Es imposible entender cómo se seleccionan los candidatos a presidente en Estados Unidos sin comprender antes cómo son los comicios presidenciales. Para empezar, ambas elecciones son indirectas. El 3 de noviembre los ciudadanos no votarán por Donald Trump ni por su rival demócrata, sino por los miembros del Colegio Electoral que los representarán. Trump ganó las elecciones de 2016 porque cosechó más electores que Hillary Clinton (304 frente a 227), a pesar de haber recibido 2,8 millones de votos menos en todo el país.
La razón de esta aparente incongruencia es que la democracia estadounidense es extremadamente federal y los estados tienen un rol central en el proceso electoral. Más que comicios nacionales, el día de la elección hay 51 comicios simultáneos: uno en cada estado y en Washington DC. Cada distrito elige un número de electores proporcional a su población, así que lo habitual es que el candidato que recibe más votos en el país sea también el que gana en el Colegio Electoral. Pero hay excepciones, como Trump en 2016 o George W. Bush en 2000.
¿Cómo es posible? Aunque un postulante se imponga por un solo voto en un estado, se lleva la totalidad de los electores en juego. Además, los que tienen menos población tienden a estar sobrerrepresentados en el Colegio Electoral. Clinton recibió más votos en 2016 porque en California le sacó cuatro millones de diferencia a Trump, pero este se impuso en más estados que ella y así ganó la elección.
De la misma manera, los votantes demócratas no elegirán directamente a su precandidato preferido, sino a los delegados que los representarán en la Convención Nacional, que se celebrará entre el 13 y el 16 de julio en Milwaukee, Wisconsin, con la misión de ungir al vencedor. No va a ser candidato el que más votos obtenga, sino el que sume más delegados.
En todo el país se elegirán 3.979 delegados entre el lunes, cuando Iowa abra el ciclo, y el 6 de junio, cuando Islas Vírgenes lo cierre. Para quedarse con la nominación es necesario obtener 1.990 apoyos en la primera votación que se realiza en la Convención. Si nadie alcanza ese número, hay una segunda votación, en la que los delegados de los precandidatos sin chances pueden acompañar a alguno de los que recibieron más votos, y en la que entran en juego unos personajes muy controversiales, llamados superdelegados.
A diferencia de los otros, no fueron elegidos en las primarias con el mandato de apoyar a un precandidato en particular. Son cuadros partidarios de cierta trayectoria, como legisladores de nivel estatal o ex congresistas, que pueden apoyar al competidor que prefieran. Hasta 2016 podían participar también de la primera votación y una abrumadora mayoría apoyó a Clinton ante Bernie Sanders. El cuestionamiento a su papel fue tan grande que el partido decidió relegarlos, para que no sean tan decisivos.
“Por lo general, un precandidato es capaz de ganar suficientes delegados a través del proceso de votación estado por estado, de modo de tener la garantía de ganar en la primera votación. Así que la Convención Nacional es en gran medida ceremonial y simbólica”, dijo a Infobae Benjamin Knoll, profesor de política del Centre College.
La presencia de superdelegados no es la única diferencia entre las primarias demócratas y la elección general. Hay otras y muy importantes. La primera es que, además de los 50 estados y de Washington DC, participan cinco territorios estadounidenses no incorporados, sin derecho a elegir después al presidente. Son Puerto Rico, Samoa Americana, las Islas Marianas del Norte, Guam y las Islas Vírgenes.
Si bien hay relación entre la población y la cantidad de delegados que elige cada lugar, ese criterio se combina con otro: la fortaleza electoral del Partido Demócrata allí. Por ejemplo, Massachusetts y Tennessee tienen prácticamente el mismo número de habitantes (6,9 y 6,7 millones), pero el primero, que es un bastión azul, tiene 91 delegados, y el segundo, donde suelen ganar los republicanos, tiene 64.
Obviamente, el distrito más importante es California, que es el estado más poblado y una fortaleza demócrata. Elige a 415 delegados. Le siguen en relevancia Nueva York (274), Texas (228) y Florida (219). En el extremo opuesto están dos de los territorios, Samoa y las Marianas, que apenas designan a seis.
En los cinco meses que dura el proceso habrá 19 jornadas de votación. No falta mucho para la más esperada: será el 3 de marzo, el “supermartes”. Ese día se votará en 15 jurisdicciones —entre ellas California y Texas—, que en conjunto asignarán 1.357 delegados. Si se suman Iowa, New Hampshire, Nevada y Carolina del Sur, que sufragan en febrero, el 3 de marzo a la noche se habrá elegido ya al 38% de los delegados. A menos que la disputa sea extremadamente pareja, es probable que a esa altura empiece a perfilarse el ganador.
Otra diferencia con la elección general es que no se aplica el sistema de que “el ganador se lleva todo”. El número de delegados que se lleva cada precandidato en un estado es proporcional a los votos que recibe. La única restricción es que debe superar el umbral del 15 por ciento. Quienes no lleguen a esa proporción se quedan sin delegados en ese estado.
Para hacer aún más complicado al sistema de selección de candidaturas, los partidos dan una enorme libertad a los estados para definir las reglas de votación. En algunos, los comicios son abiertos, lo que significa que cualquier votante registrado puede participar, aunque no esté afiliado al partido. Pero en otros son cerrados y solo los miembros activos de la fuerza están habilitados.
“Son métodos utilizados por los estados desde hace muchos años y los partidos nacionales nunca han tenido la capacidad de dictar la forma en que se elige a los nominados. Las fechas y las reglas de las primarias se han estandarizado en cierta medida desde principios de la década de 1970, pero en última instancia los estados siguen teniendo mucha libertad para determinar sus reglas de designación, el momento de las primarias y sus procedimientos de selección de delegados”, sostuvo Robert G. Boatright, profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Clark, en diálogo con Infobae.
La distinción más importante con los comicios generales es que, técnicamente, no hay primarias en los 56 distritos, sino en 49. En esos se eligen los precandidatos con el método de votación estándar utilizado en todo el mundo: las personas entran a una cabina, marcan el nombre del postulante de su preferencia en una boleta, la depositan en una urna y se van.
En los otros siete distritos, los delegados se eligen con un mecanismo completamente diferente: el caucus. El sistema se aplica en Nevada, Dakota del Norte, Wyoming, Samoa Americana, Guam e Islas Vírgenes. Pero sobre todo es conocido porque así se vota en Iowa, donde se posan los ojos de todo el país cada cuatro años por ser la largada de la carrera por la presidencia.
“La forma en que los estadounidenses nominan a los candidatos presidenciales es compleja y confusa. Las reglas que se utilizan en cada estado están determinadas por los partidos y las leyes estatales, con alguna orientación a partir de las normativas nacionales. Por eso, el proceso de designación puede variar entre los estados y dentro de uno puede haber diferencias entre los dos principales partidos. Desde 1970, las normas utilizadas por los demócratas han impulsado a muchos a utilizar primarias para seleccionar a los delegados, porque tienen mayor porcentaje de participación. Pero unos pocos, en particular Iowa, usan caucus, que normalmente tienen un nivel de participación más bajo, aunque los que concurren lo hacen con mayor implicación e intensidad”, explicó Peverill Squire, profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Missouri, consultado por Infobae.
Los caucus de Iowa
Este estado de 3,1 millones de habitantes —mayoritariamente blancos—, ubicado en el centro del país y de inclinación republicana, no tiene demasiadas razones objetivas para ser dueño de un lugar tan importante en las primarias presidenciales. Los demócratas eligen allí apenas a 41 delegados, que representan el 10% de los que tiene California y el 1% del total.
“Iowa elige solo un pequeño número de delegados. Después quedan por votar otros 49 estados, Washington DC y los territorios. Las primarias de New Hampshire, que es el segundo evento, también eligen un pequeño número. La importancia de Iowa y New Hampshire es que reciben mucha atención de los medios, lo que magnifica el apoyo que pueden recibir los precandidatos. Generalmente, hay cierto número que se retira de la carrera después de estos comicios porque no logran obtener el respaldo de los votantes”, dijo a Infobae Barbara Norrander, profesora de la Escuela de Gobierno y Políticas Públicas de la Universidad de Arizona.
Desde Jimmy Carter en 1976, el Partido Demócrata eligió nueve candidatos en primarias —sin contar cuando el propio Carter, Bill Clinton y Barack Obama fueron por la reelección—. De esos nueve, siete empezaron la carrera ganando Iowa. Las excepciones son Michael Dukakis, que en 1988 fue superado por Dick Gephardt, y Bill Clinton, que en 1992 perdió ante Tom Harkin. Estos antecedentes explican por qué las campañas destinan tanto tiempo y dinero en convencer a los ciudadanos de Iowa.
“Los caucus de Iowa no son importantes por los delegados que aportan a la Convención, sino por la señal que envían al resto del país. A diferencia de las encuestas o de las entrevistas a personas en la calle, proporcionan la primera indicación de lo que votantes reales, que están interesados y bien informados, piensan sobre los precandidatos de su partido. Los caucus no se tratan de números en sí mismos, sino de expectativas. ¿A qué precandidatos les fue mejor de lo esperado y a cuáles peor? Ofrecen un vistazo a los puntos fuertes y débiles de los distintos postulantes. Históricamente, cerca del 70% de los demócratas que ganan un caucus disputado terminan ganando la nominación. Pero solo dos veces uno de ellos ganó después la presidencia: Carter en 1976 y Obama en 2008”, dijo a Infobae Dennis J. Goldford, profesor de ciencia política de la Universidad Drake.
¿Qué es un caucus? Esencialmente, una asamblea barrial. En vez de depositar un voto secreto en una urna, los vecinos de los 1.678 distritos en los que se divide el estado se reúnen en una escuela, en una biblioteca pública o incluso en la casa de alguien para discutir quién es el mejor postulante para su partido. Es un ejercicio de democracia participativa, donde se supone que los simpatizantes de uno tratan de convencer con argumentos a los otros.
Empiezan a las 7 de la tarde, cuando la mayoría de las personas ya salieron del trabajo. Antes podían durar hasta dos o tres horas, pero en los últimos años se fueron agilizando y se espera que los del lunes se resuelvan en una hora. Tras una instancia inicial de debate, hay una primera votación. Hasta 2016, ninguno de los asistentes tocaba ningún papel. Simplemente, los partidarios de los distintos competidores se agrupaban en diferentes rincones del recinto. Ahora, para darle mayor transparencia al proceso, las personas tendrán que anotar el nombre de su preferido en una hoja.
Una vez que están todos ubicados, se procede a contar cuántas personas tiene cada contendiente. Los que no llegan al 15% quedan fuera de competencia en ese momento. Entonces, hay un breve intercambio entre los presentes, en el cual los simpatizantes de los que siguen en carrera tratan de persuadir a los que se quedaron sin candidato de que se les sumen. Finalmente, los huérfanos eligen un nuevo representante y se realiza el segundo conteo, el definitivo.
“Los caucus llevan toda una tarde y, por lo tanto, tienden a tener niveles de participación mucho más bajos —dijo Knoll—. En 2016, alrededor de un tercio de los votantes participaron en primarias y solo una décima parte lo hizo en caucus. Dicho esto, los últimos suelen ser votantes muy activos e informados. Los caucus se basan en la filosofía de la democracia deliberativa, en la que los ciudadanos deben debatir y discutir sus opciones con sus vecinos. Las primarias dan prioridad a un proceso más amplio, rápido y eficiente para tratar de atraer al mayor número de personas posible”.
Los competidores
Estas primarias serán las más superpobladas de la historia demócrata. En este momento quedan 12 candidatos anotados. Eran más de 20, pero las dificultades para recaudar fondos y la indiferencia que registraron las encuestas con sus postulaciones llevaron a varios a renunciar antes de la primera batalla.
Los que quedan en carrera son, en orden alfabético, el senador Michael Bennet (Colorado, 2009), el ex vicepresidente Joe Biden (2008 — 2016), el ex alcalde Michael Bloomberg (Nueva York, 2002 — 2013), el ex alcalde Pete Buttigieg (South Bend, Indiana, 2012 — 2020), el ex congresista John Delaney (Maryland, 2013 — 2019), la congresista Tulsi Gabbard (Hawaii, 2013), la senadora Amy Klobuchar (Minnesota, 2007), el ex gobernador Deval Patrick (Massachusetts, 2007 — 2015), el senador Bernie Sanders (Vermont, 2007), el magnate Tom Steyer, la senadora Elizabeth Warren (Massachusetts, 2013) y el emprendedor Andrew Yang.
Desde mediados del año pasado, los sondeos de opinión muestran a Biden al tope de las preferencias de los demócratas a nivel nacional. Es un abogado nacido en Scranton, Pennsylvania, que hizo la mayor parte de su carrera política en el vecino estado de Delaware, donde fue elegido senador entre 1973 y 2009. Tiene 77 años y dos semanas después de las elecciones de noviembre cumplirá 78.
Es el hombre del establishment demócrata. Con ideas y un discurso moderado, contrasta con la altisonancia de Trump y propone que la política vuelva a ser como antes, predecible y respetuosa de las reglas de convivencia. Quedó en el centro del juicio político contra el presidente, ya que la acusación de la Cámara de Representantes es que el mandatario retuvo ayuda militar destinada a Ucrania para forzar a su gobierno a investigar los vínculos de Biden y de su hijo Hunter con la principal compañía energética del país.
Tiene la ventaja de ser el candidato más aceptable para los independientes que no quieren a Trump, y quizás incluso para algún republicano de centro que tampoco se siente cómodo con el presidente. Pero el ala izquierda del Partido Demócrata lo mira con desconfianza por su rechazo a cualquier reforma profunda del sistema político y económico.
Biden tiene un 26% de intención de voto, según el promedio de encuestas que realiza FiveThirtyEight. En segundo lugar, con 21%, aparece Sanders, que viene creciendo sostenidamente en los últimos meses. En junio del año pasado, la diferencia era de 16 puntos, pero ahora se achicó a solo cinco. Tuvo siempre un pie adentro y otro afuera del Partido Demócrata, se define como socialista y es desde hace algunos años la máxima referencia de la izquierda estadounidense.
Fue la irrupción de la interna demócrata en 2016 por la gran cantidad de apoyo que concentró entre los jóvenes, a pesar de que en ese momento tenía 75 años. Va a llegar a los comicios de noviembre con 79 y sigue siendo el que más entusiasmo despierta en las nuevas generaciones. Cuenta con el apoyo de Alexandria Ocasio-Cortez, la mujer más joven de la historia en llegar a la Cámara de Representantes, con 29 años —ahora tiene 30—.
Si bien no pudo derrotar a Clinton en las primarias pasadas, logró que la competencia fuera mucho más pareja de lo que se preveía, incluso a pesar de tener en contra el aparato partidario. Ahora apuesta a la misma estrategia: un discurso combativo, que apunta a una transformación radical de la economía, a atacar las grandes fortunas y a crear un sistema de salud público y universal.
A diferencia de Biden, tiene más potencial de convocar a los desencantados del sistema político, para que vayan a votar y no se queden en sus casas como hicieron muchos en 2016. Como contrapartida, asusta a los ciudadanos moderados que no quieren a Trump, pero que menos aún quieren cambios abruptos que puedan afectar su modo de vida.
Tercera está Warren, con 15% de apoyo. Es amiga de Sanders y es quien tiene ideas más parecidas a las suyas, a pesar de que progatonizaron una pelea en el último debate, en el que ella lo acusó de decir que una mujer no podía vencer a Trump. En octubre le pisaba los talones a Biden y duplicaba en intención de voto a Sanders, pero algunos traspiés la hicieron perder perder 11 puntos en los últimos cuatro meses.
Aunque tiene 70 años, es un rostro relativamente nuevo en la política estadounidense. Es una académica especializada en derecho de quiebras, que se hizo conocida por su fuerte posicionamiento público contra los bancos en la crisis de 2008. Asesoró a Obama para su reforma financiera y en 2013 llegó a su primer cargo electivo, al conseguir una banca en el Senado.
También propone transformaciones profundas y comparte con el veterano senador la ambición por un plan de salud gratuito para todos, por más que debió moderar algunos de sus proyectos por ser de difícil realización. Como su amigo, es más atractiva para la base demócrata, pero genera tanto rechazo como él entre los votantes más centristas.
Cuarto en las encuestas está Bloomberg, con 8%, pero con una tendencia ascendente. Fue el último en anunciar su candidatura. Lo hizo sorpresivamente en noviembre, justo a un año de los comicios. Muchos lo definen como el hombre que Trump habría querido ser, porque también es un magnate, pero empezó verdaderamente de abajo y terminó creando una compañía de servicios financieros, software y medios de comunicación que es respetada en todo el mundo.
A diferencia de lo que podría esperarse de un demócrata de Nueva York, es, junto con Biden, el candidato más moderado. Fue independiente y también tuvo un paso por el Partido Republicano mientras gobernó la gran ciudad. Su estrategia es arriesgada: eligió obviar Iowa, New Hampshire, Nevada y Carolina del Sur, para centrarse en los estados en los que se vota a partir del supermartes. En pocos días cumple 78 años y, como el ex vicepresidente, es mirado con sospecha por la izquierda del partido.
Quinto, con 7%, aparece Buttigieg, el precandidato más joven. Tiene 38 años recién cumplidos y como única experiencia política haber gobernado una ciudad de 100.000 habitantes. Para muchos votantes le falta recorrido, pero es un excelente comunicador y, con un discurso moderado, conecta con los jóvenes y es expresión de una renovación generacional. De hecho, es el primer postulante a presidente competitivo que es abiertamente gay.
Sexta aparece Klobuchar con 4 por ciento. Esta abogada que fue muy reconocida por su trabajo como fiscal, está a mitad de camino entre moderados y radicales y apuesta a ser la sorpresa en Iowa. Es de Minnesota, que limita al norte con el estado que inaugurará la competencia este lunes, un dato que —está claro— no puede ser soslayado. El promedio de los sondeos la ubica cuarta en Iowa, con 9%, y viene creciendo en las últimas semanas.
En el estado hay una paridad absoluta entre Biden y Sanders, ambos con 22 por ciento. Tercero está Buttigieg, que hizo una campaña muy intensa allí y que llegó a liderar con 24% en noviembre, pero cayó ahora a 16 por ciento. En cuarto lugar, con 14%, está Warren. Y, como era de esperar, Bloomberg apenas araña un 1 por ciento. De todos modos, en un distrito donde se vota de una manera tan peculiar, y donde apenas participa el 15% de las personas habilitadas, las encuestas pueden ser una herramienta de análisis muy ineficiente.
MÁS SOBRE ESTE TEMA: