Las cifras son duras, sobre todo si se considera que hace más de 100 años que la educación básica es gratuita y obligatoria en casi todos los países de la región:
- en América Latina, 1 de cada 10 niños no va a la escuela primaria;
- de los 9 restantes, 3 no la terminan y 6 pasan al secundario;
- de esos 6, menos de 3 se gradúan.
El sacerdote Carlos Fritzen preguntó: “¿Adónde van los 7 restantes?”.
En el Salón Bowman del Biltmore Hotel, en Miami, entre los asistentes a la presentación en los Estados Unidos de la Federación Internacional Fe y Alegría nadie arriesgó una respuesta: un silencio consciente del peso del problema —probablemente, una condena casi segura a la pobreza, la exclusión, la violencia, para buena parte del futuro de la región— siguió la exposición del coordinador general de la organización. Que a continuación hizo otra pregunta difícil: “¿Y qué tipo de educación reciben esos tres que logran terminar?”.
Fe y Alegría es una red de fundaciones autónomas, que siguen a aquella que hace 65 años años el jesuita José María Vélaz fundó en Catia, un conjunto de barrios pobres de Caracas. Hoy se dedica a la educación de los niños, adolescentes y jóvenes más desposeídos y vulnerables —esos siete de la estadística que presentó Fritzen— en 22 países, con 1.600 centros donde 40.000 colaboradores atienden a casi un millón y medio de asistentes.
“Miami es un puente entre las culturas latinas, un puente entre las Américas”, siguió Fritzen en el encuentro, realizado el 6 de marzo, que es parte de las reuniones anuales de la federación educativa y se tituló “Escuelas que cambian el mundo”. Por eso la presentación se realizó allí: Fe y Alegría llegó también a África y a Europa, donde asiste a los migrantes, pero su base fuerte está, básicamente, en las naciones de donde viene la mayoría de los emigrados latinoamericanos que dan a Miami su identidad única. “Por eso queremos ampliar la familia de amigos con ustedes, gente conectada con sus países de origen”, dijo.
Luego de su fundación en Venezuela, en 1955, Fe y Alegría se expandió a Ecuador en 1964; luego llegó a Panamá en 1965, a Bolivia y a Perú en 1966, a El Salvador en 1968, a Colombia en 1971, a Nicaragua en 1974, a Guatemala en 1976, a Brasil en 1980, a República Dominicana en 1991, a Paraguay en 1992, a Argentina en 1996, a Honduras en 2000, a Chile en 2005, a Haití en 2006 y a Uruguay en 2008.
“Fe y Alegría es una respuesta de educación en varios contextos de pobreza”, describió el jesuita. “Pero no es cualquier educación: es la mejor educación para todos y todas como un derecho universal que no se puede negar. Por eso ha sido puente para la superación de las varias pobrezas, de muchas formas de violencia y de exclusiones, para mejorar la vida de la gente”.
El concepto de educación popular, inclusiva y de calidad tiene un fin, lo siguió Daniel Villanueva vicepresidente ejecutivo de Fe y Alegría y coordinador en España: “Transformar personas para transformar el mundo es nuestra teoría de cambio" y la educación es, además de instrumento, “la matriz de nuestros valores, que nos permite comprender el mundo”.
Con un eco de la “opción por los pobres” que décadas atrás encarnaron muchos sacerdotes en la región tras el Concilio Vaticano II, Villanueva recordó el impulso inicial de Vélaz para iniciar este proyecto. “Una clara opción por la vulnerabilidad: eso es lo que caracteriza a Fe y Alegría”, dijo. Vélaz intentó una red que comenzara "donde termina el asfalto, donde no gotea el agua potable, donde la ciudad pierde su nombre”, como solía decir.
“La educación es un derecho que abre la puerta a los demás derechos”, siguió el español. Con el objetivo último de forjar “sociedades más democráticas, más participativas, más productivas”, la misión del grupo se divide en cinco grandes categorías, detalló: la educación formal, que concentra el 56% de las actividades; la educación a distancia mediante el Instituto Radiofónico Fe y Alegría (IRFA) y nuevas tecnologías de la comunicación, un segmento de la misión al que también acceden adultos que no pudieron educarse antes; la educación no formal y alternativa, el segundo bloque mayor de actividades, que trabaja con poblaciones indígenas, juventudes y ciudadanía global; formación del profesorado y, por último, dadas las condiciones de vida de las familias latinoamericanas, desarrollo comunitario y servicios sociales.
El caso de Venezuela
El jesuita Manuel Aristorena, al que todos llaman padre Piedra, fue el primero en hablar de un país en específico: no tanto porque Venezuela haya sido el lugar donde se fundó Fe y Alegría como por la enorme migración venezolana a Miami, probablemente la comunidad más representada en la mañana del 6 de marzo en el Biltmore.
“Venezuela es igual a emergencia humanitaria compleja”, sintetizó Aristorena. “Nos costó muchísimos meses que la Organización de las Naciones Unidas lo reconociera, cosa que el gobierno nacional todavía no ha hecho”.
Enumeró: el producto interno bruto del país se redujo en un 62,5%, con una proyección de 75% a fin de este año; la economía se contrajo en un 51%; el 82% de la población no recibe agua regularmente; en promedio, el 64% de los venezolanos ha perdido 11 kilos de peso y cuatro años de esperanza de vida; la cantidad de emigrados se estima por encima de 4.000.000 de personas. “Muchísimos de ellos gente competente y preparada, ¿verdad? Creo que aquí tenemos a varios de ellos”, señaló. Sólo en España el 65% de los venezolanos emigrados tiene títulos de maestría o doctorado.
Si bien el papel de Fe y Alegría ha ganado aun más importancia en un país donde siempre la tuvo, precisamente por esa situación crítica, también la organización ha sufrido por ella: “Tenemos casi un 15% menos de escuelas”, dijo Aristorena. Con una excepción: “Las universidades ya no funcionan en Venezuela, la gente se apunta al Instituto Universitario Fe y Alegría, que comenzó a subir”.
El esfuerzo se mantiene en 175 escuelas, 23 emisoras de radio, 76 centros de capacitación laboral y cinco institutos universitarios. No obstante, el gran plantel de educadores se ha reducido: hay 1.500 puestos vacantes. Los maestros cobran, como en las demás escuelas, entre USD 9 y USD 15 por mes. “Un cartón de huevos cuesta USD 3”, comparó.
Para que la escuela cumpla su función pedagógica, por último, se creó Servicios Fe y Alegría, una segunda organización que se ocupa de la gran gama de necesidades sociales (alimentación, transporte, atención psicológica, entre otras) de los venezolanos.
De Haití al mundo
El sacerdote Emilio Travieso, nativo de Miami, habló de Haití, donde reside y misiona. La organización, que ya existía, creció mucho desde el terremoto de 2010, del que ha quedado una fuerte impronta en Miami: la migración haitiana aumentó mucho entonces, y actualmente hay un barrio llamado Little Haiti. Ese crecimiento también permitió que Foi et Joie se extendiera a otros países francófonos de las ex colonias en África: Chad, Madagascar y la República Democrática del Congo.
Si bien en “un país con retos sistémicos”, como lo definió Travieso, el foco se pone en las intervenciones en la infancia temprana, es decir, el preescolar, para que luego pueda haber escuela primaria, “hemos tenido ya nuestra primera graduación de secundarios”, anunció, mientras proyectaba una imagen de los chicos con sus diplomas, sus togas y sus birretes.
La situación que Fe y Alegría enfrenta en Haití es extrema: el 50% de los niños no termina el primario. Aquellos que logran estudiar encuentran un panorama económico tan desolador que emigran en cantidad masiva: el 84% de los graduados se va del país. Por eso mismo el estado no invierte demasiado en educación, y el 90% de las escuelas son privadas. Como resultado, mucho más que los siete de la estadística de Fritzen se caen del mapa educativo.
Además de brindar los servicios pedagógicos habituales, Foi et Joie trabaja en la intersección de la ecología, la economía y la sociedad, a fines no sólo de educar a los chicos para el trabajo sino apostar a que puedan crear sus posibilidades de generación de riqueza. Como ejemplo, Travieso contó la historia del emprendimiento de apicultura, donde se restauró un área desforestada, los más pequeños aplican sus conocimientos de matemática para construir los panales y los más grandes trabajan en la elaboración de los primeros productos de miel que venderán a Filadelfia.
El Triángulo Norte
“He estado tentado de poner de portada una foto de las caravanas de migrantes”, abrió su presentación Miguel Molina, quien habló sobre Honduras, Guatemala y El Salvador. “Sin embargo, me pareció que eso estaba muy fácil”. Además, explicó, si bien la heterogeneidad social entre esos países es notable, comparten mucho en términos de los conflictos que enfrentan, y eso es lo más destacable hoy. Por eso prefirió presentarlos como una región con problemas específicos.
Los países del Triángulo Norte, dijo, “se han estado peleando los primeros lugares en víctimas de la violencia, los primeros lugares en las ciudades más peligrosas”. Se trata de casi 50 millones de personas en países “que han pasado divisiones, enfrentamientos y hasta conflictos internos”. Y ese pasado se proyecta al presente: “La herencia de esos conflictos armados nos ha dejado conflictos postergados: todo lo generado a partir de aquello que nunca se solucionó”.
Pasó a una diapositiva que mostró eso generado a partir de lo jamás solucionado: modelo económico generador de pobreza, corrupción, maras, sicariato, narcotráfico, atropello a los derechos humanos, entre otros títulos. “Siendo países tan pequeños las respuestas tienen que ser unidos”, sintetizó.
Por su experiencia en el terreno, Molina evaluó que el desafío de las grandes migraciones tiene como origen dos cuestiones: “La gente se está yendo porque no tiene oportunidades y para salvarse de la violencia”. Y no sólo la violencia estereotipada de los pandilleros, también la de género: “Cada 14 horas matan una mujer o una niña en la región: es un número grave, más que el coronavirus”.
Ante el drama de las migraciones, Fe y Alegría en Honduras, Guatemala y El Salvador se presenta como educación pública, hace convenios con los estados y cuenta con recursos de la sociedad civil sobre todo para mantener sus 166 centros, con 2.500 educadores, que sirven a 143.000 niños, jóvenes y adultos.
Colombia, Cuba y los amigos en Miami
Sabrina Burgos presentó la situación en Colombia a partir de las voces de los mismos jóvenes que son el centro del enfoque en ese país: “¿Qué te indigna?”, encuestó Fe y Alegría a los adolescentes y adultos tempranos, y entre una serie de variables como “injusticia, empobrecimiento, exclusión”, se destacó una: “la violencia”. A partir de la indignación, dijo, se organizan la movilización y el compromiso para hacer proyectos concretos: por la seguridad e integridad de los ciudadanos, sobre todo las niñas y mujeres, más vulnerables; por la recuperación de los recursos naturales y por el acceso a la educación de calidad, por ejemplo.
En Colombia opera un centenar de centros Fe y Alegría: 47 para la primera infancia y 53 en los colegios. También existen de 50 programas diferentes de educación y cultura para la paz. Los beneficiarios son casi 135.000 y el equipo lo completan 4.400 trabajadores.
Si bien Fe y Alegría no ha estado formalmente en Cuba, el sacerdote Jorge Cela, ex coordinador general de la Federación Internacional Fe y Alegría y ex presidente de Conferencia de Provinciales Jesuitas de América Latina y el Caribe (CPAL), trabaja hoy por el grupo en su isla natal. “Estamos en estos Centros Loyola, un experimento en el que, después de muchos años, comenzamos a trabajar en educación. Cuando hablo con nuestros educadores decimos que nuestro proyecto es hacer la Cuba que soñamos en este lugarcito, con estos niños”.
Hacia el cierre, cuando Nate Radonski, director ejecutivo de Magis Americas (parte de la Conferencia Jesuita de Canadá y los Estados Unidos) explicó el modo en que la organización espera colaborar con “una de las redes de educación más grandes del mundo, y sin dudas la más grande red jesuita”, básicamente mediante contactos institucionales, algunas personas en el público preguntaron de qué manera ellas, allí en Miami, podrían participar.
Alguien destacó la presencia de Enrique Cuscó, un empresario cuya familia venezolana fue una histórica patrocinadora de la sociedad. Otro comentó que, dado que la rama estadounidense no buscaría abrir escuelas sino crear una red de alianzas, tal vez se podría armar un núcleo de apoyo local. Alberto Villegas, empresario local, sugirió: “Podríamos fundar un Club de Amigos de Fe y Alegría en Miami”. Entre las personas que asentían una llamó su atención: “Y tú, Floralicia, podrías ser la presidenta”. Se refería a la periodista y emprendedora venezolana Floralicia Anzola, quien desde muy chica participó del voluntariado, con ella se quedó hablando sobre el tema al terminar el encuentro.
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