La pequeña ciudad de Burlington se encuentra en el extremo oeste de Vermont y a pocos kilómetros de la frontera con Canadá, justo frente al lago Champlain y en medio de una zona de bosques de pinos, cedros y arces y bajas colinas.
Las viejas construcciones gubernamentales, en ladrillo rojo, las despojadas iglesias protestantes con sus relojes y las grandes agujas sobre el campanario, y también las casas, en su mayoría de madera y siguiendo el estilo de la costa este, se distribuyen de norte a sur sobre la costa del gran lago que separa a Vermont del estado de Nueva York.
Burlington es la ciudad más grande y poblada en uno de los estados más pequeños y deshabitados de los Estados Unidos. A pesar de sus dimensiones acotadas, Vermont se enorgullece de una larga y combativa historia al haber integrado el territorio de la Nueva Inglaterra, rodeado, aunque sin formar parte, de las históricas 13 colonias, los primeros sitios a los que llegaron los colonos provenientes del Reino Unido en el siglo XVII. Estos territorios se rebelarían en 1776, pero Vermont no se uniría a los Estados Unidos sino hasta 1791 y tras un breve período como república independiente.
De acuerdo al último censo, unas 42.000 personas viven en esta ciudad (660.000 en todo Vermont) pero definitivamente la sensación es de que el número es mucho menor. Como en otras partes de Estados Unidos, hay poca gente en las calles caminando y los que allí están lo hacen en silencio y sin alboroto. El otoño podría explicar, en parte, esta particularidad, pero tampoco se ve mucha gente en los bares, restaurantes o incluso en las universidades.
Tampoco hay muchos autos y la irrupción de los buses del transporte urbano en sus largos y espaciados recorridos parece casi anunciada.
Los burlingtonians son gente de nieve y montaña y en la ciudad se ven muchas “camisas de leñadores”, fabricadas con franela gruesa y diseños escoceses. En general son abiertos y generosos pero de pocas palabras, aunque cuando se deciden a hablar lo hacen con mucha rapidez y con una entonación aguda, como si les faltara el aire y con una cadencia.
Junto a Nueva Inglaterra, Canadá es el polo cultural que parece irradiar mayor influencia sobre Burlington, determinando hábitos culinarios -como el jarabe de arce, el Canadian Club y los waffles- o las preferencias políticas que hacen de todo Vermont un bastión del progresismo y del Partido Demócrata en Estados Unidos. Las banderas rojas y blancas con la hoja de arce son casi tan habituales como las de las “barras y estrellas”.
Burlington se enorgullece de su apertura y camaradería para todas las minorías, ya sea parte del colectivo LGBTQ+ (Christine Hallquist se ha convertido en la primera candidata trans a gobernadora de Vermont), afroamericanos, migrantes indocumentados o refugiados (allí, por ejemplo, vive un importante contingente proveniente de la República Democrática del Congo). Incluso, la ciudad y el estado se han convertido en “santuarios” (donde gozan de protección legal) para todos estos grupos, si es que pueden soportar la dura vida en invierno y los altos costos de vida.
En la unidad de Derechos Civiles en la oficina del Fiscal General de Vermont, ubicada en Montpelier (unos 60 kilómetros al este de Burlington), nadie oculta el orgullo de que no existan centros de detención para inmigrantes ilegales en el estado. “Tenemos el imperativo moral de combatirlos”, señaló un miembro de esta oficina en diálogo con Infobae, antes de destacar que el estado se opone al “veto migratorio” impuesto por Trump.
Sin embargo, Vermont no deja de ser uno de los estados más racialmente homogéneos de Estados Unidos: el 97% de la población es blanca y protestante. Sólo New Hampshire es "más blanco”.
Y en los últimos años, desde la llegada al poder del presidente Donald Trump, insisten desde diferentes organizaciones civiles y gubernamentales, los hechos de discriminación y los actos vandálicos contra minorías han ido en aumento también en Vermont, al igual que el crecimiento del llamado “supremacismo blanco”. Aunque la escala, ciertamente, es distinta.
Los “crímenes de odio” sufridos en Burlington se han limitado, hasta el momento, a la quema de banderas representativas del colectivo LGBTQ+ o el despliegue de carteles provocativos. En otros estados, los ataques son más habituales y brutales. Pero aquí prevalece todavía una mayoría inclusiva.
Desde la Fiscalía General limitan un poco el impacto. “Sí, hay más gente dispuesta a reportar estos hechos, ¿pero significa eso que hay un aumento de casos o que antes no se reportaban?”, se preguntan.
Burlington es el bastión político de Bernie Sanders, el histórico senador por Vermont que marcha al frente en de la primarias demócratas para la presidencia, en la cual se enfrenta a Joe Biden (ganador en las primarias de Carolina del Sur), Elizabeth Warren, el ascendente Pete Buttigieg (ganador en Iowa) y el ex alcalde de Nueva York Michael Bloomberg. De hecho, Sanders fue alcalde de Burlington entre 1981 y 1989, un período por el cual es recordado tanto por su promoción de una agenda progresista en el municipio como por su capacidad de negociar y consensuar no sólo con otros demócratas, sino también con los republicanos.
El cuartel general de la campaña presidencial de Sanders, de 78 años, se encuentra en el 131 de Church street, la calle peatonal de adoquines que bordea al palacio municipal de Burlington y que concentra a los principales negocios, restaurantes y pubs en el centro de la ciudad, y que en Navidad es adornada con luces y pinos.
En ese segundo piso de una construcción de dos plantas en ladrillo rojo festejaron las victorias de Sanders del 12 de febrero en la primaria demócrata de New Hampshire, el estado vecino, y del 22 en Nevada.
Sanders no se crió aquí sino en Brooklyn, Nueva York, pero vive en la ciudad desde la década de 1970, cuando llegó entusiasmado por una vida tranquila y bucólica y luego fue tentado para competir para la gobernación de Vermont, obteniendo muy pobres resultados. La puja por la alcaldía de Burlington, donde los vecinos sí lo conocían, llegó poco después y con más éxito: triunfó en 1980, aunque por apenas 10 votos.
Sus cuatro períodos (dos años cada uno) son recordados como una época de políticas sociales centradas en mejorar el acceso a la salud y la vivienda y la protección de derechos de los trabajadores. Fue allí donde forjó su imagen de “socialista", dentro del espectro político estadounidense, e independiente pero siempre bordeando el ala “radical” del partido demócrata, y en oposición a los republicanos.
Aunque se las arregló para negociar con ambos y mantenerse como independiente, haciendo de Burlington un pequeño bastión y escenario desde donde incluso poder criticar el apartheid en Sudáfrica, mostrarse cercano a los sandinistas en Nicaragua, hablar bien de la dictadura cubana o mostrarse “impresionado” por la Unión Soviética en plena Guerra Fría, elementos inusuales en la política estadounidense que sus contrincantes demócratas están intentando reflotar para descalificarlo.
Siempre crítico de los medios masivos de comunicación, Sanders incluso creó en 1984 su propio canal de televisión, Channel 17, como un espacio para “hablar directo con la gente”, fiel al estilo de otros líderes tildados de “socialistas” pero más al sur de la frontera.
El canal comenzó como un registro oficial de las reuniones del ayuntamiento y los discursos de Sanders -su propio micrófono siempre dispuesto-, un “perro guardián del proceso democrático” pensado con el objetivo de “construir comunidad”, como se define a sí misma esta institución en la actualidad.
Luego, se dio lugar a producciones propias (cerca de 15.000 hasta el momento) y espacios gratuitos de difusión abiertos a toda la comunidad, bajo el nombre de “Centro de Medios para la Democracia”, que cuenta con un presupuesto de 7,5 millones de dólares y produce unas 100 horas de contenido al mes.
Prueba de esta apertura por momentos difícil de comprender es que incluso han abierto sus puertas a supremacistas blancos, que tienen su espacio en la televisión pública. “Siempre que no inciten a la violencia”, explican.
Universidades, pubs y cooperativas
Si no fuera por las universidades asentadas en Burlington, entre las que se incluyen la de Vermont (UVM), considerada una de las mejores públicas del país, y Champlain College, la ciudad contaría con una población menor y ciertamente más avejentada.
En cambio, los aproximadamente 13.000 estudiantes de grado y posgrado constituyen un cuarto de los habitantes y son la razón por la que la ciudad tiene tantos bares, restaurantes, librerías y teatros independientes.
Los pubs con boisserie rústica sirven cerveza artesanal proveniente de las muchas fábricas en la ciudad y whisky traído de las destilerías del propio estado, donde también se distribuyen mercados cooperativos atendidos por sus dueños.
El más importante de estos mercados es el CityMarket/Onion River Coop, fundado en 1972 y que cuenta actualmente con dos locales en la ciudad. Desde el 2002 opera en terrenos municipales mediante un acuerdo con el ayuntamiento para proveer a los residentes de alimentos orgánicos de baja huella ambiental así como de productos convencionales a “precios favorables”.
El mercado funciona como una empresa cooperativa y tiene actualmente 12.804 dueños (poco más de un cuarto de la población de Burlington), con una junta directiva que, entre otras cuestiones, debe aprobar los precios de los productos. Cualquiera puede ser miembro comprando una acción de 200 dólares, que puede adquirirse también con pagos anuales de USD 15.
En uno de los pubs, ubicado a dos cuadras del ayuntamiento y muy cerca del mercado, una bartender de rastas grises que llegan al suelo y a las que arrastra con elegancia, como si flotaran sobre el suelo sin llegar a tocarlo, sirve cerveza aromatizada con diferentes moras, mientras el reloj en la calle marca 0° en la escala Celsius, otra extrañeza en la tierra de los Fahrenheit.
Esta fría temperatura es propia del otoño. En invierno las mínimas llegarán a los 12 grados bajo cero en promedio, con extremos de -25 grados.
En el pub hay pocas personas, como en todo Burlington.
Hay que trasladarse a los jardines del campus de UVM, instalado en la única colina de la ciudad, sobre College Street, para encontrar la mayor cantidad de gente caminando, hablando y viviendo, aún cuando la nieve dificulte un poco la socialización.
Tal vez por eso Ken Cosgrove, el ejecutivo de cuentas y escritor de ciencia ficción en la aclamada serie Mad Men, abandonó Burlington por las luces de avenida Madison en Nueva York, al igual que Sanders finalmente también lo hizo por Washington D.C., donde desde hace largos años, primero en la Cámara de Representantes y luego en el Senado, reniega con sus compañeros demócratas, pelea con los republicanos y sueña con la Casa Blanca.
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