Hay una nueva normalidad y eso implica cambiar nuestros hábitos. Hoy, volver a la peluquería es una experiencia donde el desinfectante es el gran protagonista.
En la ciudad de Miami la norma indica que los salones de belleza sólo pueden atender al 25 por ciento de la capacidad permitida. Además, clientes y empleados deben utilizar estrictamente máscaras. Pero el mayor cambio de todos está en los procedimientos.
Las peluquerías sólo pueden trabajar con reservas en esta nueva realidad, porque no se permite que haya gente esperando dentro del local. También hay que decirle adiós al hábito de ir a la peluquería a charlar. La distancia social hace que el diálogo sea complicado.
En el caso del salón de belleza visitado por Infobae en Miami, la nueva normalidad implicó reducir el tiempo del personal.
“Normalmente teníamos 7 peluqueros trabajando a la vez. Pero para poder respetar los seis pies de distancia, tenemos que dejar un sillón libre entre estación y estación. Eso hizo que tenga que dividir el personal en dos turnos. Tres estilistas por la mañana y cuatro por la tarde”, contaba Christian Varas, el dueño de DMH en la tradicional calle 8 de Miami.
Como es imposible mantener distancia social en el caso de un peluquero o una manicurista con su cliente, las autoridades locales les sugirieron a todos los trabajadores del área que tomen un curso en línea de sanitización para tratar de minimizar el riesgo. Mientras se trabaja sobre el pelo o las uñas de un cliente, el estilista tiene que usar máscara y guantes. Los objetos utilizados en los tratamientos –desde peines y cepillos hasta limas y alicates-, deben ser rociados con un desinfectante que contenga una concentración de al menos 70 por ciento de alcohol, después de cada vez que se lo utilice.
La esterilización es un procedimiento frecuente en las estaciones de manicuría, pero ahora la práctica se extendió a las estaciones de peluquería.
A los clientes se les pide que se laven las manos al entrar al salón y constantemente tienen a disposición alcohol el gel. Por lo observado en este salón de Florida, clientes y trabajadores respetan el uso de máscaras a rajatabla. En teoría el sistema funciona, pero sin dudas con el correr de los días habrá prácticas que se irán ajustando. Por ejemplo, al momento de lavar la cabeza es imposible no mojar los sujetadores de los tapabocas.
En todas las peluquerías se ve al estilista, o a un asistente, barrer para levantar los pelos al terminar de atender a un cliente. Hoy el proceso es mucho más profundo. Además de barrer, se desinfectan las herramientas de trabajo, se limpian las mesas y hasta las sillas. Toallas y batas se siguen lavando después del uso de cada cliente, la diferencia es que ahora son introducidas en un horno esterilizador antes de ser entregadas a un nuevo cliente. Todos estos nuevos pasos implican que los tiempos en la peluquería son otros. Si antes se podían otorgar turnos cada una hora y media, ahora hay que espaciarlos cada dos horas.
“Creo que extrañé el salón de belleza más que cualquier otra cosa. Estaba desesperada por volver. Y es raro ver todo tan distinto, tan estéril. Pero estoy tan contenta de estar aquí que no me importa”, aseguraba Susana, una clienta que nunca antes había pasado dos meses y medio sin teñir su cabellera.
“Lo dudé mucho antes de venir. Hice una cuarentena muy estricta. Pero cuando entendí que se están tomando todas las medidas de higiene, me sentí confiada de volver. Y ahora, que lo veo en vivo y en directo, que hasta puedo oler que todo está recientemente desinfectado, estoy tranquila. Me siento cuidada”, confiaba Alejandra, otra clienta que estaba haciéndose un pedicure.
Hay actividades que no han vuelto aún, como los masajes. Los gabinetes de tratamientos especiales dentro de los salones de belleza se mantienen cerrados hasta una próxima fase de apertura. La incógnita es cómo estos pequeños negocios sobrevivirán el impacto económico que esta nueva realidad impone.
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