Basta ver un mapa de la distribución de los casos positivos de coronavirus en Estados Unidos para ver hasta qué punto se ensañó con la costa este del país. El contraste es incluso mayor cuando se tiene en cuenta el número de muertos. Si se consideran solo los decesos de pacientes confirmados de Covid-19 —sin contar los sospechosos—, el país acumula más de 53.000, de los cuales 17.000 pertenecen al estado de Nueva York, el más afectado con mucha ventaja. El que le sigue es el vecino New Jersey, con 5.300.
El cuarto con más fallecidos es Massachusetts, con 2.556, y el séptimo es Connecticut, con 1.764. En el medio hay estados que no son costeros, pero que están en la franja este, como Michigan (3.084), Illinois (1.804) y Pennsylvania (1.786). California recién aparece en el octavo lugar, con 1.619.
Si bien California es el estado más poblado, con 39,5 millones de habitantes, es cierto que la mitad oriental del país concentra a la mayor parte de los 328 millones de estadounidenses. Y si hay más población, la lógica indica que, ante igualdad de condiciones, debería haber más personas infectadas y más fallecidas.
Sin embargo, cuando se analizan los muertos cada 100.000 habitantes, se comprueba que es incluso mayor el impacto en la costa este. Los primeros cuatro son Nueva York (83), New Jersey (60), Connecticut (49) y Massachusetts (37); Rhode Island aparece séptimo (19) y, Maryland, décimo (12).
Colorado, el estado de la mitad oeste que tiene mayor mortalidad (12), ocupa el puesto 11. Y el primero que es propiamente de la costa oeste es Washington, que está 13º, con 10 muertos cada 100.000 habitantes. California está 24º, con apenas cuatro.
Son muchas las razones por las que una parte de Estados Unidos resultó mucho más afectada que otra. Algunas son estructurales, tienen que ver con cómo está distribuida la población y con las características de la sociedad de cada estado. Otras son políticas, como el impacto de las medidas que tomaron los gobiernos para contener la crisis. Y otras son azarosas y difíciles de identificar.
Un dato que resulta llamativo es que el virus llegó antes al oeste. En un comienzo, el epicentro del brote fue la ciudad de Seattle, en el estado de Washington, donde se produjeron 37 de las 50 muertas iniciales, incluida la primera en el país, el 26 de febrero.
Una hipótesis es que, por haber sido afectados antes, los gobiernos decidieron a actuar antes. En Washington, el gobernador Jay Inslee declaró el estado de emergencia el 29 de febrero, y el 15 de marzo ordenó el cierre de bares, restaurantes y comercios no esenciales. El vecino Oregon siguió sus pasos un día después. En California, el gobernador Gavin Newsom declaró el estado de emergencia el 4 de marzo y avanzó con el cierre de comercios el 17. Ese mismo día, San Francisco se convirtió en la primera ciudad en dictar una cuarentena, pidiendo a sus ciudadanos que se queden en sus casas.
No obstante, los estados de la costa este actuaron casi al mismo tiempo. Andrew Cuomo, gobernador de Nueva York, declaró el estado de emergencia el 7 de marzo, y el 16, antes que Newsom, ordenó que las escuelas, los bares y los restaurantes permanezcan cerrados. New Jersey y Connecticut actuaron el mismo día, coordinando con Nueva York.
Las medidas no fueron diferentes, pero sí el resultado. Porque California y Washington lograron aplanar rápidamente la curva de contagios después de tomarlas, algo recién ahora se empieza a ver en Nueva York, con muchas más muertes en el medio.
Eso lleva a ver las diferencias estructurales entre los estados en cuestión. Un factor decisivo es la densidad de población. La ciudad de Nueva York es la más poblada del país, con 8,1 millones de habitantes. Los Angeles, California, está segunda, pero con menos de la mitad, 3,7. Pero las diferencias de densidad no solo se ven en el tamaño de las ciudades. El mapa muestra claramente cómo toda la costa oeste se la reparten tres estados muy grandes, pero con la población muy bien distribuida en el territorio, cuando en el este hay más de una docena de estados, la mayoría muy pequeños, pero muy poblados.
Que haya mucha gente junta, evidentemente, favorece la propagación del virus. Sobre todo, porque es un fenómeno que se relaciona con otros, como el transporte. Cientos de miles de personas usan cada día el transporte público en Nueva York, especialmente el metro. En cambio, California es el estado de los autos, lo que favorece el distanciamiento social.
Hay causas económicas que también son decisivas. California es el epicentro de las empresas tecnológicas, con mayor proporción de personas en condiciones trabajar desde sus casas. Eso llevó a que rápidamente miles de compañías adoptaran esa modalidad, algo más complejo en otros rubros.
De la misma manera, Nueva York es el principal polo financiero del mundo. Ninguna otra ciudad está tan conectada ni recibe tanta gente de distintas partes del planeta. Es imposible calcular la cantidad de personas de negocios y turistas que habrán llegado portando el virus y sin haber sido detectadas, quizás por no tener ningún síntoma.
Un elemento adicional que no se puede soslayar: California tiene una larga tradición de lidiar con desastres naturales. Desde los terremotos hasta los más recientes incendios forestales, tiene un gobierno y una sociedad acostumbrados a actuar rápido, de manera coordinada y disciplinada cuando surge una amenaza. Eso explica probablemente que hayan podido ejecutar de manera veloz y generalizada las normas de distanciamiento social, algo que a otros estados les llevó varios días más. Con el correr de las semanas, eso se tradujo en contagios y en vidas.
MÁS SOBRE ESTE TEMA: