Becoming, las memorias de Michelle Obama, llevan 48 horas a la venta en los Estados Unidos y ya se perfilan como el libro más importante del año. Está número 1 en la lista de best sellers de Amazon y según Barnes & Noble ha sido el título que más compra anticipada tuvo en los últimos tres años. En Chicago, donde firmó ejemplares el martes 13, hubo una fila de horas, a pesar del frío, para entrar a la librería Seminary Co-op.
A lo largo de las más de 400 páginas de Becoming (un juego de palabras entre convertirse en y el calificativo adecuado, que en castellano se titulará Mi historia), la ex primera dama revela aspectos desconocidos de la familia (como el uso de la fertilización in vitro para concebir a las hijas o la necesidad de terapia de pareja), la carrera política de Barack Obama y el vértigo que impuso sobre las vidas de todos ellos. Explora además las dificultades de ser una persona doblemente minoritaria —mujer y afroamericana— y sus tribulaciones en una posición que, sin ser formal, es de las más observadas del mundo.
Con una gran riqueza de detalles, Becoming narra la trayectoria de una vida normal a la cual las ambiciones y el azar llevan a un escenario extraordinario, y cómo lo común y lo improbable compiten codo a codo en la vida cotidiana, nunca sin consecuencias. La misma fuerza que la presencia de Michelle Obama tuvo en la Casa Blanca durante los dos mandatos de su esposo se percibe en la voz narradora.
Por ejemplo: "Como la gente suele preguntarlo, lo digo aquí directamente: no tengo intención de competir por la presidencia, jamás. Nunca he sido una admiradora de la política y mi experiencia durante los últimos 10 años ha hecho poco por cambiar eso".
El libro se divide en tres partes: Convertirme en mí, Convertirnos en nosotros, Convertirnos en algo más. En la primera, la protagonista es Michelle Robinson, la hija de Marian y Fraser, hermana de Craig, que creció en el Barrio Sur de Chicago y lo vio despoblarse de familias de clase media y repoblarse de pobreza y delito. La segunda parte comienza con Michelle Robinson y termina con Michelle Obama. La tercera muestra la vida privada en convivencia con la historia colectiva.
"Apenas estoy comenzando a procesar lo que sucedió en estos últimos años, desde el momento en 2006 cuando mi esposo habló por primera vez de ser candidato presidencial hasta la fría mañana de invierno cuando subí a una limusina con Melania Trump, acompañándola a la asunción de su marido. Ha sido una gran travesía", escribió en el Prefacio.
La perspectiva de la primera dama, explicó, es única: "Los Estados Unidos se le revelan en sus extremos. He ido a eventos de recaudación de fondos en casas privadas que parecían más bien museos de arte, casas donde la gente poseía bañaderas hechas de piedras preciosas. He visitado familias que perdieron todo por el huracán Katrina y estaban llorosas y agradecidas por el mero hecho de tener un refrigerador y una cocina que funcionaran".
Pero también es difícil, no apta para ciertas sensibilidades: "He sonreído para fotos con personas que dicen cosas horribles de mi esposo en la televisión nacional, pero que sin embargo querían un recuerdo enmarcado para la repisa de su chimenea. Estoy al tanto de las zonas cenagosas de internet donde se pone en duda todo sobre mí, hasta si soy una mujer o un hombre. Un congresista todavía en su banca se ha burlado de mi trasero".
Y a veces parece ficción, un sueño: "En la sala, nuestros muebles están acomodados del mismo modo que estaban en la Casa Blanca. Por toda la casa tenemos souvenirs que nos recuerdan que todo fue real: fotos de nuestras salidas familiares en Camp David, vasijas hechas a mano que me regalaron unos estudiantes nativo-americanos, un libro firmado por Nelson Mandela".
Infobae sintetiza a continuación el contenido de Becoming a partir de algunos de sus momentos más reveladores.
Cómo conoció a Barack Obama
Robinson había encarnado el sueño americano: era la hija de una familia afroamericana pobre que había ganado, por su excelencia académica, estudiar en las prestigiosas universidades de Princeton y Harvard. Trabajaba en el bufete de abogados Sidney & Austin y era una de esas abogadas a las que admiraba desde el bus que la llevaba desde su barrio al centro cuando niña. "Te has unido a la tribu. A la edad de 25, tienes una asistente. Ganas más dinero que tus padres en toda su vida", resumió.
Barack Obama estaba apenas en primer año de la especialización en derecho de Harvard, pero una profesora lo había recomendado como el estudiante más brillante que había tenido en su carrera. Algunas de las personas que lo habían entrevistado dijeron que además era guapo. Pero Michelle Robinson se mantuvo escéptica sobre el joven del que le habían pedido que fuera mentora en la firma. La tarjeta de presentación del joven no ayudó mucho: "Barack Obama llegó tarde el primer día".
Se hicieron amigos. Un día, después del almuerzo que compartían cada semana, él le dijo: "Deberíamos salir juntos". Ella fingió asombro —había comenzado a sentirse triste cuando él la visitaba en su oficina— y le explicó que ni quería tener novio, porque privilegiaba su carrera, ni él podría ser una posibilidad, porque ella era su consejera en la empresa. Él se rió: "¿Y eso qué importa? Tú no eres mi jefa. Y eres bastante encantadora".
Tras un almuerzo de la oficina, cuando lo llevaba de regreso, ella pensó que en un mes él terminaría su pasantía y volvería a Boston, y perdió las ganas de hablar. Él la invitó a tomar un helado. Estaban sentados cuando él le preguntó "¿Puedo besarte?". Se inclinó y lo hizo. "Y con eso, me dejé llevar y todo se volvió claro".
Un hombre como un unicornio
"Barack me intrigaba", escribió. "No se parecía a nadie con quien hubiera salido antes, principalmente porque parecía tan seguro. Era abiertamente afectuoso. Me decía que era hermosa. Me hacía sentir bien. Para mí era una especie de unicornio: infrecuente al punto de parecer irreal". Quizá por eso el amor había surgido de una manera tan natural que "no hubo nada especialmente memorable".
Antes de regresar a Boston, acostumbrado a la correspondencia —de sus abuelos, mientras él vivía con su madre y el segundo marido de ella en Indonesia; de su madre, cuando ella lo envió a estudiar a los Estados Unidos a casa de los abuelos—, él le dijo que no era un tipo de hablar por teléfono, pero pronto se convirtió en uno.
La muerte del padre
El padre de Michelle Obama nunca quiso tratar la esclerosis múltiple que sufría; trabajaba como si estuviera siempre bien, y eso sólo decía: "Me siento bien". A los 55 años, tras una crisis que lo tuvo internado 10 días, murió. "Duele vivir luego de que alguien haya muerto. Simplemente duele. El dolor se puede sentir al caminar por un pasillo o al abrir la heladera. Duele ponerse las medias, cepillarse los dientes. La comida no tiene sabor. Los colores empalidecen. La música duele, igual que los recuerdos".
"Ya nos vamos a arreglar"
Obama terminó el posgrado en Derecho: "Hizo las maletas, vendió su Datsun amarillo y voló a Chicago", se lee en Becoming. "Lo amaba. Me sentía amada por él. Habíamos superado casi dos años como pareja de larga distancia". Vivían juntos mientas ella procesaba la pérdida de su padre, pensaba en cómo pagaría sus cuentas si cambiaba de trabajo, porque había comprendido que no quería ser abogada, y soñaba con tener hijos. "No te preocupes", le decía. "Ya nos vamos a arreglar".
Barack Obama no quería casarse
En 1991, cuando él rindió el examen de la Asociación de Abogados, fueron a celebrar al restaurante de las ocasiones especiales, Gordon. Entonces él comenzó a hablar de matrimonio: de cómo era algo innecesario para dos personas tan enamoradas y comprometidas como ellos. Michelle se puso furiosa: ya habían tenido la misma conversación mil veces, no entendía por qué volver a pasar por ese mal rato justo el día de la celebración. Entonces el mesero llegó con el postre cubierto por una campana de plata. Cuando la alzó, había una caja de joyería. "Durante un minuto entero, o dos, miré embobada el anillo en mi dedo. Miré a Barack para confirmar que era algo real. Él sonreía. Me sorprendió totalmente. 'Bueno', dijo con levedad, 'eso debería hacerte callar'".
Se casaron en octubre de 1992, con 300 invitados, "rodeados de amor: el multicultural y ecléctico de los Obama y el anclaje de los Robinson del Barrio Sur".
Dos personas muy distintas
Mientras ella trabajaba en el municipio de Chicago, él asumió la dirección local del movimiento ¡Vote!, para registrar electores. Se le pasó la fecha de entrega de un libro que había contratado; debió devolver los USD 40.000 de anticipo. La agente literaria insistió para que lo terminara y la madre de Obama le rentó una pequeña cabaña frente al mar en Bali, "a unos 15.000 kilómetros de mí", recordó Michelle Obama. "¿Qué pasa cuando un individualista amante de la soledad se casa con una extrovertida mujer de familia a quien la soledad no le gusta ni un poco?", preguntó.
Se adapta, explicó. Así, a comienzos de 1993, Obama terminó Dreams From My Father. A su regreso destinaron una habitación del apartamento al escritorio de él, o más bien "el Hueco", como lo llamaron, porque se encerraba a leer y escribir allí. "Los meses pasaban y nosotros cocinábamos, trabajábamos, nos reíamos y hacíamos planes". Compraron un apartamento en el barrio de Hyde Park; ella dejó el gobierno por una ONG, Public Allies.
La irrupción de la política
Tras la salida del libro, Obama tuvo la oportunidad representarse como candidato al Senado estatal. "Para ser honesta, pensé que lo iban a comer vivo", sintetizó su aprensión por la política. Pero, al igual que él le había dicho, lo apoyó: "No te preocupes, nos vamos a arreglar".
Embarazo, aborto, fertilización in vitro
Se decidieron a tener hijos. "Un examen dio positivo, lo cual nos hizo olvidar todas las preocupaciones y extasiarnos de alegría, pero un par de semanas más tarde sufrí un aborto espontáneo, lo cual me dejó físicamente molesta y torpedeó todo el optimismo que habíamos sentido", explicó, uno de los puntos anticipados del libro.
"Si tuviera que abrir un archivo sobre las cosas que nadie nos dice hasta que estamos en medio de la cuestión, comenzaría con los abortos espontáneos. Perder un embarazo es algo solitario, doloroso y desmoralizador casi a nivel celular. Cuando se sufre uno, probablemente se lo confunda con un fracaso personal, y no lo es. O con una tragedia, y tampoco lo es".
Una amiga les aconsejó un especialista en fertilidad. Y así en una ocasión, ocho semanas después de implante de embriones fertilizados in vitro, escuchó algo que borró todo su miedo y su tristeza: "Un sonido sibilante, acuoso, que salía del interior cálido de mi cuerpo. Estábamos embarazados. Era real".
Y el 4 de julio de 1998, mientras el resto de los estadounidenses celebraban la independencia con fuegos artificiales, "nosotros no pensábamos en el país sino en la familia mientras Malia Ann Obama, una de los dos bebés más perfectos que nacieron en todos los tiempos, apareció en nuestro mundo".
En 2001, del mismo modo, nació Natasha Marian Obama, Sasha. La llevó a una entrevista de trabajo, para afirmar que en su vida cabía todo.
Cuando la política casi los separó
"Estos eran los nuevos números en nuestra familia: teníamos dos niñas, tres empleos, dos automóviles, un apartamento y lo que parecía ser cero tiempo libre", recordó, cuando él tuvo la oportunidad de presentarse al Senado nacional. "Recuerdo mi respuesta: lo miré incrédula, como diciéndole '¿No te parece que estamos lo suficientemente ocupados?'".
Las cosas comenzaron a complicarse. "Esperaba. Esperaba tanto que los párpados de Sasha y Malia comenzaban a caerse, y tenía que llevarlas a la cama. O esperaba sola, con hambre, y cada vez más amargada porque mis propios ojos se cerraban y las velas hacían un charco de cera sobre el mantel".
Al principio él se mostró reticente a hacer terapia de pareja. "Estaba acostumbrado a pensar problemas complicados y razonar sobre ellos por si mismo. Sentarse frente a un extraño le resultaba incómodo, si no exagerado". Pero ella hizo la primera cita, y fueron varias veces. Y cada vez que salían de una sesión se sentían "más conectados". Uno de los problemas que eliminaron fue la idea falsa de que para ser feliz, ella necesitaba que él dejara la política.
El fenómeno Obama
Entonces él dio entonces un discurso hoy famoso, el de la Convención Nacional demócrata del 27 de junio de 2004. "De manera honesta y experta, se presentó no como un outsider sino más bien como la encarnación misma de la historia nacional. Le recordó al público que un país no puede trozar sólo en rojo y azul, que estamos unidos por una humanidad común, llamados a cuidar de toda la sociedad. Pidió que hubiera más esperanza que cinismo. Habló con esperanza, proyectó esperanza".
Comenzó entonces la Obamamanía: "Acabo de ver al primer presidente negro", dijo Chris Matthews en NBC al hablar del discurso; The Chicago Tribune titulo: "El fenómeno". Hablaban de él como una estrella de rock. "Debe de haber sido un buen discurso", dijo ella cuando lo pararon para pedirle un autógrafo, y la frase se convirtió en un chiste entre los dos. Dreams From My Father se reeditó y llegó a la lista de best sellers de The New York Times, mientras el político comenzaba a escribir The Audacity of Hope.
Comenzaron los rumores sobre el perfil presidenciable del senador Obama. Y las preocupaciones de ella: "Las noches que él se quedaba en Washington, yacía sola en la cama y me sentía como si estuviera sola contra el mundo. Yo quería a Barack para nuestra familia. Todos los demás lo querían para nuestro país".
"No pensé que pudiera ganar"
Hablaron muchas veces del costo familiar que tendría la campaña. "Fue la prolongación de un diálogo que habíamos tenido durante 17 años: ¿Quiénes éramos? ¿Qué nos importaba? ¿Qué podíamos hacer? Al final, la cuestión se redujo a esto: dije que sí porque creí que Barack podría ser un gran presidente". Y porque lo amaba y creía en él. Pero no perdía de vista algo: "Barack era un hombre negro en los Estados Unidos, después de todo. No pensé que realmente pudiera ganar".
A las niñas las acompañaba a la escuela, detrás de la abuela, "la gente secreta", como llamaba Sasha al Servicio Secreto. Y las entrevistaban en ABC, algo de lo que Obama y su esposa se arrepintieron instantáneamente. Aunque no había nada que pudiera perjudicar el bienestar de sus hijas, "ahora estaba en el mundo y viviría para siempre en internet". Los ataques personales la alcanzaron pronto a ella. El racismo, entre los primeros. "En Fox News había conversaciones sobre mi 'furia militante'. En internet había rumores sobre la existencia de un videotape en que me refería a la gente blanca como 'blancuchos'".
El día de las elecciones de 2008 resultaría "una especie de mini vacación, una pausa surrealista entre todo lo que había pasado y lo que quedaba por delante". Pero a las 10 de la noche se confirmó el triunfo del demócrata.
Señora
"No hay manual para quienes se convierten en las primeras damas de los Estados Unidos. Técnicamente no es un trabajo, ni es un título gubernamental oficial. No tiene salario ni obligaciones descriptas", escribió. Nadie la llamaba por su nombre. "¿Quién es 'Señora'?, quería preguntarles al comienzo. Señora me sonaba a una mujer mayor". Pero era ella. "Era parte del cambio más grande, la loca transición en la que estábamos".
Becoming tiene palabras afectuosas para la esposa de George W. Bush. "Laura me llevó a una habitación bonita, llena de luz, junto al dormitorio principal, que tradicionalmente se utilizaba como el vestidor de la primera dama". Le mostró la vista y le dijo que Hillary Clinton había hecho lo mismo por ella ocho años antes. "Y ocho años antes de eso, su suegra, Barbara Bush, le había mostrado la vista a Hillary. Miré por la ventana, consciente de que era parte de una modesta continuidad".
Por qué no perdonará a Donald Trump
En 2012, cuando Donald Trump "comenzaba a hacer alboroto sobre la posibilidad de competir por la candidatura presidencial republicana", lanzó la teoría conspirativa según la cual Obama no podía ser presidente. "Mayormente, sin embargo, parecía que sólo hacía alboroto en general, apareciendo en programas de cable para hacer críticas chillonas e inexpertas sobre las decisiones de Barack en política exterior y cuestionando abiertamente si era ciudadano", escribió.
"La cuestión entera era una locura y era malintencionada, desde luego, de una intolerancia y una xenofobia apenas disimuladas. Pero también era algo peligroso, hecho deliberadamente para atizar a los chiflados. Tuve miedo de las reacciones. Cada tanto el Servicio Secreto me informaba sobre las amenazas más serias que recibíamos, y comprendía que había gente capaz de ser solevantada. ¿Y si alguien con un desequilibrio mental cargaba un arma y manejaba hasta Washington? ¿Y si esa persona iba a por nuestras chicas? Donald Trump, con sus insinuaciones gritonas e irresponsables, ponía en peligro la seguridad de mi familia. Y nunca lo voy a perdonar por eso".
Mejor no forzar la sonrisa
Barack y Michelle Obama salieron de la Casa Blanca por última vez el 20 de enero de 2017, para acompañar a Donald y Melania Trump a la ceremonia de asunción. "Ese día me sentí muchas cosas a la vez: cansada, orgullosa, afligida, ansiosa", recordó la ex primera dama. "Mayormente traté de contenerme, a sabiendas de que las cámaras de televisión seguían cada uno de nuestros movimiento. Barack y yo estábamos decididos a realizar la transición con gracias y dignidad, a terminar nuestros ocho años tanto con nuestros ideales como con nuestra compostura intactos".
Al mirar a los más de 300 invitados del presidente electo, vio un desfile principalmente blanco y masculino. "Alguien del gobierno de Barack podría haber dicho que había algo mal en la perspectiva, que lo que el público veía no reflejaba la realidad o los ideales del presidente. Pero en este caso, acaso lo hacía. Al advertirlo, ajusté mi propia perspectiva: dejé de intentar de sonreír".
El racismo en la infancia
Robbie y Terry, los tíos de su madre, en cuya casa la familia de Michelle Robinson rentaba un pequeño apartamento en el último piso, le parecían raros a la pequeña. "Habían visto cosas que nuestros padres no habían visto, cosas que Craig [el hermano] y yo, en nuestro infantilismo escandaloso, ni siquiera podíamos empezar a imaginar".
Los padres no les dijeron mucho, salvo lo fundamental: que cada persona sobre la Tierra tenía una historia que no se comprendía a simple vista. De adulta supo que su tía abuela había sido discriminada en la Universidad Northwestern y entendió por qué su tío abuelo vivía "en un estado de formalidad anestesiada: vestido impecablemente, remotamente servil, sin imponer su personalidad, nunca (…) como si hubiera renunciado a una parte de él para seguir adelante".
Su abuelo materno no tenía confianza en los dentistas, la policía ni los blancos. El abuelo de él había sido esclavo en Georgia, y él mismo había sufrido las leyes Jim Crow, que hicieron legal la segregación en los Estados Unidos, mientras crecía en Alabama.
El abuelo paterno, nieto a su vez de un esclavo de Carolina del Sur, había migrado a Chicago como parte de los seis millones de afroamericanos que dejaron la opresión del sur y buscaron trabajos industriales en el norte, durante las cinco décadas de lo que se conoce como la Gran Migración. Como otros en su familia, fue uno de los "hombres inteligentes y físicamente capaces a los que se negaba accesos a empleos estables con buenos salarios, lo cual a su vez les impedía comprar sus casas, enviar a sus hijos a la universidad o ahorrar para retirarse".
El color de la piel
El racismo llegó también a la generación más nueva. Craig, el hermano de Michelle Obama, montaba una bicicleta nueva, que sus padres le habían regalado, cuando un policía lo detuvo, acusándolo de haberla robado. Luego de exigir que el hombre le pidiera disculpas al niño, los Robinson les explicaron a sus hijos que lo que había sucedido "era injusto pero también lamentablemente común". El color de la piel los hacía vulnerables.
Y la educación los hacía diferentes: "¿Cómo es que hablas como una niña blanca?", le preguntó una vez una prima, y aunque se escandalizó, Michelle comprendió. Años más tarde volvería a ver cómo el falso concepto de la raza profundizaba las diferencias: durante las campañas electorales de su marido.
Adiós a la Casa Blanca
El libro termina, y a la vez empieza, con la idea del pasaje a algo nuevo. "Una mano se posa sobre una Biblia; un juramento se repite. Los muebles de un presidente salen mientras entran los de otro. Los roperos se vacían y se vuelven a llenar. En un instante hay nuevas cabezas sobre nuevas almohadas; nuevos temperamentos, nuevos sueños. Y cuando el periodo termina, cuando uno deja la Casa Blanca, ese último día, uno debe volver a encontrarse a sí mismo".
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