Isaias Afewerki ya había cumplido 27 años como presidente de Eritrea cuando por primera vez, en julio de 2018, visitó Adís Abeba, capital de la vecina Etiopía. Dijo entonces que se trataba de un día histórico, que ya no habría divisiones entre los dos países. Por fin se terminaba una guerra que había comenzado dos décadas antes. Abiy Ahmed Ali asumió como Primer Ministro de Etiopía en abril del año pasado con apenas 41 años y se propuso poner en marcha el acuerdo de paz firmado en la ciudad de Argel en 2000, pero que nunca se había llevado a la práctica. Los dos mandatarios anunciaron que ambos países recobrarían el comercio multilateral y las relaciones diplomáticas, suspendidas tras la guerra. Reabrió entonces la embajada de Eritrea en Addis Abeba, cerrada hacía 20 años, y pronto comenzaron los vuelos de la aerolínea estatal Ethiopian a Asmara, capital de Eritrea. Se reabrieron las fronteras, se restablecieron las líneas telefónicas que comunicaban a los dos estados y comenzaron negociaciones para facilitar el intercambio de prisioneros de guerra. Abiy dijo entonces que ya no había fronteras entre Eritrea y Etiopía porque “fueron destruidas por un puente de amor”.
Por esos días Antonio Guterres, Secretario General de la ONU, estuvo en Adís Abeba y Abiy aprovechó para reclamar que las Naciones Unidas ahora sí levantaran las sanciones impuestas sobre Eritrea en 2009. Desde entonces existían restricciones parciales para visitar el país y un embargo armamentístico. El Consejo de Seguridad acordó unánimemente levantar todas las sanciones en noviembre.
Eritrea y Etiopía tienen una historia tensa y compleja. Después de la Segun
da Guerra Mundial, el emperador Haile Selassie, con el apoyo de Estados Unidos y el Reino Unido, anexó Eritrea y estableció un territorio autónomo que se constituyó como parte de su imperio. Pero en 1962 decidió suprimir esta autonomía tras la aparición de agrupaciones independentistas eritreas. Así empezó una guerra que duraría 30 años y significaría la muerte de unas 150 mil personas. En 1974 los diversos grupos eritreos se unieron bajo el mando de Isaias Afewerki, mientras en Etiopía una agrupación marxista derrocaba a Selassie e instauraba un régimen comunista. En plena Guerra Fría, los aliados de ambos países cambiaron rápidamente de bando: Cuba y la Unión Soviética dejaron de promover la independencia de Eritrea para apoyar a Etiopía, mientras que Estados Unidos hizo exactamente lo opuesto.
Los tempranos años noventa y la caída de la Unión Soviética significaron el fin de la guerra entre ambos países y la ansiada independencia de Eritrea pero también la llegada al poder de Afewerki. Desde entonces nunca más hubo elecciones presidenciales. Hoy este país del oriente africano tiene un régimen de partido único y se caracteriza por detenciones arbitrarias, torturas y desapariciones. La ONG Human Rights Watch describe a Eritrea como uno de los países más cerrados del mundo, como un estado sin constitución, sin parlamento ni ONGs. Según el Índice de Libertad de Prensa, publicado por Reporteros Sin Fronteras, Eritrea aparece como el antepenúltimo país del mundo, apenas por encima de Corea del Norte y Turkmenistán. En cuanto al Índice de Desarrollo Humano, establecido por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la tierra de Afewerki se encuentra entre los diez peores países del mundo.
En 1998 una disputa fronteriza nunca resuelta fue la excusa para que Eritrea invadiera Etiopía, iniciando así una guerra que duró dos años y causó la muerte de alrededor de cien mil personas. En el 2000 se firmó el Acuerdo de Argel, que creaba una zona de seguridad temporaria a cargo de una misión de Naciones Unidas. Eritrea logró una victoria militar, pero el acuerdo establecía que la disputa territorial debía dirimirse en la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Y La Haya le dio la razón mayoritariamente a Eritrea, pero en los hechos no cambió nada: el conflicto no terminó y siguieron las disputas y los enfrentamientos esporádicos.
Recién a dieciocho años del Acuerdo de Argel se descongelaron las relaciones entre ambos países. Abiy asumió el cargo de Primer Ministro y se convirtió en uno de los mandatarios más jóvenes de África. Es líder del Frente Popular Revolucionario Democrático Etíope, un partido que nació marxista-leninista a fines de los ochenta y que gobierna el país desde la caída de la República Popular Democrática de Etiopía en 1991. Es en realidad una coalición conformada por cuatro partidos entre los que suman 502 de las 547 bancas del Parlamento. Abiy llegó al poder con la promesa de instaurar cambios, privatizar empresas públicas (entre ellas, Ethiopian Airlines) y fomentar la industrialización. En sus primeros meses al mando, liberó a prisioneros políticos y ofreció amnistía a acusados de traición.
La economía de su país lleva una década de importante crecimiento, a un promedio del 10% anual, el mayor de África. Por eso hoy en día Etiopía necesita mejorar su imagen internacional y abrirse a nuevos mercados. El acuerdo de paz entre Abiy y Afewerki no sólo se tradujo en un levantamiento de sanciones y la reapertura de las fronteras, también significó que a partir de ahora los productos etíopes pueden exportarse al mundo a través del puerto eritreo de Assab. Y, para un país en crecimiento y sin salida al mar, esto es casi tan importante como alcanzar la paz con sus vecinos.
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