Ivan Golunov es un periodista de los buenos: no para de hacer preguntas. Se pasea por la redacción de Infobae con mirada curiosa. Observa y quiere saber todo: cuántos periodistas hay, cómo se trabaja, si hay un equipo de investigación, cuáles son las notas más leídas. Y le interesa especialmente saber sobre los casos de corrupción que más revuelo causaron en la Argentina. Está en Buenos Aires de visita, tras participar a una conferencia en Brasil.
Este joven nacido en Moscú es uno de los periodistas de investigación más respetados de Rusia. A sus 36 años, trabajó en algunos de los medios más importantes del país. Sus notas destaparon la corrupción de la élite política y empresarial de su ciudad: el enriquecimiento millonario de los familiares de un vicealcalde, los vínculos de los funcionarios con el proyecto de un nuevo basurero, las transferencias de dinero del hijo del Fiscal General de Rusia a través de obras de los baños públicos de la ciudad, entre otros casos.
En junio, Golunov estaba por publicar en Meduza —un medio independiente establecido en Letonia para escapar a la censura de las autoridades rusas— su último trabajo, una investigación sobre la mafia que controla los servicios funerarios de Moscú y sus vínculos con el Servicio Federal de Seguridad (SFB, los servicios de inteligencia).
A días de la publicación, el 6 de junio, Golunov fue detenido. Nadie, entre sus amigos y colegas, podía creer la acusación: posesión y venta de drogas. La única adicción de Golunov, aseguraban, eran sus investigaciones, en las que ponía (pone) un empeño casi obsesivo. O, como mucho, los cigarrillos que fuma con voracidad.
Pero las drogas... era imposible: debían haber sido plantadas. Había pruebas que respaldaban esa hipótesis: los análisis realizados no revelaron ningún rastro de narcóticos en su sangre y ninguna de las bolsas incautadas llevaba sus huellas dactilares, según sus abogados. Esa sospecha se convirtió en una certeza cuando la policía debió retractarse tras presentar pruebas que resultaron ser falsas.
Entonces, ocurrió algo inesperado. Pese a que el nombre de Golunov no era demasiado familiar para el gran público, las dudas sobre las condiciones de detención y la veracidad de las acusaciones desataron la indignación y la movilización de la sociedad civil. Las redes estallaron, cientos de personas salieron a la calle para hacer “piquetes solitarios”, la única forma de protestar en Rusia que no requiere permiso previo de las autoridades. Así, haciendo fila, las personas se turnaban frente a la sede de la policía de Moscú para sostener pancartas.
La prensa, que vio en la detención de Golunov un intento de reprimir la ya endeble libertad de expresión, también reaccionó. En la sala de prensa del Foro Económico Internacional de San Petersburgo, que se desarrollaba en esos días, no se hablaba de otra cosa, para disgusto de Putin. Tres de los principales periódicos de Rusia publicaron una portada con el mismo titular —"Soy/somos Iván Golunov"— y hasta emisoras pro-Kremlin criticaron el caso. Finalmente, el 11 de junio, las autoridades retiraron los cargos. Golunov era libre.
“Jamás me hubiera esperado esa reacción”, dice ahora este periodista, quien por primera vez habla de su caso con un medio internacional. “Cuando estaba detenido pensaba que saldría alguna nota sobre mi arresto y luego el tema quedaría en el olvido. En cambio, mi caso cambió todo. Fue la primera vez que los rusos entendieron que es posible cambiar”.
Quizás no fue casualidad que, apenas unas semanas después, se desataran multitudinarias protestas para pedir elecciones libres en Moscú. “Fue una historia muy poderosa para la gente que está viviendo en Rusia y fuera de Rusia”, reconoce.
—¿Qué trato recibiste durante tu detención?
—Me golpearon. No pude hablar con nadie, avisar que estaba detenido. Estuve más de 24 horas sin poder llamar a mi familia. Pasé 45 horas sin dormir y sin comida. No quería comer, pero sí quería dormir.
—¿Denunciaste a los que te trataron de esta manera?
—Dos oficiales de policía no trabajan más, fueron suspendidos. El caso penal está abierto. Hay una investigación en curso, aunque ellos están pidiendo ser reintegrados.
— Tu editora en Meduza dijo que tu detención estuvo relacionada a las investigaciones que estabas realizando. ¿También crees eso?
—Sí.
—¿Antes del arresto habías recibido amenazas?
—Estuve recibiendo unos mensajes que me parecían no tener sentido. Sólo en un segundo momento, después de ser detenido, entendí que sí lo tenían. Que alguien te diga que tenés que guardarte las espaldas ocurre sólo en las películas. En la vida real no funciona así. La amenaza te llega como una broma, con una sonrisa y con palabras que tienen un doble o triple sentido. Entonces no siempre puedes entender.
—Sos apenas el último de una serie de activistas y periodistas incómodos para el poder encarcelados con cargos de droga en Rusia en los últimos años. Muchos siguen en la cárcel. ¿Cómo funciona este sistema?
—Una cuarta parte de las detenciones en Rusia ocurren bajo un artículo del código penal sobre la posesión de drogas (el artículo 228 NdR). Es una norma conocida como “ley del pueblo” debido a su amplia aplicación en los últimos 10 años. Con la complicidad de un policía corrupto puedes acusar a cualquier persona de llevar, por ejemplo, 5 gramos de cocaína para que termine 15 o 20 años en la cárcel. Si quieres deshacerte de tu socio, le pagas a los policías corruptos para que le planten las drogas en su mochila y en su oficina. Y te quedas con todo el negocio. Si te estás divorciando, le pides a la policía que plante las drogas en la casa de tu ex esposa para que quede detenida y puedas vivir con tus hijos en su casa. Lo mismo puede hacer alguien al que no le gusta lo que estás investigando.
—¿Cómo está avanzando la investigación?
—Mi situación también se debe a la corrupción. Hace cuatro meses Putin dijo que estaban cerca de resolver el caso, pero aún no pasó nada. No sabemos si están por detener a la persona responsable o no van a hacer nada porque esta persona es demasiado poderosa. Es parecido al caso de Oleg Kashin, un periodista que [en 2010] hizo un chiste sobre un gobernador llamado Andrej Turchak y fue brutalmente golpeado. En ese entonces Putin también dijo que estaban investigando. Sin embargo, siete años después aún no hubo avances. Y todos sabemos que el responsable era Turchak, quien ahora es el jefe del partido de Putin.
—¿Cuán profunda es la corrupción en Rusia? ¿Es algo generalizado o sólo involucra a un círculo reducido de funcionarios poderosos?
—Está en todos lados, es muy profunda. Desde el hospital hasta el jardín de infantes, para tener cualquier servicio del Estado hay que pagar. Lo mismo para firmar un contrato con el gobierno que permita excluir a la competencia. En Rusia los funcionarios construyen sus carreras pensando en cómo ganar más con la corrupción, no en función del prestigio del cargo. El cargo más interesante no es el más alto, sino aquel en el que puedes recaudar más dinero a través de la corrupción.
—¿El problema se profundizó durante el gobierno de Putin?
—Putin gobierna desde hace 20 años. Él es el creador de este sistema. La corrupción aumentó con Putin y siguió creciendo durante sus gobiernos. Los chicos que crecieron con Putin sueñan con ser funcionarios o trabajar en las grandes empresas del gobierno como Rosneft, Gazprom, porque saben que ahí hay más dinero que en cualquier otro rubro. Otro lugar codiciado es el FSB, porque nadie controla a los servicios de inteligencia.
El cargo más interesante no es el más alto, sino aquel en el que puedes recaudar más dinero a través de la corrupción
—¿La corrupción cómo afecta la vida de los ciudadanos? Un político opositor como Ylia Yashin dice por ejemplo que Moscú es una ciudad más rica que Berlín o Londres y sin embargo, por culpa de la corrupción, sus habitantes viven peor que en esas ciudades.
—Es muy difícil decirlo. Sabemos que las mismas obras que se hacen en Moscú salen muchísimo menos en otras ciudades rusas. Por eso pensamos que sí hay robo de dinero. También vemos que están buscando formas para gastar más. Por ejemplo en Moscú tenemos una aplicación a través de la cual los ciudadanos pueden informar si en la calle hay algo en mal estado. Una vez mandé la foto de una parada de autobús que estaba pintada con un pequeño grafiti. Al poco tiempo me respondieron que habían tomado nota de mi queja e iban a cambiar toda la parada.
—Has dicho que Putin creó este sistema. ¿Hasta qué punto está involucrado?
—Putin es la única persona que no puedes investigar. La única manera de conseguir alguna información es cuando se destapan escándalos como los Panamá Papers. Por ejemplo, ahí tuvimos acceso a información sobre personas muy cercanas a Putin como Serguéi Rolduguin, un violonchelista muy famoso. Él es su mejor amigo y se lo relacionó por miles de millones de dólares con empresas del gobierno de Rusia conocidas como la “billetera de Putin”. Entonces lo que sabemos es por escándalos como este, no por investigaciones. No obstante, tenemos todo el derecho a pensar que el creador del sistema es parte del sistema.
—En este contexto, ¿cómo logras hacer tus investigaciones periodísticas?
—Por un lado Rusia tiene mucha información abierta. Hay bases de datos del Estado con mucha información económica disponible. Por otro lado, esa información abierta es cada vez menos.
—¿Y cómo hacen para esconder esa información?
—Siempre están buscando la forma de ocultar a los dueños reales de las propiedades, por ejemplo. En Rusia existe una lista de todas las propiedades que hay en el país y sus respectivos propietarios. Es posible buscar información en estas listas y descubrir que una propiedad que tenía un dueño, al día siguiente es propiedad de la Federación Rusa. Así intentan ocultar los dueños reales. Otro ejemplo son las operaciones de compraventa de las grandes empresas del gobierno. Según la ley, cada operación tiene que ser reportada en una base de datos disponible en línea. Sin embargo, ellos dicen que la operación se hizo en Crimea, donde no existe esa obligación, y así evitan hacer ese reporte. Dicen que las ocultan para sortear las sanciones internacionales, pero en realidad pueden estar lavando dinero.
Siempre están buscando la forma de ocultar a los dueños reales de las propiedades
—¿El Gobierno cómo reacciona cuando se destapan casos de corrupción?
—En realidad el gobierno no presta atención a las investigaciones que hacen los periodistas. Puedes hacer todas las investigaciones que quieras pero no habrá reacción.
—¿Por qué no?
—La política de Estado es no reaccionar frente a las investigaciones y los escándalos que se destapan. La lógica es: esperemos y, si el periodista tiene razón, vamos a cambiar algo en secreto, cuando nadie esté prestando atención. No van a mostrar que hay alguien que puede ganarles en este juego.
—¿Qué efecto tiene esta estrategia sobre los periodistas?
—Esta política de ningunear lo que están haciendo los periodistas tiene un efecto muy fuerte. La señal que mandan es que su trabajo es inútil. Los lectores se preguntan: ¿por qué tengo que leer eso si total no cambia nada? Mientras los periodistas piensan: ¿por qué tengo que escribirlo, si no voy a tener reacción? Así funciona.
—Sin embargo, tu caso —y los de muchos otros— demuestra que sí hay reacción de parte del poder.
—Una cosa es la reacción pública y otra cosa es la reacción no tan pública. Claro que no les gusta que haya personas que estén investigando. Ellos van a reaccionar en el interior de su mundo cerrado del poder. Y aunque no siempre podemos entender la lógica de sus decisiones, van a hacer cualquier cosa para que haya cada vez menos gente investigando. Además que, pese a que las ninguneen, las investigaciones pueden causarles varios problemas.
—¿Cuáles?
—Por ejemplo, una investigación puede hacer que un jefe descubra algo que desconocía sobre alguno de sus empleados, como propiedades o redes de poder. Y eso genera problemas en este círculo cerrado en el que viven las personas poderosas. No hay reacción pública pero siempre hay otra reacción que a veces no vemos. En ruso hay una palabra, krisha, que significa “techo”. Es la protección que tienen las personas poderosas. Puedes hacer 50 investigaciones sobre una persona muy poderosa y, si lo vemos desde afuera, aparentemente no va a pasar nada. Pero sabemos que el krisha va a ser cada vez menos fuerte y en algún momento no los va a proteger más.
—Entonces sí sirve hacer estas investigaciones.
—Sí sirve, sirve mucho. Pero no se ve desde afuera. Uno se da cuenta recién cuando tiene toda esa información desde el mundo cerrado y ves los cambios que están pasando en ese mundo cerrado. El problema es que no es tan interesante para la gente leer esas cosas.
—¿Lo que te pasó va a cambiar tu manera de trabajar?
—Aún no lo sé. Hay dos cosas: la primera, es que si vos trabajas como periodista de investigación es mejor no ser conocido, porque es difícil hacer investigaciones siendo una persona conocida. Y yo nunca trabajé siendo una persona conocida. Segundo, debido a la investigación en curso sobre mi caso, ahora el gobierno me puso en un programa de protección de testigos, entonces estoy todo el tiempo con policías a mi alrededor. Aún no tuve la posibilidad de trabajar porque ¿cómo voy a hablar con mis fuentes si hay policías cerca? De todas formas no creo que vaya a cambiar algo, porque creo que hasta ahora mi forma de trabajar funcionó.
—¿Qué significó para ti el apoyo de tus colegas y de la sociedad civil?
—Es una pregunta difícil. Jamás me hubiera esperado esa reacción. Cuando estaba detenido pensaba que saldría alguna nota sobre mi arresto y luego el tema quedaría en el olvido. Sin embargo, mi caso cambió todo. Fue la primera vez que los rusos entendieron que es posible un cambio. Es una historia muy poderosa para la gente que está viviendo en Rusia y fuera de Rusia. Te cuento un anécdota: después de que me liberaron me fui de viaje por Europa. Estaba en el norte de España, caminaba en un bosque y vi que una pareja venía caminando hacia mi; se acercaron y me dijeron: “Ivan, gracias". Yo les respondí que no había hecho nada. Pero ellos me explicaron que mi historia les había dado esperanza de que los cambios en Rusia son posibles, porque no esperaban ninguna buena noticia desde Rusia. Ser detenido injustamente es algo común en Rusia, casi no existen las absoluciones. Y por eso nadie —ni siquiera yo— pensaba que la gente iba a reaccionar así.
—¿Quiere decir que algo está cambiando porque fue una movilización sin precedentes?
—Sí, ahora cambia todo. La gente comienza a entender que su opinión tiene peso. Fue la de que su opinión puede cambiar muchas cosas. Creo que las protestas en Moscú antes de las elecciones en la ciudad fueron tan masivas porque la gente sabía que podía cambiar algo, después de 20 años de la misma vida.
—¿Qué precedente deja un caso como el tuyo en la sociedad rusa?
—Mi caso fue el primero en el que entendimos que podemos cambiar. El símbolo de las protestas para pedir mi liberación, las letras “Soy/Somos”, se convirtieron en un símbolo universal de protesta. La gente piensa que, si funcionó conmigo, volverá a funcionar. Por supuesto que mi situación fue extraordinaria, no se puede replicar en cada caso. Al mismo tiempo la gente entendió que juntos podemos lograr mucho más que por separado. Yo nunca estuve involucrado en la política y nunca fui una persona pública porque si investigas al poder es mejor tener un perfil bajo. Y eso también ayudó muchísimo: las personas entendieron que no hace falta estar involucrado en la política para ser víctima de injusticia.
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