Los Estados Unidos habían empezado a recuperar el optimismo a mediados de mayo. Luego de registrar el 21 de abril un récord de 2.749 muertes por Covid-19 en 24 horas, y más de 39.000 contagios en una jornada tres días más tarde, ambas curvas empezaron a descender de manera sostenida.
El 10 de junio, el promedio semanal de nuevos casos diarios cayó a 21.317, casi un 50% menos que en su punto máximo. En ese momento, la media de decesos estaba en 834, la tercera parte de lo que había llegado a ser. Lo peor de la pandemia parecía superado.
Es difícil encontrar un mejor indicador de optimismo en los Estados Unidos que las cotizaciones de Wall Street. Los supuestos en los que se basan los inversores para tener confianza en el futuro pueden ser extremadamente endebles, pero no hay dudas de que son un buen parámetro del humor de los agentes económicos. El índice Dow Jones, que se había desplomado 36% entre el 21 de febrero y el 23 de marzo, tras comprobar que el país no se iba a salvar de la pandemia, subió 19% entre el 13 de mayo y el 8 de junio.
Es que también parecía quedar atrás lo peor de la crisis económica. El desempleo, que entre febrero y abril había trepado de 3,5% a 14,7% –el mayor salto de la historia–, bajó en mayo a 13,3% y en junio a 11,1%, de la mano de la reapertura de la mayoría de los estados.
Sin embargo, el coronavirus demostró ser un hueso duro de roer. El 10 de junio comenzó un alza en las infecciones que dejó chico al pico anterior: este viernes se superaron por primera vez los 70.000 casos en 24 horas. Es cierto que el promedio semanal de muertes por Covid-19 se mantiene por debajo de las 700 diarias, pero retomó la senda alcista en los últimos días y todo indica que va a seguir subiendo en las próximas semanas, aunque no está claro cuánto.
No sorprende que con estos números haya regresado el pesimismo. Entre el 8 de junio y el 10 de julio el Dow Jones retrocedió 5%, y muchos de los estados que habían relajado las restricciones sociales decidieron restablecerlas. Aún es temprano para anticipar el alcance de esta nueva escalada, pero son cada vez más sólidas las evidencias de que la pandemia está lejos de terminar.
¿Una segunda ola?
La interpretación inicial que se hizo de este repunte en las infecciones es que los Estados Unidos estaban entrando en la tan anticipada “segunda ola” de la pandemia. No obstante, el concepto es incorrecto, porque supondría que el virus se fue por un tiempo y luego regresó a los mismos lugares en los que había impactado al comienzo. No es lo que está pasando.
“Yo no llamaría a esto una segunda ola. Creo que esto es una continuación de la primera. Nunca tuvimos esa interrupción de las infecciones como se vio con la pandemia de gripe de 1918 o en la de 2009. Pero ciertamente estamos viendo un aumento en el número de casos en varios estados”, explicó Sonja A. Rasmussen, profesora de los Departamentos de Pediatría y Epidemiología de la Universidad de Florida, consultada por Infobae.
Si se mira el mapa que muestra la distribución del total de personas fallecidas por Covid-19 se ve que hay un foco rojo muy claro en el nordeste, que tiene a Nueva York en el centro, con más de 32.300 muertes. Alrededor están Nueva Jersey, con 15.500 –1.730 por millón de habitantes, máximo nacional–; Connecticut, con 4.300 –1.210 por millón, tercero después de Nueva York–; y Massachusetts, con 8.200 –1.190 por millón, el cuarto más alto–.
Muy distinto es el mapa que muestra el número de nuevas infecciones por estado, donde el nordeste aparece apagado. Es que Nueva York, que el 10 de abril superaba los 10.000 contagios por día (promedio semanal), se mantiene desde mediados de junio por debajo de los 1.000. Los decesos, que habían llegado a 920 por día, descendieron a una media semanal de 26 este viernes.
Nueva Jersey pasó en el mismo período de más de 3.500 infecciones cada 24 horas a poco más de 300, y de 315 muertes a 46. Massachusetts, de 2.475 contagios a 212, y de 172 decesos a 21. Connecticut, de 1.102 casos a 82, y de 104 víctimas fatales a solo dos. Illinois, pasó de 2.335 a 861, y de 116 a 19. Y Michigan, de 1.759 a 501, y de 129 a diez.
“Al principio, la epidemia se centró en Nueva York y Nueva Jersey, y California se salvó en gran medida. Esta vez vemos enormes aumentos en Texas y Florida, lo que nos dice que el verano y el clima cálido no nos van a proteger del virus como algunos esperaban”, dijo a Infobae Travis Porco, profesor de la División de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de California en San Francisco (UCSF).
Los focos en el segundo mapa están en la costa oeste, con California; en el sur, con Texas; y en el sudeste, con Florida. Son los tres estados más poblados del país, pero ninguno había registrado demasiada circulación viral meses atrás. Por eso, más que una segunda ola, hay una continuidad de la primera, que termina de avanzar con fuerza en donde antes no había podido penetrar del todo.
“Esta fase es más difusa, se extiende por el sur y suroeste del país e involucra a muchísimos jóvenes. En el oeste, desde California hasta Washington, el brote es predominantemente en las poblaciones latinas: trabajadores esenciales, que viven en hogares densamente habitados, que tienen que salir a trabajar todos los días”, indicó George Rutherford, profesor de epidemiología y bioestadística de la UCFS, en diálogo con Infobae.
El estado más afectado es Florida, que mientras Nueva York superaba los 10.000 contagios diarios apenas sobrepasaba los 1.000, pero llegó esta semana a 9.365. California, que recién a fines de mayo pasó los 2.000 por día, ya está casi en 8.000. Texas, que hace un mes promediaba 1.714 cada 24 horas, se está acercando ahora a los 9.000.
La misma tendencia se está viendo en otros estados del sur, tanto del oeste como del este, aunque las cifras no impactan tanto porque tienen menos habitantes. Pero Arizona saltó en poco más de un mes de 460 casos por día a 3.500; Georgia, de 727 a 2.960; Carolina del Norte, de 704 a 1.560; Carolina del Sur, de 214 a 1.500; Louisiana, de 363 a 1.620; Tennessee, de 397 a 1.540; y Alabama, de 448 a 1.230.
“En estas áreas continuaba la transmisión de Covid-19 en el momento en que los estados se abrieron —dijo Rasmussen—. A medida que las personas comenzaron a estar en contacto unas con otras nuevamente, sin distanciamiento social y sin usar cobertores faciales, el virus fue capaz de propagarse rápidamente”.
La ola llegó más tarde a estos estados porque cuando decretaron la cancelación de eventos masivos y el cierre de ciertos comercios, y pidieron a los ciudadanos que se queden en sus casas, el coronavirus no había circulado demasiado. Nueva York impuso medidas similares con pocos días de diferencia a mediados de marzo, pero ya era tarde. A nadie debiera llamarle la atención que el epicentro del capitalismo global estuviera recibiendo a miles de personas contagiadas desde mucho tiempo antes.
Pero así como Nueva York no sufrió ningún rebrote tras comenzar el proceso de reapertura, en California, Texas, Florida y Arizona, entre otros, los casos se dispararon poco después de que se terminara el confinamiento. Los cuatro tuvieron que volver a imponer muchas de las medidas que habían levantado. El ejemplo más penoso es el de Greg Abbott, el gobernador republicano de Texas, que tras oponerse firmemente a la obligatoriedad del uso de tapabocas, dio marcha atrás y lo dispuso la semana pasada a través de una orden ejecutiva.
“Hemos tenido mucho activismo en contra de los esfuerzos para controlar la enfermedad —dijo Porco—. Hay mucha gente en contra del distanciamiento social, de las órdenes de permanecer en casa e incluso del uso de máscaras. En California tuvimos dirigentes empresariales que amenazaron con trasladar sus fábricas fuera del estado si no se les permitía reabrir. Estos factores han contribuido sin duda a la situación actual, en la que el coronavirus nos está derrotando”.
Si se imponen a tiempo, las cuarentenas pueden ser muy efectivas para posponer el contagio generalizado, pero no para hacerlo desaparecer. Porque una vez que se relajan las restricciones –por decisión de los gobiernos, o porque los ciudadanos deciden que ya fue suficiente–, el virus empieza a circular y a contagiar.
La única fórmula para impedirlo parece ser la combinación de una altísima disciplina social con un trabajo muy sofisticado de rastreo, testeo y aislamiento de casos sospechosos por parte del estado. Algo realizable en países y en regiones chicas –sobran los ejemplos, desde Uruguay hasta Noruega–, pero muy difícil en naciones grandes y muy pobladas que no sean Alemania.
“Si no se toman medidas para controlar la propagación, el virus infectará a un gran porcentaje de la población, ya que se propaga fácilmente y es nuevo, por lo que no tenemos ninguna exposición previa o inmunidad. Si podemos llegar a un punto en el que las personas usen máscaras de manera consistente y correcta, y practiquen activamente el distanciamiento social y eviten las actividades de riesgo, entonces podremos prevenir grandes brotes. Esto no significa necesariamente cerrar todo durante un largo período de tiempo, pero sí significa ser muy cautelosos a la hora de abrir nuevos negocios y actividades, y vigilar cuidadosamente el efecto de esa apertura en el nivel de los casos”, dijo a Infobae Cindy Prins, profesora de epidemiología de la Universidad de Florida.
De los contagios a las muertes
Hasta ahora, la gran diferencia entre el brote que afectó al nordeste entre marzo y abril, y el que comenzó el mes pasado en el sur, es que a pesar de que se registran incluso más casos por día que antes, están muriendo muchas personas menos. En abril, cuando había 30.000 nuevas infecciones por día en todo el país, se registraban más de 2.000 decesos. En cambio, ahora, con más de 60.000 casos diarios, las muertes están por debajo de las 700.
Una primera explicación posible es que el aumento de los contagios es relativamente reciente. Comenzó hace exactamente un mes. Considerando que entre que los pacientes contraen el virus, se agravan los síntomas y eventualmente mueren suelen pasar varias semanas, es muy probable que la curva de fallecidos, que ya empezó a subir, se empine en los próximos días.
“Sabremos más en una semana, si el número de muertes aumenta como se espera, reflejando el retraso entre las infecciones y los decesos”, afirmó Porco.
Es lo que está sucediendo en los estados más calientes. Texas, por ejemplo, que promediaba 21 muertes diarias el 10 de junio, registra ahora 76. En Florida, entre el 20 de junio y el 10 de julio se pasó de 31 a 59. En el mismo lapso, California trepó de 62 a 89. El alza fue de 17 a 42 en Arizona, de siete a 20 en Carolina del Sur y de seis a 13 en Tennessee.
Es verdad que hay estados en los que las muertes están bajando al mismo tiempo que se incrementan los contagios. En Georgia, pasaron de 28 a 16; en Carolina del Norte, de 21 a 12; y en Louisiana, de 32 a 15. Por otro lado, las cifras de los otros, aunque están subiendo, siguen siendo incomparables con las que se veían en Nueva York o en Nueva Jersey.
No obstante, si se conjuga la tendencia alcista con lo reciente que es la suba de casos, cuesta imaginar que la mortalidad se va a mantener tan estable. La comparación con marzo y abril no puede dejar de lado que muchos casos se confirmaban recién cuando llegaban a fase de hospitalización, por lo que no pasaba demasiado tiempo entre la detección y el fallecimiento. Ahora se testea mucho más y los sistemas de prevención están más desarrollados, lo que permite encontrar las infecciones mucho antes.
De todos modos, hay muchas razones para pensar que, posiblemente, las muertes aumenten, pero no tanto como antes. La primera es una continuidad lógica de lo anterior. Si el virus se detecta antes de que se agraven los síntomas, es posible que muchos pacientes puedan salvarse precisamente por ser atendidos en una fase temprana de la enfermedad.
Pero la razón más importante parece ser otra: la edad de los infectados. Más del 80% de las 134.000 personas que murieron de Covid-19 en Estados Unidos tenían más de 65 años. Por eso, si los que se enferman están por debajo de esa franja etaria, el riesgo de que tengan cuadros complejos que terminen en la muerte es mucho menor.
“Parece que estos nuevos casos son más jóvenes que los infectados anteriormente con Covid-19 —dijo Rasmussen—. Eso podría significar que estamos protegiendo mejor a los más vulnerables, las personas mayores o con condiciones subyacentes. Pero me preocupa que estos jóvenes estén en contacto con sus padres y abuelos, y entonces veremos más hospitalizaciones y muertes”.
En Florida, por ejemplo, la edad media de los infectados es 35 años. En California, el 62,5% tiene menos de 50 años, y solo el 12,7% supera los 65. Estos números revelan que la población vulnerable se está exponiendo menos, algo crucial para que la pandemia no sea tan mortífera. Si esta tendencia se mantiene, y los jóvenes pueden permanecer alejados de los mayores, quizás en algunas semanas sea posible recuperar cierto optimismo.
“Estamos viendo una mayor proporción de infecciones en gente más joven, pero desafortunadamente sigue habiendo muchos casos de personas mayores, ya que los contagios están aumentando en general. También parece que estamos viendo una mortalidad algo menor porque ahora entendemos mejor cómo identificar y manejar los casos graves de Covid-19. Pero tenemos que estar atentos a las muertes, porque van a la zaga de los casos en las estadísticas”, concluyó Prins.
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