Hace cinco años, como director de una investigación de la Universidad de Carolina del Norte (UNC) en Chapel Hill, Ralph Baric publicó un estudio titulado “Un grupo de coronavirus, similar al SARS, que hoy circula en murciélagos, muestra potencial para la aparición en humanos”.
El texto del epidemiólogo especializado en microbiología e inmunología subrayaba que, mediante ensayos in vitro e in vivo, él y sus colegas habían comprobado que, sin necesidad de mutar, esos coronavirus —así llamados por los picos con forma de corona que los cubren, que los ayudan a penetrar las células— podían saltar directamente de sus huéspedes originales a los humanos. Además, dejaba abierta la posibilidad de que se pudiera transmitir entre humanos, como algo probable. Por último, advertía que no existía un tratamiento eficaz.
En otras palabras, anticipaba el cuadro que hoy se vive en el mundo por el Covid-19, la enfermedad causada por un nuevo coronavirus, SARS-CoV-2. Baric también había advertido en ocasión del MERS: “Cualquier virus que tenga potencial de pandemia, y eso es cualquier virus respiratorio que surja de animales, es una grave preocupación para la salud pública”, dijo a NPR en 2014. Si mutara para transmitirse solamente en el aire, “recorrería el planeta velozmente, y esto causaría una alta morbilidad y mortalidad".
“Debido a la capacidad [de estos coronavirus] para replicarse en cultivos de vías respiratorias humanas, causar patogénesis in vivo y escapar a las terapias actuales, es necesario tanto la vigilancia como la mejora de las terapias contra los virus circulantes similares al SARS”, decía el artículo publicado en Nature en noviembre de 2015. Los investigadores proponían “aplicar estos conocimientos en la preparación para tratar futuras infecciones de virus emergentes”.
En su trabajo —que se concentró en el análisis de uno de esos coronavirus, el SHC014-CoV— Baric recordó que otros estudios habían anticipado la existencia de casi 5.000 coronaviruses en murciélagos. “Y algunos de ellos tienen el potencial de surgir como patógenos para los humanos”, dijo entonces el experto a Science Daily. “Por lo cual esto no es una situación de si habrá un brote de alguno de esos coronavirus, sino más bien de cuándo lo habrá. Y hasta qué punto estaremos preparados para enfrentarlo”.
El texto de Nature estableció que los coronavirus que afectaron a los humanos provienen más probablemente de murciélagos que de civetas, como se creyó en el caso del SARS. Esa fue la primera vez en que un CoV pasó de animales a humanos: comenzó en China, en el invierno boreal entre 2002 y 2003, y causó 8.000 infecciones y 800 muertes a medida que se extendió a otros países.
Baric y los demás investigadores hallaron que, además, por esas características que reconocían y les permitía vincular los CoV de murciélagos y los de humanos, se revelaban como “una amenaza potencial, debido a su capacidad de replicarse en cultivos de vías respiratorias humanas primarias”. Eso implicaba que los órganos más susceptible a la infección eran críticos: los pulmones.
También señalaba que, en el caso de los ratones, la capacidad de replicarse en el huésped indicaba que esos CoV podían “causar enfermedad en modelos de mamíferos, sin mutación”. Es decir, que podían pasar directamente, sin alteraciones o adaptaciones, de los murciélagos a los humanos.
Por último, en las pruebas de vacunas, se encontró que los ratones más viejos no respondían al tratamiento que se había desarrollado tras el SARS: “La vacuna no protegió a los animales de edad avanzada". En realidad, se notó en ellos “una mayor patología inmunológica, lo que indica la posibilidad de que los animales resultaran dañados a causa de la vacunación”. Ese nuevo CoV, subrayó Baric, era “altamente patógeno” y los tratamientos desarrollados "no lograron neutralizar y controlar este virus en particular”.
Actualmente Baric estudia la pandemia de Covid-19, con la cual completa 35 años de investigación sobre estos microorganismos y posibles vacunas o drogas para dominarlos, incluidos sus trabajos sobre el SARS en 2002-2003 y sobre el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS) en 2012.
Desde la década de 1990 ha advertido sobre el modo en que la familia CoV puede saltar de los animales a los humanos. Baric es uno de los principales expertos en coronavirus de los Estados Unidos y actualmente dirige el Laboratorio Baric en la Escuela Gillings de Salud Pública Global de UNC, que se especializa en infecciones emergentes y en el modo en que los virus se mueven de una especie a otra y causan enfermedades.
El trabajo de 2015 salió en medio de una pelea entre política y ciencia: el entonces presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, había decidido eliminar los fondos para las investigaciones de riesgo, llamadas GOF (gain of function), como las que se realizan con virus, ya que pueden incrementar la peligrosidad, el nivel de contagio y la cantidad de gérmenes del mundo. Una fuga de un laboratorio de investigaciones GOF es en extremo peligrosa; al mismo tiempo, es allí donde se pueden hallar las vacunas contra estos microorganismos.
“Además de ofrecer preparación contra futuros virus emergentes, este enfoque se debe considerar en el contexto de la pausa ordenada por el gobierno de los estudios GOF”, decía el artículo de Baric. “Junto con las restricciones de cepas adaptadas para ratones y del desarrollo de anticuerpos monoclonales empleando variaciones antigénicas [la capacidad que tienen los virus para disimularse e impedir que el inmunológico del huésped lo identifique], la investigación sobre el surgimiento de los coronavirus y la eficacia de las terapias se puede ver muy limitada hacia el futuro”.
Los científicos pedían: “El potencial para la preparación y la mitigación de brotes futuros se debe evaluar a la vez que el peligro de crear patógenos más peligrosos”.
A finales de 2017 el gobierno de Donald Trump revirtió la medida de Obama y se volvió a la investigación GOF, lo cual incluye la manipulación de patógenos como el del MERS, el SARS, los de la gripe y otros virus como el ébola.
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