Con 30 millones de desempleados cualquier campaña por la reelección de un presidente puede resultar en una enorme frustración. Si a eso se le suma que el candidato, desde el podio de la Casa Blanca, recomienda desinfectante para combatir el coronavirus, y que está enfrentado con los gobernadores de varios estados por querer levantar la cuarentena antes de tiempo, la tarea de cosechar la mayor cantidad de votos, se convierte en una empresa titánica. Pero no para Donald Trump o para la imagen que tiene de sí mismo. El presidente estadounidense está convencido de que todo esto es una cuestión pasajera y que en noviembre va a recibir nuevamente el voto de confianza de la mayoría del colegio electoral como ocurrió en 2016.
Esa confianza ciega es la que llevó esta semana a Trump a enfrentarse duramente con su jefe de campaña, Brad Parscale, cuando éste le presentó las últimas encuestas que lo mostraban empatado o detrás del candidato demócrata, Joe Biden, en varios estados clave. El New York Times y la CNN reprodujeron una furiosa conversación telefónica entre el presidente en la Oficina Oval y su mánager en Florida. Trump reprochó a Parscale no estar haciendo lo suficiente para mantener la buena imagen que tenía antes de la pandemia, amenazó con echarlo y desechó las encuestas porque “están mal hechas”.
El presidente estadounidense había comenzado el año con una economía robusta y grandes perspectivas de continuar en su puesto por otros cuatro años. Pero después de su errático manejo de la crisis provocada por el Covid-19, hasta sus aliados del Partido Republicano están muy nerviosos ante la posibilidad no solo de perder la elección presidencial sino el control de ambas cámaras del Congreso. Creen que la presencia diaria de Trump en el pódium de la sala de prensa de la Casa Blanca, fue desastrosa. En vez de presentar un plan creíble para superar la crisis, se dedicó a atacar a los demócratas y a los periodistas, dicen. Su peor momento fue cuando sugirió la utilización de desinfectantes de cocina y baños para eliminar el virus. Incluso algunos de sus seguidores más acérrimos difundieron memes riéndose del consejo presidencial.
Otro momento complicado para Trump fue cuando la CIA, la agencia de inteligencia, se negó a avalar una teoría sin fundamento de que un laboratorio del gobierno chino en Wuhan, fue el origen del brote de coronavirus. Trump, funcionarios de su Administración y legisladores republicanos están tratando de culpar a China por la pandemia, en parte para desviar las críticas de la mala gestión de la administración de la crisis en Estados Unidos, que ya tiene más casos de coronavirus que cualquier otro país. Más de un millón de estadounidenses están infectados y más de 60.000 murieron a causa del virus.
La mayoría de las agencias de inteligencia occidentales se muestran escépticas de que se pueda encontrar evidencia concluyente del vínculo con un laboratorio, y los científicos que han estudiado la genética del coronavirus dicen que la probabilidad abrumadora es que saltó de un animal a un humano en un entorno natural y no de una probeta. En ese sentido, es exactamente lo que ocurrió también con anteriores coronavirus como el HIV, ébola y SARS. Pero el secretario de Estado, Mike Pompeo, ex director de la CIA, insistió, según las fuentes consultadas por el Washington Post y ABCNews, en que los agentes debían encontrar la conexión político-conspirativa. Otro funcionario, Matthew Pottinger, el asesor adjunto de Seguridad Nacional, que fue corresponsal en Beijing durante los brotes del SARS, presionó a las agencias de inteligencia para recopilar información que pueda respaldar cualquier teoría de origen vinculada a un laboratorio. Y Anthony Ruggiero, el jefe de la oficina de seguimiento de armas de destrucción masiva del Consejo de Seguridad Nacional, desde que se conocieron los primeros reportes de una epidemia en China estuvo discutiendo el tema con otros funcionarios de inteligencia y tratando de que hagan propia la teoría conspirativa .
Estos episodios ventilados por lo que Trump llama “la prensa embustera”, son los que comenzaron a esmerilar la imagen del “presidente de teflón” al que nada se le pega. Las encuestas marcan que lo que advirtió Parscale es lo que está sucediendo. Un reciente sondeo de la Quinnipiac University muestra que Joe Biden estaría derrotando a Trump en el estado crucial de Florida por 46% a 42%. Y Fox News, la cadena de noticias preferida del presidente, mostró otra encuesta en la que Biden lidera en Michigan 49% a 41%.
A pesar de esto, Biden no la tiene tan fácil. Tara Rade, una mujer que trabajó con él en su oficina del Senado, asegura que en 1993 fue objeto de asalto sexual por parte del candidato demócrata. Y, según sus abogados, habría otras dos mujeres que abalarían la denuncia. Los cargos presentados por Rade no parecen tener mucho fundamento, pero lo que agravó la situación es que Biden se negó por casi dos meses a hablar del tema. El New York Times informaba el jueves que un grupo de organizaciones que luchan por los derechos de las mujeres enviaron una carta al demócrata para que diera su versión de los hechos cuanto antes. “Es muy difícil para las víctimas de este tipo de actos ver que una mujer que tiene más fuentes que corroboran su versión que la mayoría de las sobrevivientes en situaciones similares, está siendo desoída y atacada por actores políticos cínicos”, dijo Shaunna Thomas, fundadora de UltraViolet, un grupo feminista que apoya la campaña demócrata.
Desde que Reade denunció en marzo que Biden la había penetrado con los dedos en una oficina del Senado hace 27 años, el candidato no abordó el tema. Sus portavoces aseguraron que la denuncia es “falsa”. Y los asesores de campaña dicen que no sólo la señora Reade “es una oportunista manejada por el comité de reelección de la Casa Blanca” sino que no vale la pena que Biden salga a defenderse. “El electorado no es tonto, saben que Biden es una figura pública desde hace décadas y demostró siempre ser un hombre que ama a su familia”, escribieron. Y por lo bajo dicen que “si de acoso se trata, Trump tiene decenas de denuncias”.
Hasta el viernes, que salió a defenderse por donde pudo. “Reconozco mi responsabilidad de ser una voz, un defensor y un líder para el cambio en la cultura que ha comenzado, pero es un trabajo que no está terminado”, escribió Biden haciendo referencia a las leyes que presentó en el Congreso a favor de las mujeres. “Así que quiero abordar las acusaciones de un ex miembro del personal que trabajó conmigo de que cometí una mala conducta hace 27 años. No es verdad. Esto nunca sucedió”. Y pidió a los responsables de los Archivos Nacionales que publiquen cualquier información existente relacionada con el caso. Y en una entrevista en el popular programa “Morning Joe” de la cadena de noticias MSNBC, Biden fue aún más contundente: “No, no es cierto. Estoy diciendo inequívocamente que nunca, nunca sucedió”.
Lo de Biden puede tener, todavía, muchas vueltas. Trump está preparando el terreno para los que serán unos debates cruciales entre los candidatos. Y para tratar de mejorar su situación en las encuestas, está trabajando en paralelo con su consejera Kellyanne Conway, una consultora política que oficia también de portavoz informal de la Administración. Y ya se pudo ver su mano cuando el presidente rechazó una campaña diseñada por Brad Parscale en la que se vincula a Biden con China mostrando unas fotos del ex vicepresidente en visitas oficiales a Beijing. La otra asesora de campaña, informal pero muy influyente, es Marcia Lee Kelly, la organizadora de la Convención Republicana programada para agosto en Charolotte, Carolina del norte, si es que se puede hacer.
En tanto, va a ser muy interesante ver si Trump y Biden pueden hacer una campaña sin dar la mano a miles de personas o sin besar a unos cuántos bebés. Es difícil imaginar un acto proselitista con todos los presentes separados por dos metros de distancia, sin los carteles ni globos ni papelitos. Aunque Jon Grinspan, experto en historia política del Smithsonian’s National Museum, recordó que los primeros cien años de democracia estadounidense fueron sin candidatos haciendo campaña. En un editorial del New York Times de 1892 decían que un hombre haciendo promoción de su figura es “una actitud que desagrada mucho a la gente”. Las campañas las hacían los partidos y los candidatos esperaban tranquilos los resultados en sus casas.