En la reciente historia de las elecciones estadounidenses hay dos ejemplos sobresalientes de “comebacks” -más allá de Bill Clinton que fue bautizado como el “Comeback Kid”-, como se conoce al regreso triunfal y sorpresivo de un candidato que logra dar vuelta una elección. El primero, es el de Barack Obama en 2008 cuando se despegó del pelotón de competidores para ganar en la primaria de Carolina del Sur y desde allí no se detuvo hasta convertirse en el primer presidente negro. El otro, que no tuvo éxito final, estuvo a cargo de Newt Gingrich, el “sheriff” republicano, que apareció de la nada en 2012 para tomar ventaja, también en las Carolinas. Joe Biden, es el tercero y el más remarcable con su sorprendente remontada en las primarias del Supermartes. Es el favorito de la dirigencia del Partido Demócrata, “el hombre que puede unir al partido y batir a Trump”, confían, a pesar de no haber tenido un buen comienzo de campaña. El favorito de las bases sigue siendo Bernie Sanders, el senador progresista que suma votos, sobre todo, entre los más jóvenes y las minorías. Pero que muchos, particularmente el establishment demócrata de Washington, piensan que no es la persona que pueda ganarle a Trump su reelección: demasiado a la izquierda para este momento histórico y para enfrentar a un candidato que no tiene ningún prurito en mostrar a su rival directamente como “un traidor comunista de la Guerra Fría”.
Tras el Supermartes, el día en que se definieron las primarias en 14 estados y la jornada en la que hay en juego más delegados a la Convención (se necesitan 2268 votos de los 4535 delegados para ser nominado), Biden aparece liderando con un Sanders todavía muy fuerte que continúa desafiando a los demócratas y al país entero con sus propuestas de un plan de salud universal al alcance de los más pobres y universidades estatales gratuitas. La gran reunión de los demócratas será a mediados de julio en Milwaukee y se espera que para entonces ya haya un candidato definido y no se llegue a una convención dividida. Eso, le daría en bandeja la reelección a Trump. Y así lo entendieron los hasta esta semana otros candidatos que habían tenido papeles destacados durante los debates y que se perfilaban como los contendores más fuertes de Sanders. Pete Buttigieg, el joven ex alcalde de South Bend, Indiana, había tomado impulso, pero las encuestas no le daban ninguna buena noticia en ese Supermartes y los donantes de dinero para la campaña estaban mermando. Se bajó y dio su apoyo a Biden. Lo mismo hizo la senadora Amy Klobuchar, diciendo que Biden “es la persona que va a retornar la decencia y la dignidad a la presidencia”. Finalmente, también se retiró el ex alcalde de New York, el multimillonario Michael Bloomberg, que había puesto 500 millones de dólares de su fortuna para esta primera etapa de su campaña. Su tardía aparición en las boletas y la aparición en un solo debate mostraron que, a pesar de la creencia de muchos estrategas políticos, no siempre el dinero puede comprar candidaturas. También dio su apoyo al ex vicepresidente. Por último, el jueves, fue la senadora Elizabeth Warren de Massachusetts, la que dejó la carrera presidencial.
Los demócratas necesitaban desesperadamente abroquelar a sus seguidores, tratar de minimizar lo máximo posible la lista (en un principio hubo 23 candidatos) de contendientes en la interna y tratar de encolumnar al partido detrás de un candidato de consenso que logre representar tanto al ala progresista como a la más conservadora y a todos los independientes que se niegan a votar a Trump. Si no lo hacen y permiten que el actual presidente gane con amplitud, dejarán todo el poder en sus manos. Se podría quedar con el control del Senado, la Cámara de Representantes, la Corte Suprema y la Presidencia. El mundo tendría que ir ajustándose el cinturón, si esto llegara a ocurrir.
Todo está ahora entre estos dos hombres mayores, de 77 (Biden) y 78 (Sanders) años. El que gane enfrentará a uno de 73 (Trump). Obama (58) había rejuvenecido la Casa Blanca. La Generación X, los Millennials y los Centennials todavía van a tener que votar a gente del Baby Boomer de la posguerra. Sanders tuvo, hasta ahora, los votos de esos jóvenes y muchos hispanos simplemente porque se presentó como un insurgente, un outsider, alguien casi fuera del partido. Pero es difícil de mantener esa ventaja si no amplía su espectro y llega a los trabajadores blancos de los suburbios y, sobre todo, a los negros. Las encuestas marcan que la comunidad afro-americana, en su inmensa mayoría, percibe a Biden como la mejor opción. Lo asocian a Obama: “si él lo eligió como vicepresidente, debe ser bueno”. Tampoco tienen un candidato de su comunidad para ser “el segundo presidente negro”. Y fue fundamental el poyo que le dio Jim Clyburn, el legislador afroamericano más poderoso, tres días antes de las primarias del sábado en Carolina del Sur. Biden tampoco lo puede hacer sólo. Tiene que lograr el apoyo de Sanders y mantener una convención sin grandes fisuras. El rompimiento del partido sería una catástrofe para los demócratas y un triunfo definitivo de los republicanos trumpistas.
Donald Trump es un verdadero animal político. Tiene el ímpetu del bisonte y la visión del águila para ver por dónde atacar. Su estrategia, la que lo llevó al Salón Oval, es la de dividir y reinar. Dividió al país con su discurso populista y su retórica infantil para gobernar con su propia base, los olvidados, los desplazados del sistema, los trabajadores blancos perjudicados por la revolución tecnológica. Es muy difícil que alguno de estos votantes vaya a traicionar a Trump en su posible reelección. Es un público cautivo que está encantado con el discurso de estilo mussoliniano y la espontaneidad de los tuits que el presidente publica en la madrugada.
El candidato demócrata no va a tener ninguna posibilidad de ganar un solo voto en ese electorado. Sólo lo podrá ampliar conquistando a los republicanos moderados que no se sienten representados por Trump. Va a tener que hacer una campaña amplia prometiendo mejorar el Obamacare, el acceso al cuidado de la salud para una gran mayoría que carece de obra social, ofrecer planes para el acceso a la educación y la vivienda de los jóvenes que se enfrentan a matrículas exorbitantes y la imposibilidad de acceder a su primera casa, y una legislación comprensible para reforzar el control de las armas. Esas tres propuestas están en la base de los reclamos de la mayoría de los estadounidenses.
El demócrata que salga de la convención debe estar preparado y muy atento a la aparición de un “cisne negro”, un hecho inesperado que pueda cambiar todo. En la Era de lo Imprevisible que estamos viviendo, abundan los cisnes negros que pueden modificar la realidad de tal manera que lo que hoy puede ser una buena candidatura, mañana ya no tenga ningún sentido. El columnista del New York Times, Thomas Friedman, cree que esa “sorpresa” ya le llegó a Trump y es el coronavirus. Cree que si, como se prevé, la epidemia se extiende por Estados Unidos y el mundo, la economía se resentiría y el multimillonario perdería su principal argumento de campaña: “el país crece más que nunca”. También desnudaría el hecho de que recortó el presupuesto del Centro para el Control de las Enfermedades Infecciosas de Atlanta, un referente mundial en el tema y principal muro de contención de la epidemia a nivel global.
Otras de las advertencias de Friedman es que lo mejor para los demócratas es que el elegido para enfrentar a Trump debe anunciar en la misma noche que la convención lo nomine un gabinete en el que sus principales ministros sean todos sus rivales en la interna. De esa manera, dice, se mostraría la unidad del partido y la voluntad firme de terminar con la grieta profunda creada por Trump en la sociedad estadounidense.
Aún faltan cuatro meses de dura campaña y Biden tendrá que demostrar que es el más capacitado para unir a los estadounidenses y volver a encaminar al país dentro de los carriles de la tradición democrática de “los padres fundadores”, los que redactaron la Constitución de 1787. De lo contrario, Sanders será el candidato y el electorado demócrata tendrá algo más de dificultades para justificar el cambio extremo que el senador plantea. Todo esto, si al próximo cisne negro no se le ocurre irrumpir con alguna otra sorpresa y todo vuelve al primer casillero.