“Nos consideramos una gran familia adoptiva multiétnica. Mi marido y yo somos blancos, y nuestros cuatro hijos son negros”, escribió Rachel Garlinghouse, quien pocos días después del asesinato de Michael Brown, el 9 de agosto de 2014, por un oficial de policía en Ferguson, Missouri, ponía los platos sobre la mesa cuando terminó el episodio de Doc McStuffins que sus chicos miraban y comenzó el informativo.
—¿Quién es ese, mami? —le preguntó el mayor, percibiendo la voz seria del presentador que hablaba en off sobre la imagen de Brown.
—Un muchacho que se estaba preparando para ir a la universidad —le respondió, y cambió de canal.
En realidad no podía darse el lujo de mirar para otro lado, pensó. Pronto su hijo sería un adolescente afroamericano en los Estados Unidos. “Y no importa cuán amable, respetuoso, bien vestido, educado, amigable y cariñoso sea, no estará a salvo”. El racismo podría poner su vida, literalmente, en peligro, como la de Brown.
En algún momento Garlinghouse debería sentarse con su hijo —y a medida que crecieran, con los otros— para tener lo que las familias afroamericanas llaman “la conversación”, y hace generaciones repiten de una a otra. Y ahora, como cada vez que sucede una muerte injustificada de un afroamericano por violencia policial, como el caso de George Floyd, el tema reaparece.
“Esto incluye hablar con todos nuestros hijos, y especialmente con el varón, sobre las reglas que deben seguir cuando se encuentren con la policía, cuando compren en una tienda, cuando estén en cualquier espacio público. Reglas como: no llevar capucha; no correr; no dejar las manos en los bolsillos; siempre pedir un recibo y una bolsa al hacer una compra”, explicó. “A mis hijos nunca les permitimos jugar al aire libre con pistolas de juguete, ni siquiera en nuestro propio patio. Sí, fue desgarrador explicarles por qué tenemos estas reglas. Pero es 100% necesario”.
También lo fue para Magic Johnson, el famoso jugador de basket, y para su padre y para su abuelo. Dijo a Anderson Cooper en CNN: “El racismo ha existido durante siglos. Mi abuelo me habló de eso, mi padre me habló de eso. Yo, a los 60 años, lo sufro, y mis hijos, E.J. y Andre, lo sufren. He tenido esa conversación porque era importante hacerlo con ambos. Mira a George Floyd. Hizo todo lo que debía hacer. Y el oficial de policía puso todo el peso de su cuerpo sobre su cuello durante ocho minutos. Si eso le puede pasar a George Floyd, le puede pasar a E.J. y a Andre y a más hombres negros”.
“La conversación” ni siquiera se omite en las casas de los agentes públicos: “En nuestra familia siempre se ha hecho a la luz del difícil papel que las fuerzas de seguridad juegan en nuestras comunidades”, escribió Judy Belk en Los Angeles Times. “Mi hermano es un bombero retirado y mi hermana es una policía retirada, y ambos han tenido carreras largas y distinguidas en las que arriesgaron sus vidas con valentía. Pero ¿adivinen qué? Ellos también ha tenido ‘la conversación’ con sus hijos, porque saben de primera mano que, más allá de que seas hijo de un policía, un bombero o un médico, el color de la piel de una persona puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte”.
Los tópicos más comunes de “la conversación” son: no hay que portarse mal, hay que alejarse de los lugares dudosos, hay que evitar el conflicto con una persona blanca. Y nunca hay que resistirse a la policía. Se trata de “un vestigio de los días en que un negro podía ser linchado por ‘mirar de manera temeraria’ o ‘contacto chocante’, o simplemente por negarse a dejar la acera cuando se acercaba un blanco”, explicó CNN.
Como en muchos estados los adolescentes pueden tener licencias de conducir desde los 16 años, el abogado Patrice James recomendó que, en caso de que la policía los detenga, pueden decir su nombre, pero si las preguntas avanzan debe solicitar la presencia de uno de sus padres y de un abogado, de manera educada: “Me sentiría mejor si mi madre estuviera presente”, por ejemplo. También tienen que explicar sus movimientos antes de hacerlos, agregó un policía encubierto de Chicago: avisar, por ejemplo, que tienen la licencia de conducir en un bolsillo y pedir permiso para sacarla en lugar de directamente llevar la mano al pantalón.
Mientras observaba el video de Ahmaud Arbery, el hombre de 25 años asesinado por un ex policía y su hijo mientras se ejercitaba en la calle, en Georgia, Kenneth Hardin, columnista de The Florida Star y The Georgia Star, publicaciones afroamericanas, sabía que en los días siguientes iba a hablar con otros padres y madres sobre el temor por la seguridad de sus hijos afroamericanos.
“Mis hijos fueron criados en un hogar de disciplina estricta, se les enseñó a centrarse en objetivos y cada aspecto de su desarrollo —su habla, su actitud, su comportamiento, su vestimenta— se vigiló de cerca”, escribió. “Lamentablemente, la otra lección que les enseñamos fue que viven en una sociedad en la que el color de su piel es visto como algo a lo que temer y es un detrimento mortal”.
Él tuvo “la conversación” por enésima vez con uno de sus hijos cuando entraba a la universidad: era 2014, un oficial de la policía de Nueva York acababa de matar a Eric Garner, la primera vez que se viralizó un video con las palabras “No puedo respirar”. El hijo se preparó para aburrirse respetuosamente y lo escuchó:
—Si alguna vez te detiene un policía, no digas nada. Nomás te agachas, pones las manos en posición para que te las esposen y no te mueves. Y le dices que me llame, o que llame a tu mamá.
—Ok —dijo apenas.
“¿Es irracional que yo, como otros padres negros, tengamos ‘la conversación’ con nuestros hijos? No para mí. Lo veo como una manera de enseñarles habilidades de supervivencia necesarias”, explicó.
“Sin decir siquiera una palabra, un afroamericano puede parecer amenazante", lamentó Kim Harris, fundadora de la red de apoyo de madres SAMS, a News 5 Cleveland. “Cuando te sientes lista para tener esa conversación, estás lista para que tu hijo pierda un poco de su inocencia”. Y Zakya Worthey, madre de tres niños de Arlington, Virginia, dijo a WUSA 9 que “la cuestión más perturbadora de todo esto es que existe un odio contra mis hijos del cual no los puedo proteger”.
Para algunas madres y algunos padres, además de penosa, ‘la conversación’ es angustiante: “Me frustra y me enoja tener que preparar a mis hijos para algo de lo que no son responsables”, dijo una mujer a Vox. "Son conversaciones que la gente de otras etnias no necesita tener con sus hijos. Mi niño se va a convertir en un hombre grande y aterrador, y aunque él no es así, de ese modo lo van a percibir”. Porque la profundidad del prejuicio racista es enorme.
En 2014, un estudio publicado en la Revista de Personalidad y Psicología Social encuestó a 264 estudiantes universitarias y halló que solían ver a los niños afroamericanos de más de 10 años como “significativamente menos inocentes” que sus pares blancos. “En la mayoría de las sociedades a los niños se los considera un grupo en sí, con características como la inocencia y la necesidad de protección”, escribió en su análisis Phillip Goff, de la Universidad de California en Los Angeles. “Nuestra investigación halló que a los niños negros se los puede ver como responsables de sus acciones a una edad en la que los niños blancos todavía se benefician de la presunción de que son en esencia inocentes”.
Colin Holbrook, coautor del trabajo, que también sondeó a agentes de policías varones, agregó en un comunicado: “Nunca me sentí tan disgustado con mis propios datos. Todas las suposiciones que los participantes en el estudio hacían sólo a partir de un nombre era notable. Una persona con un nombre que sonara afroamericano se presumía como físicamente más voluminosa, más propensa a la agresión y de menor estatus que un personaje con un nombre que sonara blanco”.
A veces “la conversación” cuida no sólo la vida física, sino también la salud mental de los niños afroamericanos. “Es probable que se enteren de incidentes policiales”, dijo la psiquiatra Adrienne Clark a NPR. “Están en las noticias, todo el mundo habla de ellos cuando suceden. Uno querría que los niños se enterasen de boca de un adulto confiable antes de escucharlo de sus compañeros de clase”.
Clark recomendó comenzar con breves introducciones al tema del racismo desde los seis años, aunque parezcan muy pequeños. Los peligros aumentan a medida que se acercan a la adolescencia: “Un chico puede pensar 'Tengo 16 años, estoy jugando —dijo Clark—. Pero hay que hacerles entender que los pueden percibir como adultos”.
Con ese temor la madre de Shawn William creyó que la hora de tener “la conversación” llegó poco después de que él cumpliera 11 años, pues en cuestión de meses creció hasta una altura de 1,80 metros. En una tienda una mujer blanca le dijo: “No es un chico, es un hombre”. A él le encantó. Pero su madre, en cambio, la refutó en mal tono: “¡No! ¡Es un niño!”. De regreso a casa, la mujer comenzó a manejar en silencio. De pronto bajó la música. “Eso significaba que venía un sermón. Y entonces fue cuando tuvimos ‘la conversación’”, escribió en Facebook.
En general las charlas serias entre un adulto y un púber suelen girar alrededor del sexo. Pero no en la comunidad afroamericana.
“No entendí que mi madre estaba asustada”, siguió William. “Trataba de preparar a su hijo de 11 para el mundo. Entonces yo ya era lo suficientemente alto para una porra, una toma de estrangulamiento o una pistola que apuntara hacia mí”.
La madre le explicó todo lo que cambiaba por su estirón: “No más pistolas de agua, no más capuchas, no más correteo por ahí porque podría parecer que estás huyendo”. Si todo eso era porque estaba más alto, ¿qué le esperaba cuando comenzara a crecerle el vello facial?, pensó.
“'La conversación’ es lo que mi madre tuvo conmigo. ‘La conversación’ es lo que algún día deberé tener con mi hijo Langston. ‘La conversación’ es lo que las madres de todo el país en este momento piensan en tener con su hijo larguirucho después de los últimos acontecimientos", siguió. “Ahora mido 1,95, ya no soy flaco y tengo la bendición de haber vivido hasta los 25 años, pero con frecuencia me pregunto por ese chico de 11 al que le quitaron la inocencia”.
Y cerró su texto: “A todos los chicos negros que están creciendo: lamento su pérdida de la inocencia, pero sus padres tienen razón. Este mundo no está listo para que sean completamente libres”.
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