Los orígenes italianos de la académica y activista Cinzia Arruzza hacen que su inglés tenga un sonido mucho más familiar, hasta amistoso. Se entusiasma cuando habla de lo que está pasando en el mundo con el movimiento de mujeres pero discute con firmeza contra el "feminismo liberal". Dice que son las mujeres -en Brasil, en EEUU y en varios países de Europa- el factor más determinante de la oposición que ha surgido ante el ascenso de los movimientos de derecha y extrema derecha globalmente, pero no duda en cuestionar duramente lo que ella llama "el progresismo neoliberal", y que en su país está representado por uno de los presidentes que terminó su mandato con mayores índices de popularidad: Barack Obama.
"Si miras hacia atrás, Obama ganó en el 2008 con una campaña y una plataforma bastante radical, cuyo eslogan era "Yes, we can" (Sí, podemos), y, paradójicamente, después de los primeros años quedó bastante claro que en realidad "No, we couldn't" (No, no pudimos)", explica risueña la profesora de filosofía de la New School of Social Research de Nueva York, quien estuvo en Buenos Aires participando de un foro del pensamiento crítico. "Obama no logró casi ninguna de las cosas que prometió, con excepción del Obamacare, aunque es una reforma bastante insuficiente. Ahora, claro, hay que defenderla porque está bajo amenaza, pero en realidad el reclamo es por un sistema de salud universal".
—¿Cuáles son las deudas pendientes que dejó el gobierno de Barack Obama?
—Bueno, se pueden decir varias cosas, entre ellas que no cerró Guantánamo, que deportó a millones de inmigrantes, que favoreció un sistema educativo muy limitado, que no hizo nada contra el encarcelamiento masivo -actualmente hay más de 3 millones de personas en prisión-, y también que fue durante su gobierno que surgió el movimiento conocido como 'Black lives matter' (Las vidas de las personas negras importan) contra la brutalidad policial. Y es lógico porque durante sus dos mandatos no hubo una sola política concerniente al problema racial en EEUU. Entonces cuando prometiste tanto y eres electo después de haber alimentado esperanzas tan grandes en tantos sectores (me refiero a que se trató del primer presidente negro en la historia del país y de que era un progresista) e instalas esta idea de que al fin algo va a cambiar… Y de pronto nada sucede o sucede muy poco… Bueno, entonces esto crea las condiciones para una enorme desilusión, que incluye que la gente cambie radicalmente su voto.
—Después de dos años de gobierno de Donald Trump, ¿cómo analiza el resultado de las últimas elecciones de medio término?
—Creo que fue un resultado "mixto". Trump perdió el control de la Cámara de Representantes, lo que seguramente modificará la dinámica de su presidencia, pero al mismo tiempo retuvo el Senado. Para ser honesta, si uno contextualiza un poco la elección y piensa en la filtración rusa, en los escándalos sexuales, en el escándalo financiero, en las movilizaciones de mujeres… es increíble que haya ganado el Senado, y lo hizo. El problema es que la estrategia del Partido Demócrata fue esencialmente correr detrás de los votantes del Partido Republicano, y este objetivo obviamente afectó su mensaje. En una cantidad de estados, especialmente en el sur, el mensaje demócrata fue muy moderado, no sólo desde mi punto de vista, sino incluso desde el suyo propio. Esto tuvo que ver con un deseo de romper con la línea más liberal dentro del partido. Actualmente hay un debate dentro del Partido Demócrata, precisamente, sobre cuál es la mejor estrategia: si seguir con una línea más conservadora pensando que eso podría robarle votantes de Trump, o si tomar nota de los buenos resultados electorales de los candidatos más progresistas.
—Hubo varias victorias importantes de ese tipo, como la de Alexandria Ocasio-Cortez en Nueva York, Bernie Sanders y la candidatura de Christine Hallquist en Vermont, por ejemplo. También un récord de mujeres candidatas…
—Sí, hubo victorias importantes y hubo también derrotas que en algún sentido fueron victorias, porque fueron resultados excelentes para candidatos muy distintos, por ejemplo, en Florida. Sin embargo, fueron pocos casos y, aunque no les resto importancia, hay que tener claro que no cambiarán la dinámica del Congreso. Es cierto que hubo muchas mujeres electas, lo que es bueno, pero depende de qué política defiendan esas mujeres. Puedes ser mujer y ser Sarah Palin, que representa al Tea Party, por ejemplo. Sobre el debate dentro del Partido Demócrata, yo me mantengo bastante escéptica porque no creo en su voluntad de romper con la política tradicional y con la orientación que los ha caracterizado durante las últimas décadas. Que Nancy Pelosi haya sido electa como líder de la bancada da una pauta de que los demócratas mantendrán una línea moderada.
—¿La mayor presencia femenina en los comicios fue un reflejo de los cambios en EEUU después de las marchas y los paros de mujeres?
—No se si diría que en EEUU hay un movimiento feminista, sino más bien diría que hay una movilización feminista. Esto incluye las primeras marchas de mujeres contra el gobierno de Donald Trump, pero también el paro internacional del 8 de marzo y, más recientemente, las protestas contra la designación de Brett Kavanaugh como juez de la Corte Suprema.
—¿Y el movimiento #MeToo es parte de esto?
—El #MeToo fue fundamentalmente un movimiento nacido en las redes sociales, pero que tuvo un impacto muy profundo en la vida social y ha tenido consecuencias. La última de ellas ha sido la huelga de los empleados de Google en varias ciudades del mundo, protestando sobre cómo la compañía había abordado los casos de abusos sexuales en su interior. Fue coordinada e internacional, y vinculó los dos temas: el abuso sexual y los derechos de los trabajadores de Google. Y esto es importante porque cuando hablamos de abusos sexuales en los lugares de trabajo, a menos derechos laborales, más cantidad de abusos, mayor impunidad, y peor es la situación. Las mujeres no saben cómo defenderse, no tienen cómo, no saben a quién apelar. The Guardian publicó un artículo hace un par de semanas en el que se preguntaba si el movimiento #MeToo se estaba volviendo más activo, más "militante". Es decir, si estaba mutando desde un fenómeno de las redes sociales a un movimiento social y político de mayor envergadura. Yo creo que sí, y que se vio con el rechazo a la nominación de Kavanaugh. Esas movilizaciones fueron parte de un nuevo clima de época que se vive en EEUU.
—¿Hasta qué punto esa movilización de mujeres es un problema para el Gobierno de Donald Trump?
—Las mujeres son hoy la oposición más frontal al gobierno de Donald Trump, pero incluso creo que se trata de un fenómeno global. El feminismo en la actualidad es el movimiento más expresivo contra el ascenso de la extrema derecha en todo el mundo. En Brasil, por ejemplo, las manifestaciones #EleNão contra Jair Bolsonaro excedieron por mucho al PT. Y la derecha, a su vez, tiene un discurso cada vez más marcadamente misógino y transfóbico, que va en contra de todo tipo de libertades y derechos.
—¿Cómo explica ese fenómeno?
—Creo que tiene que ver con los fracasos de lo que yo llamo el "progresismo neoliberal": un sector que busca adoptar políticas neoliberales en materia económica y política pero que lo oculta detrás de un discurso "gay friendly". El pionero de ese fenómeno es Zapatero, en España, pero también están Obama y Hillary Clinton en EEUU, o ahora Emmanuel Macron en Francia. Y creo que la derecha comprendió bastante bien el fenómeno de que comparten la política, pero que pueden diferenciarse del progresismo neoliberal a partir de estos elementos; la forma de presentarse como una alternativa es precisamente atacando estas cuestiones. El gran peligro es que las mujeres abandonemos estos reclamos, y por eso creo que el desafío es separar los feminismos. Hay que mostrar que la agenda del feminismo no es solo por la igualdad formal, sino que va mucho más allá.
—Junto a otras académicas y feministas, escribió un Manifiesto para un feminismo para el 99%. ¿Qué significa?
—El eslogan viene de la época del movimiento Occupy Wall Street que decía: "Nosotros somos el 99%". Pero también es una transformación porque nosotras decimos que este es el feminismo para el 99%. Nos referimos con esto a un feminismo con una visión de clase. Y este no es el 99% de la población, y nunca lo será, pero es un actor diferente que no está luchando por un interés o un sector particular sino que está peleando para todos. Para transformar la sociedad de un modo que todos puedan ser libres y que todos puedan tener una vida decente. "Para el 99%" es básicamente una reivindicación de la universalidad de la pelea, en el sentido de que los movimientos feministas en el mundo en este momento están hablando del sistema que permite la existencia de la violencia de género, no sólo de la violencia de género. Además, es un concepto que surge en oposición a otros tipos de feminismos, como el feminismo liberal. Este es básicamente un proyecto de las élites para las élites, y meritocrático porque defiende la idea de que si eres talentosa, si haces lo correcto, puedes avanzar y convertirte en la CEO de tu compañía.
—¿A qué se refiere con un sistema que garantiza la violencia de género?
—Me refiero a que cuando uno indaga sobre las razones detrás de la violencia de género encuentra una estructura que incluye las relaciones sociales y determinadas condiciones, como por ejemplo, los derechos laborales en los lugares de trabajo o el sistema social que puede llegar a contener a una mujer que es víctima de violencia. ¿Existe un hogar donde una mujer pueda huir si debe escaparse de la violencia doméstica? ¿Garantiza el Estado esos espacios? ¿La justicia actúa en estos casos como debería? Cuando te propones analizar la violencia de género de una forma seria, quiero decir, no diciendo que el empoderamiento individual podrá resolver todos los males de las mujeres, necesariamente debes poner todos estos otros problemas sobre la mesa. Analizar el sistema de salud, los servicios sociales, los derechos laborales, las políticas migratorias, etcétera, etcétera, etcétera.
—¿Cómo definirías el momento actual del feminismo a nivel internacional? Algunos dicen que estamos atravesando la cuarta ola feminista.
—No se qué entienden por ola los que dicen que estamos en la cuarta. La primera ola feminista incluyó al movimiento sufragista y a las iniciativas surgidas de la primera Internacional Comunista, con personajes como Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo. La segunda ola son los setentas, claramente. Y la tercera ola, bueno, nadie sabe muy bien cuál es la tercera ola. Yo creo que la tercera ola es la actual. Pero algunas personas se refieren a lo que se llamó el 'momento queer' en la década del 90, con la publicación por parte de Judith Butler del libro Problemas de género. Sin embargo, fue un fenómeno circunscripto a los Estados Unidos. Era un debate de algunos círculos, no un movimiento. Este es mi punto: olas son olas, movilizaciones masivas e internacionales, como lo que está pasando ahora.
—Si es la tercera ola, ¿cómo la describirías?
—Para mi lo más interesante de esta ola es que no comenzó en el centro, es decir en los países occidentales desarrollados, sino que el movimiento actual surgió en Polonia y en Argentina, después llegó al resto de América Latina, al sur de Europa, a Turquía y, finalmente, al centro. Esto es muy importante porque contribuyó a darle dimensión internacional al movimiento. Cuando algo surge en las periferias, existe la inmediata necesidad de coordinarlo, de no sentirse solo. Pero incluso creo que las elaboraciones surgidas en Argentina y en América Latina en general fueron muy importantes. Porque enfatizaron la conexión entre feminismo y capitalismo, pusieron sobre la mesa el tema del neocolonialismo y hasta del racismo. Y el otro elemento es que la actual es una nueva generación de feministas. El feminismo está protagonizado masivamente por gente joven, estudiantes, trabajadoras precarias y jóvenes desempleadas que son hoy quienes no tienen perspectivas para su futuro. Este es otro factor que contribuyó a la radicalización del movimiento. Por eso creo que este es un fenómeno nuevo, radical y poderoso.
—El feminismo, en términos internacionales, ¿está en un momento ofensivo o defensivo?
—Creo que en muchos casos ha surgido de acciones defensivas contra ataques a las condiciones de vida y a los derechos de las mujeres, como en Polonia, donde se quería imponer una restricción casi absoluta al acceso al aborto. Pero no creo que sea solo defensivo, precisamente por esto de que se ha radicalizado tanto. De temas muy específicos han surgido cuestionamientos generales sobre el mundo en el que vivimos; de cosas puntuales pasó a desafiar a todo el sistema. El ejemplo es Argentina, donde el movimiento #NiUnaMenos nació contra la violencia de género y muy rápido se diseminó hacia otras demandas como el aborto, pero también hacia una crítica más estructural.
—En EEUU hay un debate en relación a si el feminismo debería estar tan integrado al Partido Demócrata, y en Argentina también, sobre si hay que participar de un movimiento amplio bajando algunas banderas feministas con el fin de derrotar al gobierno de Mauricio Macri. ¿El feminismo 'se arriesga' al involucrarse en la política tradicional?
—En EEUU el movimiento detrás de la marcha de las mujeres en los últimos meses ha estado completamente enfocado en las elecciones de medio término, respaldando a candidatas mujeres y jugando abiertamente para los demócratas. La energía de las movilizaciones fue reorientada a las urnas, y esto socavó al movimiento. Creo que es una pena, porque las marchas habían sido enormes y aún tenían potencial. Sobre Argentina creo que sería una catástrofe si el movimiento feminista en este país no mantiene su autonomía política. Por supuesto que alguien puede apoyar personalmente y desde una perspectiva externa una coalición contra Macri. Pero si el movimiento feminista por esto resigna, por ejemplo, su reclamo del aborto, sería un suicidio. No creo que ayude a nadie. Es decir, creo que el movimiento feminista puede hacer más para derrotar a la derecha movilizándose que integrando una coalición de este tipo, donde puede que sean forzadas a hacer silencio sobre cuestiones que son nodales para el movimiento, y el aborto es el primero. Sería el fin del movimiento feminista.
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