El FBI tiene un objetivo claro. Quiere poner fin a uno de los casos más espeluznantes de las últimas décadas en los Estados Unidos y que conmovió a la opinión pública en las últimas horas: Samuel Little, el más mayor asesino serial de la historia del país. El feminicida confesó haber ultimado a 93 víctimas. Sin embargo, hasta ahora el organismo de investigaciones sólo pudo confirmar 50 de esos hechos. El resto continúa impune por falta de pruebas o datos concretos, como por ejemplo: ¿dónde están los cuerpos? ¿existió el caso?
Little, quien tiene 79 años y permanece detenido desde 2012 en un centro penitenciario de Texas por tres asesinatos comprobados, admitió la estela de hechos ocurridos entre 1970 y 2005, la mayoría en las dos primeras décadas. ¿Sus víctimas? Casi todas mujeres a las que noqueaba con un golpe y después estrangulaba.
Nacido en 1940 en Reynolds, Georgia, el criminal perpetró su sangriento raid en casi la mitad de los estados norteamericanos: Arizona, Florida, Louisiana, Arkansas, Maryland, California, Georgia, Mississippi, Nevada, Ohio, Carolina del Sur, Tennessee, Illinois, Texas, Missouri y Kentucky.
En su colaboración, Little intentó recordar cómo fue que se cobró la vida de decenas de víctimas. Los relatos -en algunos casos pasaron casi 50 años- a veces tienen concordancia y lógica y otras veces se pierden en detalles inverosímiles. Es por eso que el FBI publicó croquis que fueron descriptos según lo que recuerda el homicida, para que familiares y amigos de aquella época pudieran contribuir a reconstruir los casos con mayor precisión.
En la elección de sus víctimas, Little apuntaba siempre contra mujeres afroamericanas jóvenes y en su mayoría en situación vulnerable: muchas de ellas eran prostitutas o tenían serios problemas con las drogas. Sus muertes, pensó, no le importaría a muchos, por lo que las autoridades no destinarían muchos recursos en investigar las desapariciones.
Los retratos fueron aportados por el feminicida al FBI, quien relató cómo era cada una de ellas. Uno de esos crímenes fue el de una adolescente de unos 18 o 19 años llamada Marianne o Mary Ann. Ocurrió en Miami, Florida. lugar donde más cómodamente actuó Little. No recordaba bien si había sido en 1971 o 1972. La conoció en un bar llamado Pool o Pool Palace, que estaba ubicado en la Avenida 17 de aquella ciudad. Luego se reunieron en otro pub, donde se ofreció a llevarla a su casa. Pero en el transcurso de la noche fueron a otro lugar donde él terminó matándola. Escondió su cuerpo camino a los Everglades, en un pantano. Según dijo, cree que nunca encontraron su cuerpo. Tampoco nadie reclamó por ella.
Otra de sus presas fue una joven de Little Rock, Arkansas. No recuerda bien el nombre. ¿Acaso se llamaba Ruth? Estuvo con ella varios días, robando. Él cayó preso por unas horas y al salir la víctima estaba en su automóvil, dormida. La llevó a un lugar más alejado ¿Benton? ¿Bentonville? Allí la estranguló hasta terminar con su vida. Decidió arrojar su cuerpo en un campo de maíz y retornar a la ciudad. Sucedió entre 1992 y 1994.
En 1984, mientras conducía su Lincoln Continental hacia Cincinatti, Ohio, conoció en el camino a una mujer de unos 25 años. Fue a la salida de un club de strippers. Era rubia, de pelo corto y ojos celestes. “Parecía hippie”, dijo. Confiada, le pidió que la llevara a Miami. Un viaje por demás largo. Larguísimo. No sabía que al volante se encontraba un monstruo. Manejó por la Interestatal 75 hacia el sur. Al llegar a Kentucky, se dirigió a una zona montañosa, se desvió a un camino de tierra, donde finalmente la tomó del cuello y la mató.
Little continuó describiendo cada uno de los casos tratando de recordar cómo eran las mujeres que padecieron su brutalidad. Los investigadores pretenden que los familiares de las jóvenes desaparecidas aporten datos que pudieran coincidir con lo narrado. “Durante muchos años creyó que no lo atraparían porque pensó que nadie estaba contando a sus víctimas”, dijo Christie Palazzolo, analista de delitos del FBI. “Aunque ya está en prisión, el FBI cree que es importante buscar justicia para cada víctima, cerrar todos los casos posibles”.
El homicida fue detenido por primera vez a los 21 años. Pero no fue la única vez que visitó un departamento policial o una penitenciaría. Los registros son incontables, en diferentes partes del país. Sin embargo, pese a los indicios, jamás pudieron procesarlo. Las confesiones comenzaron en noviembre de 2018, cuando relató cada uno de los aberrantes feminicidios.
Ahora, sólo resta la colaboración de aquellos familiares y amigos que pudieron conocer a cada una de las mujeres que padecieron la voracidad sanguinaria de Little. Quizás así encuentren justicia y algo de la paz que el mayor asesino serial de los Estados Unidos les quitó para siempre.
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