10 de agosto no desea que la información sea “difundida, transmitida o copiada de otra manera”.
De acuerdo al diario inglés The Times, quien aparecería en ese material sexual sería la propia Maxwell junto a otros menores. Los abogados pretenden que las imágenes no sean usadas ni por los fiscales ni por los testigos hasta iniciado el juicio, dentro de un año. El FBI encontró fotografías de menores desnudas y un libro de contactos que resultaría de gran aporte como prueba para las pericias.
Entre los argumentos esgrimidos por la defensa, creen que de hacerse públicos esos registros podría influir sobre el jurado que deberá formarse en un año, además de incidir sobre los testigos que vayan a participar tanto del juicio penal como civil. “Se cree que los documentos podrían revelar detalles sobre la vida sexual de Maxwell, junto a su relación con figuras poderosas que también han sido acusadas de estar involucradas en el abuso de Epstein”, señaló el periódico.
La causa contra Maxwell
Ghislaine Maxwell está acusada de “reclutar, preparar y finalmente abusar” de varias niñas menores de edad entre 1994 y 1997. No sólo para su placer, sino también para el de su por entonces novio, Jeffrey Epstein y otras figuras de renombre, como el príncipe Andrew de Inglaterra, cuyo involucramiento en el escándalo provocó una profunda crisis en Buckingham.
Epstein, difunto financista estadounidense y novio de Maxwell, fue arrestado e inculpado de tráfico sexual de menores de edad en julio de 2019. Se declaró inocente y se suicidó un mes después en la cárcel, donde aguardaba su juicio.
Los fiscales creen que Maxwell se hacía amiga de las menores con compras y viajes, y las convencía para que le dieran masajes a Epstein, quien luego abusaba de ellas. Los fiscales afirman que la mujer -hija de un magnate de los medios- participó en algunos de los abusos, que ocurrieron en Londres y en las propiedades de Epstein en Manhattan, Palm Beach y Nuevo México. Alegan que ella “persuadió, indujo, incitó y coaccionó” a las víctimas a viajar dentro de Estados Unidos y en el extranjero con el propósito de actos sexuales ilegales.
Quién es la misteriosa mujer
¿Cuál era la relación de Ghislaine con Jeffrey Epstein? Novia, mejor amiga, administradora de su hogar, empleada, madama, encubridora, cómplice. A lo largo de casi dos décadas Ghislaine Maxwell ocupó cada uno de esos lugares en la vida del financista, muchas veces simultáneamente.
El magnate en algunas de sus apariciones públicas se refirió a ella como la “principal de mis novias” y como “mi mejor amiga”. Personas que los frecuentaron afirman que la relación amorosa duró sólo unos años, pero que luego permanecieron trabajando juntos y como amigos.
Ghislaine nació en 1953. Fue a los colegios más exclusivos de Inglaterra, luego a Oxford. Vivía en una mansión de 53 habitaciones. Tuvo puestos empresariales desde muy joven. Su padre era otra magnate, Robert Maxwell. Empresario, dueño de medios de comunicación, apareció muerto en el mar en 1990. El barco en el que navegaba fue bautizado en honor a su hija: Lady Ghislaine. Tras la muerte del padre llegaron las especulaciones. La primera de las muertes cubiertas de dudas en la vida de Ghislaine.
Muerte natural, suicidio, asesinato. Ella durante años sostuvo que a su padre lo habían matado. Pero tras el fallecimiento no pudo ocupar su lugar en las empresas ni vivir de rentas. Se descubrió que Robert tenía deudas gigantescas y que había montado un fraude colosal. Las deudas ascendían a varios cientos de millones de dólares. El imperio se desmoronó como un castillo de naipes. Ghislaine debía empezar de nuevo.
Se mudó a Estados Unidos. Sólo le había quedado un fideicomiso que Robert Maxwell había dejado en su nombre que le proporcionaba 100 mil dólares al año. Una cifra para nada exigua para alguien normal, pero que no le bastaba para desarrollar la vida repleta de lujos y comodidades a las que estaba acostumbrada. Alguna de las relaciones de su vida pasada le consiguió un trabajo en el sector inmobiliario de Nueva York. Pero unos meses después, de nuevo, no necesitó trabajar. Conoció a Jeffrey Epstein y, otra vez, no tuvo que preocuparse por nada material: su casa volvería a parecer en la tapa de la Architectural Digest.
Se desconoce la verdadera naturaleza de la relación que los unió. Se supone que a lo largo de los años pasó por varios estadios. De lo que no quedan dudas es que, de una manera u otra, permanecieron juntos desde que se conocieron a principios de la década del 90 hasta 2008, meses después que salieron a la luz las acusaciones contra el millonario y su detención.
A lo largo de ese tiempo la residencia oficial de Ghislaine quedaba en Nueva York. Era una hermosa casa de cinco plantas que compró una sociedad desconocida pero que tenía su domicilio en las oficinas de Epstein. La casa quedaba a diez cuadras de la mansión de Epstein. Costó 5 millones de dólares. Y nadie tuvo la menor duda que Epstein fue quien puso el dinero.
Después de la condena de Epstein en 2008, Ghislaine siguió apareciendo en eventos exclusivos. Bajó el perfil, la frecuencia de sus apariciones no era similar, pero su reclusión no fue inmediata. Lanzó una fundación para el cuidado de los océanos, fue oradora en charlas TED, asistió a entregas de premios del brazo de Elon Musk, concurrió al casamiento de Chelsea Clinton, la hija de Bill y Hillary. Recién se esfumó cuando la suerte de Epstein cambió.
En su momento, los dos integrantes obtuvieron beneficios de la relación. Ella pudo recuperar su nivel de vida, olvidarse de trabajar, el dinero dejó de ser una preocupación y una vez más sería invitada de honor en los grandes eventos sociales. Jeffrey Epstein obtenía con ella algo que a él le faltaba: clase. Algo de la exuberancia social de Ghislaine se transmitió a su personalidad y empezó a dejarse ver en fiestas y reuniones; grandes ocasiones de cerrar negocios. Ella le dio acceso a figuras a las que él no hubiera podido acceder como celebridades, la nobleza y realeza británica o primeros mandatarios como Bill Clinton; antiguos contactos de su vida como hija de Robert Maxwell.
Su amistad con el Príncipe Andrés acercó al Principito al mundo Epstein y a sus adolescentes abusadas. Cuando estalló el escándalo y una joven acusó a Gheslaine de entregarla al royal británico, que tuvo en varias ocasiones relaciones sexuales con la chica que en ese tiempo tenía 16 o 17 años, Andrés dio una entrevista en la televisión inglesa en la que pretendió limpiar su imagen. Pero todo salió mal y nadie le creyó. Como último recurso de defensa antes de renunciar a la vida pública (lo que debió hacer poco después), Andrés le pidió a su vieja amiga que saliera en los medios exculpándolo. Ghislaine no atendió a la súplica y privilegió no exponerse y empeorar su situación.
Mientras que Epstein se vestía descuidadamente y tenía siempre gesto hosco, ella era extrovertida, elegante, llamativa y con el don de la sociabilidad. Hacían un buen tándem para conseguir lo que deseaban.
Las víctimas de Epstein describen situaciones similares y ya sea en Nueva York, Palm Beach, las Islas Vírgenes o una abrumadora casa campestre de Les Wexner, quien las instaba a satisfacer los deseos sexuales de Epstein era Gheslaine. Ella las elegía, las reclutaba, les indicaba qué hacer y, muchas, veces, participaba del abuso. También era Maxwell la que las entregaba a los poderosos e influyentes por orden de Epstein.
Y quiénes se quejaban o querían alejarse del mundo Epstein o, peor aún, se animaban a denunciar los abusos y violaciones, debían soportar la furia y amenazas de Ghislaine. Las perseguía, las acosaba telefónicamente, les recordaba que ella se iba a encargar de que su vida se convirtiera en un infierno.
A una adolescente sueca de 15 años que no quería acceder a sus pedidos no le permitió irse de la isla privada de Epstein en Islas Vírgenes y le retuvo el pasaporte para que no pudiera volver a su país. Los testimonios de las víctimas coinciden en establecer que Ghislaine Maxweel era quien se encargaba de la coordinación para que Epstein tuviera sus dos o tres masajes sexuales diarios brindados, en la mayoría de los casos, por menores.
Una de ellas, Virginia Roberts Giuffre declaró: “Apenas entrabas, Ghislaine iniciaba el entrenamiento. Te decía cómo actuar, cómo ser discreta, cómo permanecer en silencio, qué cosas le gustaban sexualmente a Jeffrey, cómo satisfacer a los invitados, cómo servir a los hombres que ella nos indicaba”. Roberts Giuffre narró cómo ella la reclutó mientras era recepcionista de un lugar de lujo de Donald Trump. Le prometió educación, viajes, un buen salario. “En la primera sesión de masajes con Epstein, fue Ghislaine Maxwell la que me indicó que me quitara toda la ropa y me mostró cómo debía practicarle sexo oral a Jeffrey. Yo tenía 16 años”.
Será sólo uno de los tantos relatos que se escucharán cuando el juicio contra Maxwell comience dentro de un año. Se filtren o no fotos o videos sexuales de la ex poderosa mujer.
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