El 18 de julio, su novio y su familia avisaron a las autoridades: Mollie Tibbetts, una joven de 20 años estudiante de Psicología de la Universidad de Iowa, estaba desaparecida. Un mes después, la historia terminó del peor modo: la policía halló su cuerpo sin vida en un campo de maíz.
De inmediato, el principal sospechoso de su crimen Christian Bahena Rivera fue puesto bajo custodia. Mollie -cuya desaparición movilizó a ese estado y a todo el país- había salido a correr, a realizar su rutina deportiva. Caía la tarde y quiso terminar el día de la mejor manera. No imaginaba que horas después encontraría la muerte.
Rivera, quien el lunes fue interrogado una vez más por los investigadores, terminó confesando. El martes, el cadáver de la joven estudiante fue encontrado. Pero en su declaración jurada, el asesino dejó algunos huecos que los detectives no saben cómo llenar.
Pese a que admitió ser el autor material del brutal homicidio, dijo que tuvo una laguna en un momento de ira y que no recuerda absolutamente nada de cómo fue que la mató.
Rivera cayó en los ojos de los investigadores luego de que cámaras de seguridad mostraran que su automóvil iba y venía por las calles de Brooklyn, un pequeño pueblo en Iowa con no más de 1.500 habitantes. Ese día, el 18 de julio, los movimientos que realizó con su vehículo -un Chevy Malibu oscuro- llamaron la atención de los detectives tras chequear las cámaras.
¿Quién era y por qué ese hombre se comportaba así frente al volante? Rivera fue interrogado por primera vez y negó saber algo. Pero nadie quedó convencido al respecto. El lunes, fueron más severos con el interrogatorio hasta que se quebró.
El asesino vivió en la zona entre 4 y siete años. Había trabajado en diferentes lugares, siempre indocumentado. Pero -de acuerdo con los primeros registros- jamás tuvo un problema con la ley.
Al confesar y declarar bajo juramento, Rivera admitió que había visto correr a Mollie en la carretera y que decidió seguirla. Lo hizo desde atrás y, en un momento, a su par en la ruta. Mollie se sintió acosada. Nerviosa, lo advirtió: llamaría a la policía sino revertía su conducta.
En ese instante, Rivera se salió de sí. Enfureció. Se encegueció de tal modo que olvidó qué fue lo que siguió. Estaba "bloqueado", de acuerdo con la declaración jurada difundida, en parte, por el diario Des Moines Register.
Cuando volvió en sí, el hombre dijo encontrarse frente al volante de su Chevy Malibu, con una pieza del auricular de la joven. Fue allí que se dio cuenta de que Mollie -desconocía su nombre, desde luego- estaba en el baúl de su vehículo. Al abrir la cajuela, el cuerpo sin vida de la estudiante de la Universidad de Iowa estaba allí, inerte, con una herida profunda en su cabeza. Tenía sus auriculares aún puestos.
Desesperado, pero conocedor del área, Rivera quiso esconder el cadáver. Se dirigió hacia Guernsey. Eligió un campo lejano, a unos 15 minutos al sur de Brooklyn por la carretera. El maíz había crecido y podría arrojar la prueba allí, en el centro del campo, sin que nadie lo viera. La noche era cerrada. "Ideal", pensó. Lo cubrió con varias plantas de maíz y huyó.
El rostro de Mollie quedó mirando el cielo. En el medio de la nada.
Pero el vacío queda: ¿Qué fue lo que ocurrió para que Rivera decidiera matarla? ¿Dónde la mató? ¿Cómo fue el crimen? ¿Qué hizo luego? ¿Por qué dice no recordar nada entre que ella le dijo que llamaría a la policía y el momento en el que él se encontró sentado dentro del auto con parte del auricular de la víctima sobre su falda?
Algunas respuestas podría darla la autopsia que se realizaría este miércoles. Pero otras quedarán a la espera de que Rivera, el homicida, recupere su memoria. Al menos le debe eso a la verdad.
MÁS SOBRE ESTE TEMA: