Paul A. Zolbrod ha vivido en Albuquerque, Nuevo México, durante casi toda su vida: llegó para estudiar en la universidad la cultura del pueblo Navajo y se quedó. Pero antes de formar allí una familia, el en ese entonces joven de familia judía y oriundo de Pensilvania fue obligado a servir como soldado en la Guerra de Corea, un conflicto que dividió la península entre norte y sur, escenario geopolítico que persiste hasta el día de hoy. Y allí, a los 21 años, tuvo su primera experiencia de Navidad: la pasó enfermo y solo en un hospital entre personas con las que apenas podía comunicarse, sin tener mucha idea del rito cristiano.
Fue la historia que lo transformó.
“Que el relato de la Navidad sea verdadero no viene al caso: significa algo. Paz, buena voluntad. Aquella Navidad de 1954 me marcó. Y cada Navidad pienso en la experiencia”, dijo a KRQE Media, la televisión local de Albuquerque, al recordar aquel evento. “Esta es la época del año para que las personas de todas las religiones y todas las ideas encuentren algo en común”,agregó.
Este año, el Museo de la Familia Militar de los Estados Unidos, en Tijeras, Nuevo México, recordó el evento, con Zolbrod como protagonista, en la exhibición de un día “El villancico de Navidad de un soldado, Hospital Militar de Tokio, 1954”.
Zolbrod había crecido en una comunidad minera y rural de Filadelfia, donde la memoria de los muertos durante la Segunda Guerra Mundial pesaba mucho todavía cuando Estados Unidos comenzó a mandar tropas para intervenir en el conflicto coreano. Hacia la Navidad de 1954, luego de tres años de combate que lo habían hecho cuestionarse mucho la moralidad de la guerra, estaba internado en el Hospital Militar de Tokio, con una enfermedad grave que no lograban diagnosticarle. Apenas lograba entenderse con el personal médico que lo atendía. “Fue la primera vez que conocí realmente la historia de la Navidad, y todo lo que significaba”, contó el veterano de guerra.
Un día los militares japoneses, que no adhieren a ninguna de las ramas del cristianismo, aparecieron, aunque sin mayores conocimientos sobre qué hacer con él, con un árbol de Navidad y una caja de ornamentos al pabellón donde estaba Zolbrod. Él tampoco sabía muy bien qué hacer: pertenecía a una familia judía y nunca había armado un árbol de Navidad. En otro pabellón, donde había pacientes de Turquía, muchos musulmanes tampoco tenían la costumbre de celebrar el 25 de diciembre.
“Llegaron con el árbol y los adornos y nos dijeron que haríamos un concurso entre los pabellones para elegir el mejor decorado”, dijo Zolbrod. “Uno de los pacientes turcos hablaba muy bien inglés, y se convirtió en un intérprete. Así comenzamos a hablar entre todos”.
Las diferencias, en lugar de conflictos, se convirtieron en puertas para conocer al otro, conectar y sentirse menos perdido: “Algunos cristianos nos explicaron el milagro del nacimiento del vientre de una virgen, y empezamos a comparar las religiones, y buscar similitudes. Nos dimos cuenta de que teníamos mucho en común".
El pabellón donde estaba internado Zolbrod ganó la competencia, pero para él el significado de la historia fue otro: lejos de su hogar, enfermo y solo, en un escenario de guerra, encontró un hilo que le permitió comunicarse sinceramente con personas a las que imaginaba ajenas e inaccesibles por las barreras sociales y culturales. “Comprendí que gente de distintas creencias y distintos orígenes pueden celebrar juntos y disfrutar”.
Muchos años después, en 2007, Zolbrod escribió un libro, Battle Songs: A Story of the Korean War in Four Movements (Canciones de batalla: una historia de la Guerra de Corea en cuatro movimientos), sobre un pequeño grupo de soldados estadounidenses que fueron llamados a ir a combate en 1951, a partir de su experiencia traumática.
“Los jóvenes tenían todos edad suficiente para recordar la Segunda Guerra Mundial, cuando los nuevos reclutados desfilaban por las calles en pleno día, como héroes, no sacados como contrabando por callejones en la noche", se lee en esta ficción basada en hechos reales. La gente había aclamado a los hombres que iba a la ‘gran guerra’, pero para estos jóvenes que iban a pelear a Corea en 1951, no había ceremonia ni tristeza pública. Simplemente los arrancaban de la vida y el ruido y la libertad para pelear en una guerra que incluso entonces la gente quería hacer de cuenta que no existía”.
El 22 de diciembre, cuando se hizo la exhibición en el Museo de la Familia Militar de los Estados Unidos, Zolbrod se encontró con una sorpresa: una reproducción de la cama del hospital japonés, y un árbol de Navidad decorado. “Estoy conmovido", dijo. “Realmente conmovido”. Y aunque no se convirtió al cristianismo, no ha pasado una navidad, desde aquella de 1954, sin celebrar.
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