El hacha fue un instrumento sumamente popular en San Francisco, en la bisagra entre el siglo XIX y el siglo XX. Los hacheros no eran precisamente trabajadores de la industria forestal: eran los jóvenes inmigrantes chinos que, munidos de un hacha, conformaban la infantería de las guerras entre las hermandades secretas, los tongs. Los criminales asesinaban con las hachas y también la policía entraba a los hachazos, en allanamientos ilegales, en las asociaciones de beneficencia que no siempre eran parte de la mafia. Pero el nivel de violencia en el barrio de los emigrados asiáticos era tan alto que el Escuadrón de Chinatown, como se llamó a una de las inusuales unidades policiales de la historia de los Estados Unidos, solía violar la ley sin que hubiera quejas.
El Departamento de Policía de San Francisco (SFPD) se había fundado en 1849, en plena fiebre del oro en California, con un jefe, un capitán, tres sargentos y 30 oficiales. Al cabo de dos años era tanta la corrupción que se les temía igual o más que a los delincuentes. Una reorganización, entre 1853 y 1856, normalizó la situación, pero esa idea de que el oeste era un lugar especial impregnó también el establecimiento de las fuerzas del orden. En 1879, cuando se creó el Escuadrón de Chinatown, para rescatar a las esclavas sexuales, las particularidades de la región volvieron a imponerse: pronto el el asunto principal de los policías fueron las guerras entre los tongs, por el control de la prostitución pero también por el de las apuestas y el opio.
Entonces se puso de moda el hacha. En manos de los policías.
Lo contó el sargento Bill Price en 1891: "Convoqué a 16 uniformados y un funcionario de sanidad y les di hachas a todos. “Marchamos de una a otra de estas sociedades y literalmente las cortamos en pedazos: no dejamos un fragmento de mueble de más de 10 centímetros”.
“El Escuadrón de Chinatown”, escribió Gary Kamiya en el San Francisco Chronicle, periódico que cubrió aquella época, “usaba métodos agresivos y con frecuencia ilegales, y algunos de sus oficiales eran corruptos. Pero a pesar de sus tácticas de mano dura —y en ocasiones, debido a ellas— jugó un papel central en el combate de las hermandades brutalmente criminales que se imponían en Chinatown hace más de un siglo”.
Como todas las comunidades inmigrantes, la de los llegados a San Francisco desde China organizó grupos de ayuda mutua. Así comenzaron —y se mantuvieron— muchos de los tongs: no eran criminales, sino un sostén para las familias y las personas solas que llegaban a empezar una vida nueva y necesitaban vivienda, salud, trabajo, educación y protección contra el racismo. Pero otros tongs, secretos, resultaron “organizaciones mafiosas que controlaban las tres actividades del vicio en Chinatown: la esclavitud sexual, el opio y el juego”, explicó Kamiya.
Citó a Richard Dillon, autor de The Hatchet Men: The Story of the Tong Wars in San Francisco’s Chinatown: “No cabían dudas sobre el rumbo que tomaron los tongs, presuntamente fraternales, entre 1870 y 1880, aunque con mucha habilidad escondían sus operaciones de la policía”. Los hacheros hacían juramentos de sangre y combatían a sus rivales, además de con su instrumento característicos, con armas blancas y armas de fuego.
Una enorme cantidad de inmigrantes chinos, ajenos al delito, comenzó a dejar el lugar hacia 1890, y se trasladó a Oakland, al otro lado de la Bahía de San Francisco. En 1906, cuando el gran terremoto y el incendio que lo siguió destrozaron la gran ciudad, esta segunda comunidad fue un motor de la recuperación de Chinatown.
En los años pico del delito mujeres, jóvenes y niñas eran secuestradas, o entregadas por sus familias, o engañadas y se convertían en esclavas que se vendían entre USD 2.000 y USD 3.000, según declararon tres de ellas ante un comité estatal. Como muchas otras, habían sido rescatadas —a veces la policía liberaba hasta a 75 en una sola noche— por la Misión Presbiteriana que dirigía Donaldina Cameron. La misión —cuyo edificio todavía existe en la calle Sacramento— se quejaba de que muchos de los policías miraban para otro lado o, directamente, avisaban a los prostíbulos antes de que comenzara un operativo.
Cameron, una inmigrante de Nueva Zelanda, “tenía un extraño don para oler los burdeles, que con frecuencia se escondían tras trampillas o escotillones”, escribió Art Peterson en Found San Francisco. A veces ella misma se involucraba “en persecuciones de películas de acción, sobre los tejados y en callejones oscuros. Para los tongs, Cameron era Fahn Quai, la diabla blanca, y ‘la mujer de Jesús’ que, según les explicaban a sus cautivas, bebía la sangre de las niñas liberadas para mantener su vitalidad”.
La práctica de la trata de blancas era tan abierta que en junio de 1900 "un comerciante que se preparaba para viajar a China promocionó públicamente sus mercaderías remanentes para la venta; estas incluían a cinco esclavas”, escribió Kevin Mullen quien fuera un especialista en delito en los Estados Unidos, en Chinatown Squad: Policing the Dragon. “Las niñas se vendían entre USD 100 y USD 150”.
También los fumaderos de opio y los escondrijos de apuestas eran accesibles, y el Escuadrón de Chinatown los combatía a la vez que los dejaba existir. El jefe de la policía, William Sullivan, reconoció ante un comité de legisladores estatales que tenía conocimiento de la existencia de esos lugares. Él había ordenado que ciertos comercios no pudieran operar al nivel de la calle, dijo, pero eso sólo había logrado que los apostadores se mudaran de la planta baja al piso superior. También admitió que no había leído el Código Penal, lo cual hizo reír a todos los presentes.
El alcalde James Phelan —quien luego fracasó en su intento de ser elegido senador estatal con el eslógan racista “Mantengamos a California blanca”— lamentó la tolerancia de las actividades ilegales en Chinatown, como si su jurisdicción no incluyera al barrio. El capitán John Seymour relató una conversación con el cónsul chino, Ho Yow, en la que el diplomático se quejó de lo caro que salía uno de los sargentos del escuadrón en comparación con otros, y que los operadores del juego clandestino estaban todavía recolectando dinero para pagarle su soborno.
La formación típica del escuadrón era de un sargento y cuatro o seis policías, “pero cuando la violencia de los tongs se disparó, podía llegar hasta 25 oficiales”, agregó Kamiya, autor de Cool Gray City of Love: 49 Views of San Francisco.
Las guerras entre los tongs solían empezar por disputas sobre la propiedad de las mujeres secuestradas. En 1875, por ejemplo, miembros del tong Suey Sing y del tong Kwong Duck se disputaron a hachazos a una esclava sexual conocida como Golden Peach. La joven, explotada por la hermandad Kwong Duck, le pasaba dinero de sus clientes a un hombre de la Suey Sing, quien le había prometido que compraría su libertad. En una batalla, que se disputó en Waverly Place, hubo cuatro muertos y 12 heridos.
En 1891 Price, director del escuadrón, pidió una cita con el jefe de SFPD, Patrick Crowley. Para derrotar a los tongs, le dijo, sería necesario “ir más allá de lo que permiten nuestras leyes actuales”. Price propuso hacer “allanamientos violentos de todos los cuarteles generales de los mafiosos, una táctica totalmente ilegal que Crowley aceptó sólo cuando supo que el cónsul general de China había dado su aprobación”, contó el Chronicle.
En un solo día, también a los hachazos, los policías entraron a 20 fraternidades. Durante un tiempo, las hachas de los tongs descansaron.
Muchos vecinos de Chinatown quedaron espantados, pero cuando los allanamientos ilegales menguaron y los asesinos volvieron a operar, se quejaron. En 1897 el cónsul criticó a la policía: “Admitió que habían cometido errores y habían irrumpido en los hogares y los comercios de personas inocentes, pero ‘los residentes que creían en la ley y el orden no se quejaron’”, presionó.
Las operaciones policiales clandestinas se retomaron. Y también los sobornos para controlarlas.
El pico de la violencia sucedió entre 1915 y 1920, cuando la tasa de homicidio en Chinatown llegó a 97,6 por cada 100.000 personas. Actualmente la tasa global es de 6,2 y la de Honduras, el país con más asesinatos del mundo, es de 92.
El Escuadrón de Chinatown cambió en 1921, cuando un jefe honesto, Jack Manion, logró controlar a los tongs en cooperación con los empresarios chinos, que estaban hartos de que la violencia les arruinara los negocios. Y aunque operó —desde entonces legalmente— por mucho tiempo más, en 1970 se consideró una división obsoleta y se deshizo. Curiosamente, siete años más tarde sucedió una breve, pero brutal, explosión de violencia en el barrio, conocida como la Masacre del Golden Dragon, que dejó cinco muertos y 11 heridos en un restaurante. Pero rápidamente la policía encontró a los responsables en las mafias rivales Joe Boys y Wah Ching. Hoy Chinatown es uno de los barrios más agradables y seguros de San Francisco.
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