Donald Trump cumple dos años en la Casa Blanca batiendo un récord. El sábado pasado se convirtió en el presidente con el "cierre del gobierno" (shutdown) más largo de la historia, al superar los 21 días de Bill Clinton entre 1995 y 1996. Ya van 28 y aún no hay señales de distensión.
Los shutdowns son consecuencia de la falta de acuerdo entre oficialismo y oposición para definir el presupuesto federal, así que no es extraño que la administración Trump haya alcanzado la plusmarca. El enfrentamiento entre republicanos y demócratas escaló este bienio a niveles pocas veces vistos.
Las perspectivas de acercamiento son tan bajas que Nancy Pelosi, máxima dirigente opositora y presidenta de la Cámara de Representantes, le pidió al presidente que aplace el discurso sobre el Estado de la Unión. Como el cierre gubernamental afecta a cerca de 800.000 funcionarios federales, incluidos agentes del FBI, controladores aéreos y miembros del servicio secreto, sostuvo que no va a estar garantizada la seguridad.
El motivo de la disputa es la construcción del muro en la frontera con México, un tema que confronta dos visiones contrapuestas de país, que se están volviendo irreconciliables. Una considera que Estados Unidos está perdiendo su identidad y que los "ciudadanos de bien" son postergados por extranjeros que llegan para aprovecharse de ellos. La otra cree que la inmigración y el respeto a la diversidad son pilares de la sociedad estadounidense que deben ser preservados.
La división y el conflicto no son los únicos rasgos que distinguieron a la gestión Trump en este tiempo, pero sí la atravesaron de principio a fin. Hasta las relaciones internacionales y la economía —que registró datos alentadores como la baja del desempleo a mínimos históricos— quedaron teñidas por la polarización política, que amenaza con absorber todo.
"Una de las tendencias nacionales más notables desde que Trump fue electo presidente es que nuestra política se volvió mucho más tribal. Los partidos se están apartando ideológicamente y se están diferenciando en términos educativos, raciales, de género y religiosos. La política se ha degradado, y ahora se trata de 'ellos contra nosotros'. Los votantes se consideran demócratas por sus evaluaciones extremadamente negativas de los republicanos, y viceversa", explicó Greg Shufeldt, profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Butler, consultado por Infobae.
Cómo cambió Estados Unidos con Trump
La inmigración es uno de los ejes del discurso de Trump desde antes de ganar las elecciones, de modo que no llama la atención que haya sido una cuestión omnipresente en su gobierno. La primera medida que tomó fue el controvertido decreto que prohibió la entrada a Estados Unidos de ciudadanos de seis países de mayoría musulmana: Irán, Somalia, Sudán, Siria, Yemen y Libia.
La decisión generó mucho rechazo en organizaciones civiles, en círculos intelectuales y en la Justicia, aunque fue celebrada por su base electoral. Tras varias idas y venidas en los tribunales, terminó imponiendo una norma más moderada, que incluyó a naciones sin vínculos con el islam, como Corea del Norte y Venezuela.
"Cambió la naturaleza del discurso político, que se volvió más combativo y extremo. Por ejemplo, en la manera en la que se discuten los asuntos raciales, con congresistas que dicen que no hay nada de malo con el término 'supremacista blanco', y con Trump que pareció defender a miembros del Klu Klux Klan durante los disturbios que se produjeron en Virginia en 2017. También aparece en las discusiones sobre la inmigración, particularmente la de sudamericanos y centroamericanos, lanzadas con un lenguaje que bordea el racismo", dijo a Infobae el politólogo Lawrence Rothenberg, profesor de la Universidad de Rochester.
Uno de los grandes conflictos de su segundo año en la Casa Blanca fue el de la separación de las familias que entran ilegalmente al país con hijos menores, que son apartados de sus padres. El propio Trump terminó cuestionando esa práctica, pero según un reporte publicado esta semana los niños separados fueron más de 3.000. La muerte de dos guatemaltecos de siete y ocho años que estaban bajo custodia fue lo más trágico de la saga.
Pero así como el sistema judicial fue un obstáculo para algunas de sus medidas, también fue un terreno en el que obtuvo importantes victorias: haber nombrado a dos magistrados de la Corte Suprema. Para ello contó con el favor de asumir con una vacante y de que se liberara otra por el retiro anticipado de Anthony Kennedy. Con la incorporación de Neil Gorsuch en 2017 y de Brett Kavanaugh en 2018, consolidó una mayoría conservadora en el máximo tribunal.
De todas formas, fue sin dudas en la economía donde Trump encontró mayores satisfacciones. El desempleo llegó a ubicarse en apenas 3,7% en septiembre de 2018, la menor cifra en 49 años. Es cierto que en diciembre se incrementó a 3,9%, pero impulsado por la incorporación de más personas al mercado laboral, no por la destrucción de puestos de trabajo.
Cambió la naturaleza del discurso político, que se volvió más combativo y extremo
La política económica más importante de su administración fue la radical reforma impositiva que aprobó el Congreso a fines de 2017. Como le concedió enormes beneficios a los estratos de altos ingresos y a las empresas, fue muy cuestionada por sectores de izquierda, pero el Gobierno la defendió como una estrategia para dinamizar el crecimiento.
"Los programas sociales y medioambientales fueron agresivamente debilitados, principalmente por la reversión de los esfuerzos destinados a combatir el cambio climático —contó Rothenberg—. Los recursos económicos fueron sustantivamente dirigidos hacia la clase alta, en particular en los 'estados rojos' que favorecieron a Trump y a los republicanos".
La reforma fiscal, y el optimismo generalizado del mundo de los negocios con Trump, fueron algunas de las razones por las que la bolsa rompió todos los récords. El índice Dow Jones llegó el 3 de octubre pasado a los 26.828 puntos, su techo histórico.
Pero la euforia se cortó abruptamente y se encendieron las alarmas. Las acciones perdieron todo lo ganado en el año en los meses siguientes, y el Dow terminó en niveles de septiembre de 2017. La principal causa, los temores que despierta el estilo confrontativo del presidente, que se ve en su inédito enfrentamiento público con la Reserva Federal por subir la tasa de interés, y en la pelea que marcó la segunda parte de su gobierno: la guerra comercial con China.
La imposición de aranceles a las importaciones del gigante asiático, con la que buscó reducir el sostenido déficit comercial de Estados Unidos, desató una escalada de acciones y reacciones. Como si fuera poco, el resultado fue el opuesto al buscado: según los últimos datos oficiales publicados por China, el déficit estadounidense llegó al máximo registrado, 323.000 millones de dólares.
Desde que Trump y Xi Jinping se reunieron el 1° de diciembre en Buenos Aires, tras la cumbre del G20, hay expectativas de que se llegue a una tregua. El 30 de enero, Beijing enviará a Washington al viceprimer ministro Liu He, máximo responsable económico, en un intento por sellar la paz. Pero el desenlace es incierto.
El caos ha reinado en el campo político, con un sorprendente nivel de rotación en los cargos altos del gobierno y en el gabinete
"El caos ha reinado en el campo político, con un sorprendente nivel de rotación en los cargos altos del gobierno y en el gabinete, un diseño poco ortodoxo de las políticas, y tuits interminables que a veces son contradichos al día siguiente", sostuvo Clyde Wilcox, profesor del Departamento de Gobierno de la Universidad de Georgetown, en diálogo con Infobae.
La sensación de caos es bastante notoria en la política exterior, atravesada por muchos conflictos, además del mencionado con China. Los choques más desconcertantes son los que mantuvo Trump con los socios tradicionales de Estados Unidos, los países de la Unión Europea.
El descreimiento en el multilateralismo lo llevó a dejar importantes pactos globales, que habían sido suscritos por sus antecesores, como el acuerdo nuclear con Irán, el de París por el cambio climático y el de las migraciones. Es lo que impidió la firma de un documento conjunto en el G7 de Canadá.
"El mayor cambio en términos de políticas es una serie de acciones que parecen destinadas a hacer muy feliz a Vladimir Putin", dijo a Infobae Kenneth D. Wald, profesor emérito de ciencia política de la Universidad de Florida. "Trump ha manifestado abiertamente su admiración por líderes autoritarios y condenó a aquellos que lideran democracias. Socavó una serie de entendimientos globales que habían hecho mucho por preservar la paz y el orden. Le pidió a su fiscal general que abriera causas criminales contra sus oponentes, y recién nos enteramos de que el FBI abrió en 2017 una investigación para determinar si era agente ruso o un cómplice involuntario en una conspiración para imponer políticas favorables a Moscú".
La injerencia rusa en las elecciones de 2016 para impulsar la candidatura de Trump fue probada por la investigación que realiza el fiscal especial Robert Mueller, que se convirtió en un gran dolor de cabeza para el presidente. Rudolph Giuliani, abogado personal de Trump, admitió el jueves que pudo haber existido colusión entre miembros de su equipo de campaña y agentes rusos, aunque excluyó al mandatario de cualquier arreglo.
Cuando los miembros del Congreso y el presidente se concentran en sus diferencias, se hace difícil alcanzar un compromiso, y genera resentimiento
Otro frente externo es Corea del Norte. Con los vaivenes que caracterizaron a estos 729 días, Trump pasó en unos meses de intercambiar amenazas de bombardeo con Kim Jong-un, a compartir abrazos y fotos en el inédito encuentro que protagonizaron el 11 de junio en Singapur. La promesa de paz duradera y desnuclearización de la península aún está lejos de materializarse, pero el acercamiento fue un avance incuestionable.
Por otro lado, en un nuevo giro sorpresivo, Trump anunció en diciembre que iba a retirar todas las tropas estadounidenses de Siria. Era una promesa de campaña y un anhelo de muchos sectores, pero la determinación fue tan abrupta que generó cuestionamientos casi unánimes dentro y fuera del país. Sobre todo, porque implica dejar solos a los kurdos —aliados cruciales de Occidente en la lucha contra ISIS—, que están siendo acechados por Turquía.
Un país cada vez más dividido
"El público estaba polarizado antes de que Trump fuera electo, y él ganó en parte por eso —dijo Wilcox—. Entre los elementos racialmente motivados de su base electoral, son comunes las banderas de los estados confederados (que defendían la esclavitud en la guerra civil estadounidense) y la retórica racista. Él exacerba las divisiones al atacar a todos los que están en desacuerdo, usando términos enojosos y burlones".
Que el gobierno de Trump iba a generar polarización era previsible desde la campaña electoral, que fue la más exasperada de los últimos tiempos. El nivel de tensión que mantuvo con sus competidores en la primaria republicana, y luego con Hillary Clinton en la general, fue muy superior al que se venía observando.
Esa impronta confrontativa se ve en su relación con los medios de comunicación. Ya nadie se sorprende de que los acuse de "noticias falsas", de que sea el presidente que dio menos conferencias de prensa en la historia reciente, o de que pueda echar a un periodista de una.
"Es impresionante la cantidad de normas políticas que viola el presidente, y lo poco que le importa a otros políticos. Solemos pensar que las instituciones formales son muy importantes en una democracia, y lo son, pero las normas informales, que esperamos que sean respetadas por nuestros líderes aunque no estén escritas, también son críticas para nuestro sistema. Las infracciones del mandatario son bastante amplias, como mezclar negocios privados con públicos, no revelar sus declaraciones impositivas, atacar a los medios e incluso a ciertos periodistas, y la lista sigue", afirmó Aaron Weinschenk, profesor de ciencia política de la Universidad de Wisconsin-Green Bay, consultado por Infobae.
Discusiones que quizás antes se evitaban en público para cuidar las formas y el prestigio de las instituciones, ahora se transmiten por televisión. Es lo que sucedió en el extraño encuentro que mantuvo Trump en diciembre con Nancy Pelosi y con Chuck Schumer, líder demócrata en el Senado, en la antesala del shutdown.
Iba a ser privado, pero comenzaron a discutir a la vista de los periodistas. "Si no consigo lo que quiero, cerraré el Gobierno. Estoy orgulloso de cerrar el Gobierno debido a la seguridad fronteriza", dijo Trump ese día, mientras sus interlocutores trataban de interrumpirlo.
Semanas después, luego de cumplir su advertencia, se retiró intempestivamente de otra reunión con los mismos participantes. "El Presidente simplemente se levantó y se fue", relató Schumer. "Una total pérdida de tiempo", escribió Trump en Twitter. Este jueves suspendió una gira oficial de Pelosi apenas 45 minutos antes del despegue del avión, en represalia por su pedido de suspender el discurso sobre el Estado de la Unión.
"Ese tipo de lenguaje amplifica las divisiones que existen en nuestra sociedad", dijo Weinschenk. "Cuando los miembros del Congreso y el presidente se concentran en sus diferencias y en por qué la otra parte está equivocada, se hace difícil alcanzar un compromiso, y genera resentimiento. Es un proceso de autoafirmación. Ciertamente, sería posible ir más allá de las fronteras partidarias en ciertos temas, pero parece poco probable que suceda en este punto".
Las peleas no son sólo con sus rivales, sino también con sus ex colaboradores. De Rex Tillerson, que fue su primer secretario de Estado, dijo que era "tonto como una roca". El ex CEO de Exxon Mobil es apenas uno de los más de 33 funcionarios de primera línea que dejaron la Casa Blanca en estos dos años, la mayoría, peleados con el Presidente.
Desde hace tiempo Estados Unidos está fuertemente dividido por la polarización ideológica y por la desigualdad de ingresos tan elevada
"La consecuencia más preocupante de esto es que puede amenazar la legitimidad de nuestras instituciones políticas —dijo Shufeldt—. La confianza en el gobierno viene cayendo sostenidamente desde hace décadas, pero ahora vemos también un declive en las elecciones. En parte por las controversias que rodearon a la nominación de Kavanaugh (denunciado por abuso sexual), el apoyo a los tribunales, que eran el poder más valorado de la tríada republicana, está empezando a sufrir. También la confianza en el FBI y en el Departamento de Justicia. Lo que pasa es que estas instituciones son, cada vez más, vistas desde una perspectiva partidaria".
La evidencia más clara de la división del país fueron las elecciones de medio término, celebradas el 6 de noviembre. El resultado fue lo más parecido que puede haber a un empate.
Los demócratas recuperaron el control de la Cámara de Representantes gracias a sus triunfos en las ciudades, en los suburbios metropolitanos y entre los votantes más jóvenes, educados y étnicamente diversos. Pero los republicanos aumentaron su mayoría en el Senado —un hecho con pocos antecedentes para el oficialismo en midterms—, con el voto rural, blanco, de clase obrera y de los adultos mayores.
"Desde hace tiempo Estados Unidos está fuertemente dividido por la polarización ideológica y por la desigualdad de ingresos tan elevada. Gran parte de esta división es geográfica, porque las costas este y oeste contrastan con el resto del país, y porque la división comienza a ser entre las grandes ciudades y el resto. El aparente incremento de las tensiones es una función de los intentos de horadar las instituciones con más fuerza que en el pasado, o a través de nuevos medios", dijo Rothenberg.
Ya empezó el camino hacia las elecciones de 2020, que prometen ser todavía más polarizadas que las de 2016. Trump puede obtener la reelección o no, pero la división ya está instalada y probablemente se profundice, sea cual sea el resultado.
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