Los restos de Abu Bakr al Baghdadi, el líder del grupo terrorista Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés), corrieron la misma suerte y el mismo destino que los de otro prominente extremista: Osama Bin Laden. Al igual que el autor intelectual del ataque contra las Torres Gemelas en septiembre de 2001, tendrá su última morada en el mar.
La cabeza de Al Qaeda fue abatida en 2011 por miembros del grupo comando Navy SEALS durante una redada en Abbotabad, Pakistán, donde llevaba tiempo escondido. Su cuerpo fue retirado del lugar por las fuerzas estadounidenses y luego “enterrado en el mar”, un sencillo ritual por el cual su cuerpo fue lanzado al Mar Arábigo desde el portaaviones USS Carl Vinson.
La razón para este particular “entierro”, que se hizo prestando atención supuestamente al rito islámico y 24 horas después de su muerte, era evitar que una tumba convencional pudiera convertirse en un santuario y lugar de peregrinación para sus seguidores.
Esa es la misma razón para impedir que Al Baghdadi pueda descansar en un lugar específico en cualquier punto del mundo. Una vez en el mar, es imposible localizar un punto específico, consiguiendo que nadie pueda clamar por esos restos.
Sin embargo, en 2011, las autoridades religiosas islámicas se quejaron del trato que se les dio a los restos de Bin Laden. “Si es verdad que han tirado el cuerpo al mar, el islam es todo lo contrario. El cuerpo tiene una cierta dignidad, ya sea un ya sea la de una persona asesinada o muerta de manera natural, se debe respetar el cuerpo del ser humano, sea creyente o no, sea un musulmán o no”, declaró a la AFP Mahmoud Azab, un consejero religioso de la institución Ahmad al Tayeb.
Pero la realidad es que para el gobierno de los Estados Unidos, cualquier descuido podría provocar exactamente el efecto contrario al que buscaban, y respetar fielmente las tradiciones religiosas pierde en importancia frente al riesgo de crear un potencial lugar de peregrinación que les permita a los seguidores de Al Baghdadi reagruparse con mayor facilidad.
Sin embargo, incluso si la administración de Donald Trump hubiera estado dispuesta a conceder una locación secreta para depositar los restos del terrorista, el destino hubiera sido muy difícil de elegir. “Encontrar un país que quisiera aceptar los restos de uno de los terroristas más buscados hubiese sido muy difícil”, señaló a la AP en 2011 una fuente cercana al gobierno estadounidense en referencia a Bin Laden, situación que se repetiría con Al Baghdadi.
Y es que ninguna autoridad de ningún país, aunque aceptara los restos en secreto, querría tener sobre sus hombros la responsabilidad de salvaguardarlos y de evitar que se conociera su ubicación, así como las posibles represalias de lo que sobrevivió de ISIS tras la operación realizada el sábado pasado.
El líder terrorista, responsable de una organización que torturó y masacró brutalmente a miles de personas en su intento de imponer un estado islámico ultraconvservador en Siria e Irak, era intensamente buscado desde hacía años por los servicios de inteligencia de numerosos países, ente ellos Estados Unidos, Turquía e Irak.
Sin embargo, Al Baghdadi se inmoló el sábado al hacer estallar un cinturón explosivo luego de quedar acorralado por Fuerzas Especiales estadounidenses en su escondite el noroeste de Siria.
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