En Manhattan, donde se concentran muchas de las oficinas de la ciudad de Nueva York, algunos edificios parecen museos de una era perdida, cuando la gente llenaba el metro y los buses en las horas pico, luego se apretaba en los ascensores para llegar a su escritorio y cada tanto hablaba cara a cara, o saludaba con un apretón de manos o un beso, a sus colegas y compañeros. No sólo los edificios están casi desiertos, sino que hay un límite de personas por cada ascensor, algo que haría imposible, en la práctica, su uso antiguo. Algunos lugares, esperanzados con la reapertura tras la pandemia, han reducido la cantidad de escritorios para mantener la distancia social en el ámbito laboral o han instalado separadores acrílicos. En el piso hay flechas que marcan el sentido de circulación, y muchos espacios comunes como el área del café han sido eliminados.
Sin embargo, es posible que todos esos cambios sirvan de poco el día después del COVID-19. No porque se pueda volver a la normalidad en su pleno intercambio de gérmenes entre humanos, sino porque para muchos la normalidad será el teletrabajo.
Un estudio de Erik Brynjolfsson, de la Escuela Sloan de Administración del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), y otros cinco economistas, analizó los cambios en el empleo en los Estados Unidos entre febrero y mayo de 2020 debidos al coronavirus, y halló que “más de la tercera parte de la fuerza laboral pasó al trabajo remoto”. Eso, sumado a los que ya se encontraban en esa modalidad, dio como resultado que “aproximadamente la mitad de los trabajadores estadounidenses hoy trabaja desde sus casas”.
Tanto los jóvenes como las áreas que tienen que ver con “la información, incluidas las ocupaciones de gerencia, profesionales y afines”, tuvieron menos despidos o suspensiones y más cambios de las tareas en una oficina al trabajo remoto.
Una muestra representativa de más de 50.000 personas, divididas en dos tandas de encuestas mediante Google Consumer Surveys (GCS), respondió a la pregunta por su empleo con una de seis respuestas posibles: “Sigo trasladándome al trabajo”; “Hace poco me suspendieron o me despidieron”; “Solía viajar a mi empleo y ahora trabajo desde mi casa”; “Solía trabajar desde mi casa y sigo haciéndolo”, “Solía trabajar desde mi casa pero ahora viajo a mi empleo” o “No trabajo”.
Según la cantidad de personas que respondieron que estaban empleadas, calcularon que la tasa de ocupación era del 56%, “un poco más baja que la estimación de la Oficina de Estadísticas Laborales (BLS), del 60%”, compararon. En todo caso se refleja lo mismo que muestran las cifras récord de solicitud de subsidio por desempleo: una crisis inédita.
La respuesta más común fue la primera: la gente seguía trasladándose al trabajo en un 37,1 por ciento. Sin embargo, las siguientes respuestas presentaron un panorama completamente distinto al aparente a primera vista.
“La fracción de trabajadores que pasaron al teletrabajo es del 35,2%; adicionalmente, 15% dijo que ya desde antes del COVID-19 su trabajo era a distancia”, escribieron los investigadores. Es decir que un 50,2% de la fuerza laboral realizaba teletrabajo: ese resultó el grupo mayoritario.
¿Por qué piensan que esos valores preliminares podrían continuar una vez que los humanos puedan acceder a alguna forma de inmunidad contra el SARS-CoV-2? “Una vez que las empresas y los individuos invierten en los costos fijos del trabajo remoto, incluida la tecnología pero quizá sobre todo el capital humano y los procesos organizativos necesarios, podrían decidir que continuarán con los nuevos métodos”, argumentaron. “Además, la crisis ha obligado a que la gente probara nuevos enfoques, algunos de los cuales pueden ser inesperadamente eficientes o efectivos. En cualquier caso, habría que esperar cambios duraderos de la crisis”.
Brynjolfsson, un experto en la intersección de tecnología y economía, señaló a NPR algunas ventajas de esas transformaciones que cree que llegaron para quedarse: “Los trabajadores no tienen que desperdiciar tiempo o recursos en los viajes. Y pueden vivir donde quieran. Las empresas pueden ahorrar dinero en inmuebles comerciales”, señaló. Eso, además, en lugares como Manhattan o las ciudades y pueblos de Silicon Valley, que tienen precios por las nubes, podría impulsar una baja en la propiedad en general, y por ende una mejora en el acceso a la vivienda.
Una oficina virtual, además, ofrece una reserva potencialmente ilimitada de recursos humanos para que las empresas elijan. “Hay mejores oportunidades de hacer buena correspondencia”, explicó Brynjolfsson. “Se logra acceder a las mejores personas, estén donde estén. Por otra parte, este cambio lleva a que las empresas se fijen más en el desempeño y la producción en lugar de en el cumplimiento de horarios”.
Una gran cantidad de firmas importantes, entre ellas Twitter y Facebook, ya liberaron a todos o muchos de sus empleados para que sean nómades eternamente. “Las compañías —opinó el experto del MIT— se están dando cuenta de que el trabajo remoto no tiene que darles miedo como habían imaginado y que en realidad les permite ser más eficientes y productivas. Esto augura una transformación mucho mayor de la economía”.
Dado que la tecnología que se emplea hoy para el teletrabajo existe hace ya mucho tiempo, ¿por qué hizo falta una pandemia para aprovecharla así? Incluso empresas como Google y Apple, con sus grandes edificios especialmente diseñados para ellas, en Mountain View y Cupertino, California, parecían creer que la oficina era imprescindible.
“Hay mucha inercia en la manera en que operamos”, dijo Brynjolfsson a NPR. “Y en realidad es muy difícil cambiar los procesos, la cultura, la capacitación, el tipo de trabajo y tareas que la gente realiza. Por eso, a menos que suceda un shock, la mayoría va a tender a seguir haciendo las cosas a la antigua”.
Una de las constantes en el cruce entre tecnología y economía, según el investigador del MIT, es lo que él denominó “la curva en forma de J de la productividad”. Se refiere al patrón que observó en los datos, que muestra que las compañías tardan en incorporar las nuevas tecnologías, por desconfianza y por costos, y cuando finalmente se deciden a hacerlo hay una caída en la productividad, derivada de la necesidad e invertir dinero y tiempo para adoptarlas. Pero es, precisamente, una inversión, no un gasto: da resultados, señaló.
“La idea central de la curva en forma de J es que cuando tenemos una nueva tecnología poderosa, como la electricidad o internet o el motor a vapor o la inteligencia artificial, el trabajo no cambia instantáneamente para aprovecharla”, explicó. La electricidad llevaba 10, 20 y hasta 30 años de accesibilidad cuando las fábricas seguían sin incorporarla, pro ejemplo. “De manera similar, con el trabajo remoto no creo que estuviéramos realmente obligados a pensar en todas las cosas que podíamos hacer y lo bien que podía salir”, agregó.
La oficina tradicional tiene beneficios sociales, desde luego, y algunos económicos. “Probablemente sea una buena idea que la gente vaya cada tanto”, propuso. “Pero este gran experimento del home office está obligando a las empresas a reconsiderar sus operaciones, abandonar una perspectiva anticuada y descubrir formas más eficientes de trabajar”. Por eso no espera que, terminada la pandemia, se vuelva al modo en el que se trabajaba antes.
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