Con 61 años de edad Uminur Kuchukova podría haberse jubilado hace tiempo, pero la maestra continúa enseñando en una apartada escuela rural de Rusia por el bien de su único alumno, un niño de nueve años. Cuando finalmente abandone la recóndita aldea el año entrante, la escuela deberá cerrar para siempre.
Como miles de otras pequeñas localidades desperdigadas en la inmensidad de Rusia, la aldea siberiana de Sibilyakovo, región de Omsk, comenzó a despoblarse tras el cierre en 1991, y con la caída de la Unión Soviética, de la granja colectiva que proveía su único sustento. Sencillamente dejó de haber empleos para su población y el éxodo ocurrió en masa.
En su mejor momento, en la década de 1970, la escuela primaria de Sibilyakovo contaba con cuatro clases de 18 alumnos cada una, para una población de 550 personas. Ya en ese tiempo Kuchukova se dedicaba a la educación de los niños del pueblo: lo hizo ininterrumpidamente y en el mismo lugar por 42 años.
Pero ahora la escuela se yergue en medio de una paisaje desolador, rodeada de casa abandonadas y llanuras interminables, y vacías, que se cubren de nieve en invierno. La población de Sibilyakovo se ha reducido a 39 habitantes, y hay apenas un sólo alumno: Ravil Izhmukhametov, de 9 años.
Es por la educación de Ravil que Kuchukova decidió postergar su merecido descanso. Sabía que ningún otro maestro se trasladaría a esta franja de la estepa siberiana para reemplazarla y que el niño se vería forzado a abandonar sus estudios.
La maestra, sin embargo, espera poder jubilarse el año próximo y mudarse a la ciudad de Tara, a unos 50 kilómetros, con su esposo. Podrá hacerlo ya que con 10 años de edad Ravil tendrá la edad suficiente como para viajar todos los días a una aldea próxima a Sibilyakovo que aún cuenta con una escuela operativa.
El niño seguirá enfrentándose a dificultades, como todos los hijos de Sibilyakovo. Para llegar a la nueva escuela en esta aldea, el año próximo, deberá todos los días realizar un cruce de 30 minutos en bote a través del agitado río Irtysh, un importante y extenso curso de agua que pasa por Rusia, Kazajistán y China. Luego, tendrá que circular otros 20 minutos en un autobús.
“Siento lástima por él. Sus padres no quieren aún irse de Sibilyakovo y es atemorizante tener que enviar a un niño pequeño a cruzar el Irtysh, con sus olas tan grandes”, contó Kuchukova a la agencia Reuters.
La aldea de Sibilyakovo está habitada mayormente por tártaros, una etnia túrquica minoritaria en Rusia. Los padres de Ravil pertenecen a este grupo, son granjeros y viven de la cría de ganado. No quieren abandonar el lugar, pero tampoco desean que el niño haga su vida allí. “Nuestro hijo mayor vive en la ciudad y estamos contentos por eso”, expresó Dinar Izhmukhametov, de 48 años.
Por ahora, Ravil no tiene deseos de mudarse a Tara, una ciudad pequeña de 27.318 habitantes que debe parecer inmensa, pero sabe también que, llegado el momento, no tendrá muchas otras opciones.
Además, está confundido ante la posibilidad de comenzar a ir a clases junto a otros niños el próximo año. “No tengo nada con que compararlo, pero por supuesto me gustaría tener amigos así que estoy esperándolo”, explicó.
El niño será pronto el último alumno en la escuela de Sibilyakovo, la cual tras su partida cerrará sus puertas para siempre.
“Ahora quedará en pie el edificio vacío como en las aldeas de los alrededores, sin que nadie lo necesite, mientras que las personas en la ciudad no pueden encontrar plazas para que sus hijos comiencen el jardín de infantes e ingresan en listas de esperar el día en que nacen”, lamentó Kuchukova.
Incluso para ella, dejar atrás Sibilyakovo para radicarse en Tara no será fácil.
“Mis padres están enterrados aquí, una parte mía está aquí. Vamos a volver para el día del recuerdo, cuando la gente vuelve a la aldea para recordar a los que ya no están. Vendremos a cuidar de las tumbas", dijo.
Con información de Reuters
MÁS SOBRE ESTE TEMA: