La atención de todos los medios del mundo que siguen la política estadounidense estuvo concentrada en la inverosímil novela protagonizada por el Partido Demócrata desde el lunes, cuando se realizaron los caucus de Iowa. La primera escala en la larga carrera para elegir al candidato presidencial que competirá contra Donald Trump en noviembre resultó más complicada de lo esperado.
Los resultados, que normalmente se conocen la misma noche de las asambleas vecinales, empezaron a divulgarse el martes y por goteo, en medio de denuncias de inconsistencias y llamados a repetir el escrutinio. Recién el jueves a la noche se reportaron los números del 100% de los distritos, que mostraron un empate técnico entre Bernie Sanders y Pete Buttigieg.
Al senador por Vermont lo votaron más personas, pero el ex alcalde de South Bend cosechó algunos delegados más de nivel estatal. No obstante, ambos se llevaron 11 de los 41 delegados que aporta Iowa a la Convención Nacional. Se necesitan 1.990 para ganar, así que esto recién empieza.
Lo que muchos no saben es que también los republicanos tuvieron sus propios caucus en Iowa el lunes pasado, y que el presidente Trump no su único precandidato. Bill Weld, que fue gobernador de Massachusetts entre 1991 y 1997, y Joe Walsh, miembro de la Cámara de Representantes por Illinois entre 2011 y 2013, se animaron a enfrentarlo.
No les fue nada bien. Trump recibió el 97,1% de los votos de las 32.389 personas que participaron y se quedó con 39 de los 40 delegados que se ponían en juego. Weld terminó segundo, con 1,3% de los votos y el delegado restante. Walsh, tercero con 1,1%, no tendrá representación en la Convención Nacional Republicana, que nominará al candidato entre el 24 y el 27 de agosto. Para ganar se necesitan 1.276 delegados, y absolutamente nadie duda de que Trump los conseguirá.
“Weld y Walsh argumentan que hay cierto rechazo a Trump dentro de la organización, y quieren probarlo haciendo campaña en su contra. A juzgar por Iowa, no hay mucha oposición, pero tratar de demostrarlo no es una pérdida de tiempo. No es poca cosa que el Partido Republicano se mueva hacia la nominación a un segundo mandato de un presidente sometido a un juicio político. Es la primera vez que ha sucedido en la historia de Estados Unidos. Es bueno que el partido al menos lo discuta antes de hacerlo”, dijo a Infobae Seth Masket, profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Denver.
El golpe fue tan duro para Walsh que el viernes desistió de su precandidatura. “Quiero detener a Trump. Creo que es una amenaza para este país (...), pero no puede ser derrotado en las primarias republicanas, así que no hay razón para que yo, o cualquier candidato, esté allí. El partido se ha convertido en una secta”, dijo en una entrevista con CNN.
Pero Weld no está de acuerdo, así que sigue en carrera. También Roque Rocky de la Fuente, un empresario que tiene en su currículum numerosas candidaturas frustradas por distintos partidos. Ni siquiera figuró en Iowa, pero aspira a arañar algún voto en los próximos estados.
Puede ser extraño que un partido decida gastar una fortuna y movilizar a millones de personas a lo largo del país para confirmar al presidente como candidato, cuando nadie discute seriamente su liderazgo. Pero la razón es sencilla. Los partidos estadounidenses tienen una arraigada democracia interna, que aunque no está exenta de problemas y de cuestionamientos, funciona. Por eso, sería impensable que el Comité Nacional decidiera postular a alguien sin consultar a sus activistas y votantes. Ni siquiera al presidente.
“El Partido Republicano no puede nominar directamente a Trump, a menos que se deshaga de un enorme aparato que involucra a miles de personas. Tendría que haber otro proceso para la selección de los delegados para la Convención. Dado el gran número de intereses involucrados, como los estados, los funcionarios electos en todos los niveles y los grandes donantes, generar nuevas reglas podría ser una tarea lenta y difícil”, explicó Paul A. Djupe, profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Denison, consultado por Infobae.
No es algo particular de los republicanos. Lo mismo sucedió con los demócratas en 2012, cuando Barack Obama era presidente y aspiraba a la reelección. Varios personajes menores compitieron sin éxito contra él, como el abogado John Wolfe Jr., que recibió 116.639 votos y 23 delegados. Pero Obama se impuso con el 88,9% y 3.166 delegados, 783 más de los necesarios para ganar.
El partido del presidente
Que haya democracia interna y que cualquier miembro del partido tenga derecho a competir en las urnas contra el mandatario en ejercicio no significa que la disputa sea equilibrada, está claro. El Presidente cuenta con todos los recursos a su favor. Por ejemplo, hay cinco estados con direcciones partidarias muy alineadas con su proyecto que decidieron no hacer primarias este año. Son Kansas, Alaska, Carolina del Sur, Arizona y Nevada.
“Algunos estados, como Carolina del Sur, cancelaron sus primarias en un intento transparente de ayudar a Trump. Pero la mayoría continuará celebrándolas aunque solo sea porque de alguna manera hay que elegir a los delegados para la Convención Nacional que se realizará durante el verano y que volverá a nominar a Trump como el candidato republicano”, sostuvo David Lublin, profesor de gobierno de la Universidad Americana, en diálogo con Infobae.
Obviamente, no esa esa la razón que dan las autoridades locales. Es más diplomático hablar de la necesidad de evitar gastos superfluos. “Sin ningún aspirante legítimo a las primarias y con el historial de resultados del presidente Trump, se tomó la decisión de ahorrar a los contribuyentes más de 1.200.000 dólares y renunciar a unas primarias innecesarias”, dijo Drew McKissick, titular del Partido Republicano de Carolina del Sur, al justificar una resolución que algunos dirigentes consideran antidemocrática.
“Las primarias son un poco un tira y afloja entre los estados y los partidos. En algunos distritos, el gobierno estatal es más asertivo y fija las reglas. En otros, los partidos mandan. La mayoría de los estados donde las primarias han sido canceladas tienen un sistema más permisivo, en los que los partidos tienen mayor control”, dijo a Infobae Jeremy Pope, profesor de ciencia política de la Universidad Brigham Young.
Otra muestra de la desigualdad entre el presidente y cualquier otro precandidato se encuentra en el dinero, que es indispensable para cualquier elección. Weld y Walsh recaudaron en el último trimestre 411.000 y 245.000 dólares, respectivamente. Trump, casi 46 millones. Es lógico, ¿quién estaría dispuesto a invertir en una causa perdida, que hasta podría traer consecuencias por el eventual enojo del presidente? Así, es casi imposible llevar adelante una campaña.
Pero esas ventajas estructurales con las que cuenta un mandatario en ejercicio para dominar a su partido se apoyan en un supuesto: que sea popular entre sus votantes. Es lo que pasa con Trump, cuyo gobierno aprueba el 89% de los republicanos, según una encuesta reciente de Gallup.
“Hay varias razones para sostener las primarias en estos casos —dijo Djupe—. Someter la decisión al voto popular otorga legitimidad, aunque solo una señal débil dada la falta de una fuerte oposición. Darle a la gente una salida tiende a promover una mayor participación electoral, que es un objetivo clave de los partidos. Además, quiénes van a votar es una información pública que le da al partido una fuerte señal de quién es un republicano comprometido, un dato inestimable para la movilización y la recaudación de fondos en el futuro”.
Lo que garantizan las primarias es que, en caso de que haya un mandatario impopular entre los miembros de su propia fuerza, un adversario tendrá la posibilidad de disputarle la nominación. Es lo que le pasó a George H.W. Bush en 1992, que llegó a los comicios de ese año con una caída de imagen sostenida.
Patrick Joseph Buchanan, un columnista televisivo conservador, que había sido asesor de Richard Nixon y de Ronald Reagan, fue una piedra en el zapato para Bush. Cuando al término de las primarias de New Hampshire, que habían abierto la carrera, se anunció que Buchanan había recibido el 37,5% de los votos, contra 53,2% de Bush, muchos creyeron que este realmente podía perder. El efecto inicial se fue desinflando y el Presidente logró la nominación con holgura, pero su rival terminó cosechando 2,9 millones de votos, que representaron un para nada desdeñable 23 por ciento.
Esa señal de descontento que dejaron las primarias republicanas motivaron al empresario Ross Perot a presentarse como candidato independiente en las elecciones generales de ese año, en las que obtuvo el 18,9% de los votos. Su presencia fue esencial para debilitar la candidatura de Bush, que fue claramente superado por Bill Clinton, por 43% a 37,4% en la competencia por el sufragio popular y por 370 a 168 votos en el Colegio Electoral. Bush es el último mandatario estadounidense que no logró la reelección.
Luchar contra molinos de viento
Son varias las razones que pueden llevar a un dirigente político a embarcarse en una competencia sabiendo que no tiene ninguna perspectiva realista de ganar. Muchos son pequeños empresarios de la política, que se postulan continuamente a distintos cargos, sin ganar nunca ninguno, con el objetivo de recaudar algunos miles de dólares cada vez. Es un medio de vida. Pero no todos los casos son así. El mejor ejemplo es el de Bill Weld, que es un político de cierta trayectoria.
“Este tipo de contendientes suele estar motivado por una mezcla de profundo desacuerdo con quien gobierna y por el deseo de recibir atención, pensando en su futuro político. Ni Weld ni Walsh ocupan un cargo actualmente, por lo que no tienen nada que perder, además de que obtienen una plataforma para sí mismos y para sus ideas, aunque algunas de ellas son solo una profunda desaprobación del presidente actual”, señaló Djupe.
Weld comenzó su carrera como fiscal para el distrito de Massachusetts y fiscal general adjunto para la División Penal, durante el gobierno de Ronald Reagan, hasta que en 1990 ganó las elecciones para la gobernación de Massachusetts. En 1994 obtuvo la reelección por un muy amplio margen y en 1996 compitió por un lugar en el Senado contra el demócrata John Kerry, que ocupaba la banca desde 1985. Perdió, pero los comicios fueron más parejos de lo esperado.
Renunció a la gobernación en 1997, luego de que Clinton le ofreciera ser embajador en México, pero no llegó asumir porque el Senado, controlado por el Partido Republicano, bloqueó su designación. Sus propios compañeros de partido lo consideraban demasiado liberal.
En 2006 trató de ser gobernador de Nueva York, el estado en el que nació, pero perdió la interna republicana ante John Faso. Su último papel relativamente destacado fue acompañar en 2016 a Gary Johnson como candidato a vicepresidente por el Partido Libertario, que salió tercero con el 3,3% de los votos.
“Me presento para ofrecer la oportunidad de elegir un presidente que realmente crea en los principios de gobierno limitado, mercados libres y justos, y oportunidades económicas para todos. Principios que, hasta hace poco, eran las marcas registradas de un gran partido político (...) Creo en el Estado de Derecho, y en que se aplica a todos, incluido el Presidente. Creo que la Constitución significa lo que dice, en lugar de burlarse de los límites que establece al poder de los presidentes y del gobierno federal”, dijo Weld el año pasado, al anunciar su precandidatura.
“Weld y Walsh no decidieron competir tanto para ganar como para ver si podían despertar sentimientos anti Trump dentro de los republicanos, como base para quitarle el partido en el futuro. Además, cuanto mejor lo hicieran, más podrían debilitarlo en las elecciones generales”, dijo Lublin.
De todos modos, el caso de Walsh es diferente al de Weld. Empezó siendo un trabajador social y pasó por distintas organizaciones benéficas, hasta que comenzó a militar activamente en el Partido Republicano en los 90. Tras postularse sin éxito a una banca en la Cámara de Representantes, viró hacia posturas más conservadoras y se incorporó al Tea Party, el movimiento que agrupa a los republicanos que defienden esos valores.
Con esa plataforma se impuso en 2010 a su rival demócrata en el octavo distrito de Illinois y así accedió a la Cámara de Representantes. Fue congresista durante dos años, pero lo derrotaron cuando intentó renovar su banca. Luego se alejó de la política y empezó a trabajar en radio, donde se convirtió en un habitual propalador de teorías conspirativas, hasta que fue despedido por hacer comentarios racistas al aire.
Lo curioso es que fue un fiel defensor de Trump y apoyó su candidatura en 2016, pero aparentemente se arrepintió. “Ayudé a crear a Trump, no hay duda de ello (...), pero representa lo peor de nosotros”, sostuvo al justificar su decisión de competir contra él.
Rocky de la Fuente es el que más se ajusta al primer modelo. Es un empresario que se postuló a todo tipo de cargos en los últimos años, pero no ganó nunca. El extremo se produjo en 2018, cuando se presentó como precandidato a senador en nueve estados al mismo tiempo. Ahora es simultáneamente precandidato a presidente y a congresista por el distrito 21 de California.
No es la primera vez que apunta al cargo mayor. En 2016 trató de ser candidato por el Partido Demócrata, pero como no pudo fundó el American Delta Party, que luego consiguió el apoyo del Partido Reforma, fundado por Ross Perot en 1995. Obtuvo 33.136 votos (0,02%) y salió octavo. En el camino, su campaña recaudó más de 8 millones de dólares.
MÁS SOBRE ESTE TEMA: