Sonaba la música y nos miramos a través de la pista de baile. Intenté comprarle algo para beber, pero el lector de tarjetas de crédito no funcionó. De todos modos al bar casi no le quedaba nada. Aún así nos caímos bien. Cuando el club comenzó a vaciarse le pedí su número.
Ella me sonrió. "Anota mi Instagram que durará más tiempo. Emigro el lunes".
Las citas no son para los débiles de corazón en cualquier lugar. En Caracas, el camino hacia el amor verdadero está lleno de baches (hiperinflación, escasez de condones, apagones, humo de gas lacrimógeno) que harían rendirse a cualquier persona. He visto a gente besándose entre multitudes que agitan banderas en actos políticos y mientras las bombas Molotov vuelan durante protestas callejeras.
Los obstáculos son absurdos. De todos ellos, el éxodo masivo del país en ruinas, un increíble 10% de la población y contando, puede ser el peor. En más de una ocasión me emparejé con alguien en una aplicación de citas para luego darme cuenta de que estaba a miles de kilómetros de distancia. En su perfil aparece que vive en Chile, México o Perú.
Mis amigos y yo hablamos de esto: ¿qué pasa si finalmente uno encuentra a la persona indicada y ella consigue su visa? Conozco a algunas parejas que han desafiado a la distancia, aunque la mayoría de las veces los romances se acortan. Claro, eso puede ser triste, pero por otro lado es un poco liberador saber que la mayoría de las personas con las que te has involucrado probablemente se están yendo. Nunca tendrás que volver a verlas.
Hay mucha nostalgia sobre los días en que el juego de las citas se desarrollaba en los locales italianos y bares de sushi de la urbanización Las Mercedes, cuando se formaban filas de juerguistas fuera de las discotecas y clubes de salsa y cuando la guinda de la torta incluía una carrera de borrachos a un "motel del amor" como Dallas Suites o El Aladdín.
Ahora los que tienen dinero de sobra cuentan con un abanico cada vez menor de bares y restaurantes que puede dar a esta gran ciudad un aire de pueblo pequeño. No hace mucho, mi primera salida con una chica a mi antro favorito coincidió con la última vez de un amigo con la suya. Nos quedamos, tratando de ignorar los sonidos apagados de una ruptura en la mesa adyacente.
Hay otros problemas con los que uno no se toparía en muchos otros lugares: la relación de un amigo se terminó cuando ella lo fustigó por mudarse a su casa solo porque tenía servicio de agua potable.
Si bien el crimen desenfrenado ha cambiado la vida nocturna – hay tantas bombillas del alumbrado público apagadas que da miedo caminar por la noche – no hay forma de parar a los caraqueños. Los acaudalados se dirigen a los locales que quedan en Las Mercedes en camionetas y autos blindados y los menos afortunados caminan a más de un kilómetro de la estación de metro más cercana, las mujeres con tacones altos.
Los cines todavía están en funcionamiento, pero suelen cerrar antes de las 8 pm, así que en una de mis citas recientes sugerí Netflix. Comimos un par de rebanadas de pizza de antemano. Ni siquiera le pregunté si planeaba emigrar. Cuando fui a poner la película escuchamos un chasquido, otro apagón. Se arruinaron los planes.
Eduardo Sandoval, de 21 años, tuvo una mejor idea. Estaba con su novia en un banco del centro comercial Sambil. Hacía calor y el aire acondicionado no funcionaba, pero les bastaba solo con observar a la gente y abrazarse. Una buena cita es cualquier cosa que te haga dejar de pensar en el descalabro. "En momentos como estos buscas cualquier escape de la rutina", afirmó.
Además, nadie quiere enfrentarse a una crisis como esta solo.
Fuente: Bloomberg