Solemne, todopoderoso, Xi Jinping presenciaba atento el desarrollo de una votación con final anunciado en un parlamento sin voces disonantes. China ejecutaba un golpe demoledor sobre la autonomía de Hong Kong y posaba sobre sus más de 7 millones de habitantes el paraguas de su férrea política de seguridad nacional. Esto es: los resortes democráticos que sobrevivían en la isla desaparecerían y la voluntad de la población pasaría a estar regida por el humor de Beijing.
Difícil que el régimen chino revea su reciente golpe. Así, el principio de “un país, dos sistemas” atravesará sus últimas horas para desgracia de los millones de honkoneses que se alzaron contra la medida y que pretenden seguir viviendo bajo los valores de la democracia y la libertad.
La autocracia comandada por Jinping dio la estocada más segura, sobre una población que desde hace casi un año pelea por sus derechos luego de que el Partido Comunista Chino (PCC) utilizara su poder para imponer leyes contra las libertades fundamentales de los isleños. Una norma tendiente a facilitar las extradiciones enfureció a los demócratas del centro financiero asiático doce meses atrás. La furia se extendió a enero, hasta que las cuarentenas por el coronavirus nacido en Wuhan apaciguó las calles. Desde el 9 de junio de 2019 el mundo había sido testigo de la brutalidad con que Beijing persiguió a los manifestantes. Las imágenes se repiten ahora, con una ley mucho más brutal. El PCC tomó carrera durante la breve tregua que dio el brote epidémico.
Las principales democracias reaccionaron contra el coup chino. Otras callaron. Es que la nueva normativa viola de forma abierta los acuerdos internacionales a los que la gran nación se comprometió ante los ojos del mundo hace décadas. El principal, aquel que firmara con el Reino Unido para la devolución de la colonia en 1984, proceso que terminó de concretarse en 1997. Ese tratado, como su adhesión a la Ley Básica de Hong Kong, son vinculantes ante el derecho internacional. Si Beijing se comporta así frente a las principales potencias y ante su propio pueblo, ¿qué esperar ante los países débiles que no puedan pagar sus usureros préstamos? La respuesta madura rápido de tan evidente.
Los mercados se verán afectados en un contexto muy desfavorable. Las empresas chinas podrían sufrir pérdidas millonarias y aquellas de otro origen podrían huir de aquella operación bursátil central ante la amenaza que implicará operar ante la lupa de un régimen no democrático. ¿Querrán someterse a una isla donde predominen los servicios de inteligencia y las comunicaciones estén comprometidas?
Europa ya avisó sobre la preocupación que generó en sus gobiernos la decisión imperial; los Estados Unidos, también. El régimen chino continuará adelante, a pesar de todo. ¿Pensará presionar de alguna otra forma sobre la otra isla que desvela al PCC desde 1949? La aguas del sur están movidas y el tránsito es cada vez mayor. La tensión subirá.
Washington fue menos timorato y diplomático. Decidió apuntar contra las compañías chinas, revisará y auditará sus libros antes de que continúen operando con la libertad de la cual gozaron hasta ahora en Wall Street. También advirtió que estudiará posibles sanciones contra los funcionarios de la autocracia que impondrán la ley marcial sobre Hong Kong. Washington sabe que la forma de desembarco en su tierra tiene un formato claro: la compra de empresas golpeadas. Tras la pandemia muchas podrían quedar en jaque. No será tan fácil para Beijing hacerse con ellas ahora.
En tanto, Donald Trump tiene que luchar en varios frentes: por un lado, la pandemia. Más de 100 mil vidas se perdieron producto de COVID-19. Por el otro, las protestas que sacuden a varios estados producto de la detención y muerte de George Floyd, el afroamericano víctima de violencia policial en Minneapolis, Minnesota. Varias ciudades emblemáticas debieron instaurar el toque de queda para disuadir los estallidos. Esas manifestaciones tienen a su vez dos componentes: el reclamo legítimo e histórico de la población negra y una evidente motivación política de la extrema izquierda agazapada. ¿Quién está detrás del movimiento Antifa que resurgió en las últimas horas? Las oportunidades florecen en contextos de incertidumbre.
En medio de esas batallas, este sábado los Estados Unidos hicieron una muestra de poder y lanzaron un mensaje al mundo: su fuerza permanece intacta. El histórico lanzamiento del SpaceX fue algo más que un espectáculo familiar televisado. Representó la demostración de que su gobierno está de pie y que cuenta con los recursos estatales y privados necesarios para continuar a la vanguardia del planeta. Y también, del espacio.
Tampoco se olvidó de Venezuela y su lejano aliado, Irán. Dos buques que llevaban combustible de la teocracia a Caracas debieron frenar antes de amarrar en el puerto caribeño. Las amenazas de sanciones a las compañías navieras del Departamento del Tesoro tuvieron un efecto automático. Las embarcaciones emprendieron el retorno.
Fue apenas horas antes de que Nicolás Maduro anunciara dos medidas simultáneas: el aumento del precio de la gasolina -que golpeará aún más la raquítica economía diaria de los venezolanos- y la flexibilización de la cuarentena, ante la evidente desobediencia civil para cumplirla. Es que la dictadura chavista no sabe ya qué ocultar: si los números reales del coronavirus y su endeble sistema sanitario o la falta de agua y combustible en todo el país. Será difícil de tapar el sol con una sola mano.
Twitter: @TotiPI
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