"Simplemente no haría tal cosa. No podría hacer eso… Me sorprende que me pregunte… Hacer campaña contra John Kerry es algo que no consideraría". Las palabras fueron lanzadas por el protagonista de esta historia hace casi 22 años, en octubre de 1996, cuando el periodista de The New Yorker James Carroll quiso saber si el senador republicano apoyaría al candidato de su partido en Massachusetts en detrimento del aspirante demócrata.
John McCain (1936-2018) era un hombre leal a sus convicciones por encima de todo. Lo dejaba en claro a cada paso. Lo explicitó en la cárcel Hanoi Hilton a miles de kilómetros de su patria y en su carrera política. Y durante aquella campaña presidencial no se le pasaría por la cabeza fallarle a quien era su alter ego en varios sentidos.
Pero seguramente ese no sea el capítulo de su vida elegido por quienes hoy lo recuerden en innumerables crónicas.
Para algunos un halcón, para otros un empecinado en reconciliar a su país de las heridas abiertas por una guerra -la de Vietnam– que dividió a los Estados Unidos sin matiz de ningún tipo, McCain se mostró siempre como un hombre de convicciones.
Este sábado, su cuerpo -que soportó miles de batallas- le dijo gracias y hasta luego. Murió fruto de un tumor cerebral empecinado en hacerle difícil sus últimos años. No se rindió. El último día antes de partir su familia emitió un comunicado anunciando que era él quien suspendía el tratamiento, de una situación ya irreversible. Controló su vida hasta dejar de suspirar.
Una de esas batallas, quizás la más agria, la toleró internamente. No fueron las torturas que durante dos años, dos veces por semana, sus carceleros vietnamitas le dedicaban en aquella Prisión de Hoa Lo, en la capital de Vietnam del Norte. No. Fue el tormento al que su consciencia cayó tras haber capitulado ante la crueldad enemiga.
McCain confesó que era un "pirata del aire" y para él fue demasiado. Perseguido por esa pesadilla de haber sentido que traicionó a su patria, intentó suicidarse en la caja de dos metros por tres en el cual estuvo durante esos interminables 700 días.
Fue por eso que cuando el actual presidente norteamericano dijo durante la campaña de 2016 que no consideraba que McCain fuera un "héroe de guerra", él no se ofendió. Es que nunca se sintió en tal categoría por esa llaga que lo carcomía cada vez que lo recordaba. Las frases de Donald Trump dañaron más a otras víctimas de la guerra que al senador por Arizona, como era su objetivo quien siempre fue un crítico del magnate republicano, aún después de llegar a la Casa Blanca.
Sin embargo, le sobran pergaminos para ser considerado héroe. Cuando derribaron su A-4E Skyhawk sobre Hanoi, fue llevado en cautiverio. El ejército norvietnamita no registraba a los detenidos norteamericanos bajo el status de prisioneros de guerra y era por eso que quería que se declararan "piratas" o "agresores". Esa fecha, 26 de octubre de 1967, marcaría un antes y un después en su vida y lo marcaría para siempre.
Hijo y nieto de almirantes de la Marina de los Estados Unidos, el tercero de la dinastía sabía que tenía un honor que cuidar y una misión que cumplir. El régimen de Hanoi, conocedor que su padre fue nombrado durante la contienda comandante, ofreció como gesto de buena voluntad la liberación de su hijo.
Pero McCain, el testarudo hombre nacido en una base naval norteamericana en Panamá, rechazó el convite. Apenas hacía un año que estaba allí y no podía permitir que otros prisioneros que padecían las torturas y el confinamiento del enemigo desde hacía más tiempo permanecieran allí.
"Ahora, McCain, será muy malo para ti", le dijo su carcelero. No mintió. Le costó torturas de todo tipo y dos años de soledad… que parecieron cien. Mil.
Cuando su mente dejó de traicionarlo y de atormentarlo con pesadillas, McCain siguió el protocolo que había aprendido durante sus años de instrucción marina. Memorizaba los nombres de los demás prisioneros de guerra que llegaban y partían. Los repetía a diario, alfabéticamente. Se comunicaba con los demás norteamericanos del Hanoi Hilton golpeando las paredes en código morse. Detectaban si un bombardeo era cercano, de sus propias tropas…
Esos mecanismos resultaban clave mantener el cerebro activo de alguna forma. Y no caer en la desesperación. En la locura.
Pero durante el encierro, los norvietnamitas continuaban con sus tácticas para doblegarlos. Les proporcionaban información falsa -o no- sobre lo que ocurría en su propio país, dividido hasta el extremo por la guerra. Incluso les ofrecían las visitas de pacifistas norteamericanos -como la de Jane Fonda- que John McCain III rechazó, como todos sus compañeros de celda.
Una de ellas impactó en el corazón amargo de republicano. Fue cuando observó por televisión cómo frente al Capitolio, en Washington mismo, unos veteranos arrojaban sus condecoraciones en protesta por el alargamiento del conflicto. Ese 22 de abril de 1971, entre quienes repudiaban a la administración de Richard Nixon por continuar en Vietnam estaba otro héroe, herido en combate: John Kerry, quien por entonces se convirtió en un símbolo de la antiguerra.
Eso enfureció a los prisioneros que no entendían cómo podía ser que sus propios camaradas de sangre se opusieran a lo que tanto sacrificio le costaba a la nación.
Finalmente tras casi seis años en una celda en Hanoi, McCain regresó a casa junto a los demás. "Era un amigo muy querido; lo amé como a un hermano. Tuvimos una larga amistad", lo recordó Orson Swindle, uno de los combatientes que padecieron el Hanoi Hilton a su lado.
La llegada no fue fácil. La división en la que estaban inmersos los Estados Unidos era tal que parecía irreconciliable. Fue allí cuando el testarudo hombre de la Marina, republicano y con una tradición familiar para servir a la patria, encontró otro sentido a su vida.
Se convirtió no sólo en un símbolo -junto a su alter ego– en la reconciliación nacional, sino en el posterior acercamiento norteamericano a Vietnam, cuando las heridas -y las sanciones- de la guerra todavía perduraban.
El vínculo con Kerry sería clave para esa, su misión más trascendental. Durante los largos años compartidos en el Capitolio se defendieron entre sí de los ataques de sus propios partidos y de extraños.
Su huella y su ejemplo quedarán por siempre. Quedó documentado en los innumerables homenajes que en las horas posteriores a su muerte se manifestaron, sobre todo de sus oponentes políticos. Y en el más esperado, su amigo de trinchera.
My statement on the passing of Senator John McCain: pic.twitter.com/iCT2n2VpRZ
— John Kerry (@JohnKerry) August 26, 2018
McCain partió a la eternidad en su casa de Arizona. Rodeado de su familia, su segunda esposa Cindy y sus hijos. Tenía 81 años. Todos vividos con intensidad. Algunos más que otros. Su huella lo perdurará.
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