Todo parecía indicar que este sería el ciclo electoral más largo que jamás se haya vivido en EEUU. Y eso era consistente con la tendencia de los últimos 40 años. Desde 1976, las campañas se han ido alargando cada cuatro años.
El presidente Donald Trump se inscribió para la reelección inclusive antes de juramentar para su primer mandato, en enero de 2017. Pero eso no fue una excentricidad del Presidente. Del lado demócrata muchos estaban en sintonía con sus tiempos. Bernie Sanders anunció que buscaría un lugar en las presidenciales cuando en 2016 perdió la nominación demócrata contra Hillary Clinton. Joe Biden está recaudando dinero para su campaña a la presidencia desde que era vicepresidente de Barack Obama. El empresario emprendedor de Nueva York, Andrew Yang, que compitió este año en la primaria demócrata, anunció que se lanzaría a la presidencia en noviembre de 2017 (a sólo once meses de que Donald Trump asumiera el poder). Eran muchos los que parecían tener jugadas políticas muy calculadas. Pero nadie jamás pudo prever que llegaría un virus a cambiarlo todo.
El coronavirus ya se ha cobrado cerca de 13 mil vidas en Estados Unidos y el pico de la enfermedad aún no llega. Estamos tan sólo en un punto ascendente de la curva. El gobierno federal ha lanzado miles de millones de dólares para tratar de cubrir las necesidades, y así todo hay escasez de respiradores, máscaras y pruebas del COVID19. Otros tantos millones se están inyectando en la economía, y una crisis parece imparable. ¿La campaña electoral en medio de esta situación? Virtualmente paralizada.
Los eventos no existen, y no se sabe si van a volver a existir de aquí a noviembre. Joe Biden es el candidato demócrata de facto, ya que pocos recuerdan que aún queda una contienda por definir con Bernie Sanders. Las elecciones primarias que quedan por disputarse fueron pospuestas (algunas quedando incluso por fuera del calendario estipulado antes de la convención nacional demócrata). La elección exclusivamente por correo es una opción sobre la palestra. Y por ahora, el único signo real de una contienda electoral es que se sabe que Joe Biden está activamente buscando a una candidata a la vicepresidencia (que hasta ahora sólo se ha confirmado que será una mujer).
Justamente esa compañera de fórmula se anunciará en la Convención Demócrata donde se pone fin oficialmente al proceso de primaria y desde donde se considera que empieza formalmente la contienda por la elección general. Ya se ha confirmado que del 13 de julio la convención se ha movido al 17 de agosto. Aún no se ha definido pero puede llegar a ser una convención virtual. Con lo cual, la verdadera campaña presidencial entre demócratas y republicanos duraría sólo dos meses y 16 días.
Esto generará conflictos logísticos para las campañas (que ya tienen que lidiar con la readaptación a hacer casi todo de modo digital). Para superar lo corta que va a ser la campaña real, los asesores de Joe Biden definieron ya que lo presentarían como el candidato incluso antes de una formalización de la nominación. Así y todo, es muy difícil lograr que se le ponga atención a esta candidatura. El presidente Trump domina la cobertura mediática pero no por su reelección, sino por la crisis del coronavirus. Sin tener un cargo ejecutivo es muy difícil que Biden compita con eso.
El contexto no favorece para debatir temas políticos. Sólo se habla de la pandemia, con lo cual el debate político es limitado. La limitación de temas, limita el interés y por lo tanto limita las donaciones. Hasta ahora las campañas venían recaudando en números record, pero las donaciones se frenaron. Además siempre los meses finales son los de mayor recaudación, y ahora se ha reducido a poco más de dos meses.
Las próximas semanas definirán el resto de la contienda. Si de algún modo Estados Unidos logra controlar la curva, puede que la atención sobre la elección vuelva. De lo contrario, no sólo estamos ante la elección más corta de la historia sino también ante la que está pasando más inadvertida.
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