Las dos chicas se alejaron del grupo de vecinos que pasaban una noche de mucho calor tomando cerveza y haciendo música para usar el baño de la casa de una de ellas cuando se encontraron de sopetón con dos tipos que las apuntaban con sus armas. Un segundo más tarde, Jahnae Patterson de 17 años caía por el estampido que le explotó en la cara y la bala que le atravesó el cerebro. Cuando el cuerpo llegó al piso ya estaba muerta. Su amiga quedó herida a su lado. Los hombres siguieron disparando y cinco minutos más tarde había tres muertos y ocho heridos, todos chicos jóvenes que participaban de una tradicional fiesta barrial en el jardín de unos monoblocks en el barrio de Gresham, corazón del South Side de Chicago.
Unas horas más tarde, no muy lejos de ahí, del lado oeste de la ciudad, un grupo de unas 20 personas estaban congregadas después de un funeral. Allí también irrumpieron unos sicarios y de un momento al otro todo era sangre. Cuatro chicas de 14 a 16 años estaban entre las víctimas.
En una lavandería del mismo barrio, al día siguiente, dos chicos de siete años tuvieron que esconderse dentro de un lavarropas para evitar que les lleguen las balas de otro tiroteo.
Todo, en el fin de semana más violento que vivó Chicago desde la Masacre de San Valentín de 1929. La ciudad volvía a los tiempos en que Al Capone y el resto de la mafia la gobernaba. Desde el viernes 3 de agosto a las seis de la tarde hasta el domingo 5 a la medianoche 66 personas fueron baleadas y doce murieron. Las guardias de los hospitales Mount Sinai y Stroger se vieron sobrepasadas dos madrugadas seguidas. Tuvieron que cerrar las salas de espera por la enorme cantidad de personas que llegaba hasta allí para saber qué había sucedido con sus parientes.
"No es un secreto que hemos tenido un fin de semana inaceptablemente violento…Como he dicho en otras ocasiones, debemos subrayar el problema continuo que tenemos con las armas ilegales que circulan en la población y la cantidad de delincuentes en las calles de la ciudad y sin nada que perder" , dijo el jefe del Departamento de Policía de Chicago, Eddie Johnson. Trataba de justificar lo injustificable. Ni un solo arresto se había realizado por los ataques.
Mientras miles de jóvenes participaban pacíficamente del festival de Lollapalooza en el Millenium Park del centro de Chicago, ahí detrás de la magnífica escultura Cloud Gate del artista indio-británico Anish Kapoor, a veinte cuadras hacia el sur y otras tantas hacia el oeste decenas de personas caían bajo las balas como si fueran blancos de un polígono. Son los barrios hispanos y negros que están dominado por las pandillas. Hay 59 grandes organizaciones con 2.400 células semi-independientes integradas por unos 100.000 delincuentes, de acuerdo a la policía de la ciudad. La mayor violencia se desata por la disputa de territorio. Los grupos más grandes son Los Latin Kings, Gangster Disciples, Black P Stones, Sureños 13, Manic Latin Disciples y Vice Lords. Las organizaciones delictivas de inmigrantes mexicanos y centroamericanos, además, tienen conexión con las grandes pandillas de la Mara Salvatrucha y la Mara 18 que se extienden por todo el continente.
Las pandillas de Chicago siguen expandiéndose a los suburbios; de los 122 departamentos de policía inspeccionados por la Chicago Crime Commision, 80 tienen movimiento muy activo de pandillas en sus barrios y el resto recibe las consecuencias de los tiroteos, persecuciones y corrupción. El problema más grave es la atomización de las organizaciones criminales. Como ocurrió en Colombia y México con el narcotráfico, una vez que desaparecen los grandes capos, las bandas se dispersan y se vuelven más peligrosas. Sucedió en Chicago cuando fue apresado Larry Hoover, el líder de Gangster Disciple que cumple cadena perpetua en una cárcel de Colorado. A partir de ese momento, las bandas se fraccionaran en células más pequeñas controladas por miembros más jóvenes que son más proclives a entrar en conflicto con otras facciones. La novedad es que la mayoría de las peleas se producen por algún comentario lanzado por Facebook, Instagram, Snapchat, Twitter o Youtube. Las bandas publican "memes" de un rival con el que disputan algún barrio y un rato más tarde se están persiguiendo a los tiros.
Chicago vive una ola de crímenes sin precedentes. En lo que va del año se registraron 1.785 muertes violentas (más que la suma de los asesinatos en Nueva York y Los Angeles) y de seguir a este ritmo se superará el récord de los 2.503 crímenes del 2016. Y muchos ya comparan esta situación a la que se vivió aquí en La Ciudad de los Vientos en los años 20 y 30 del siglo pasado. La ley seca impuesta durante el gobierno del presidente Woodrow Wilson había desatado una guerra de mafias que buscaban hacerse con el control de la producción y distribución de licor. Entre estos gangsters se destacaba Alphonse Gabriel Capone, mejor conocido como Al "Scarface" Capone. Para finales de la década del 20, Al Capone solo tenía un obstáculo para quedarse con todo el negocio: George "El loco" Moran, un contrabandista que había sido encarcelado tres veces antes de cumplir 21 años y encabezaba la Pandilla de la Zona Norte, una banda a la que habían llegado antiguos miembros de la organización del famoso capo Dion O'Banion.
Noventa disparos rompieron la tranquilidad de la fría mañana del 14 de febrero de 1929 en la ciudad cubierta de nieve. Una de las masacres más famosas en la historia de Estados Unidos se acababa de perpetrar el mismo día que los enamorados celebraban el día de San Valentín. Según la crónica de The Chicago Tribune, a las 10:30 a.m. cuatro hombres armados ingresaron a la compañía SMC Cartage, ubicada en el 2122 de la calle N.Clark y que servía como fachada para la organización criminal de Moran. Llevaban ametralladoras, escopetas y un revolver. Dos de ellos estaban vestidos como oficiales de policía y el auto en el que viajaban, un Cadillac negro, había sido modificado para aparentar ser una patrulla. El grupo de atacantes ingresó al depósito de Moran simulando una redada y obligó a las siete personas que estaban en el interior a ponerse contra la pared. Entonces abrieron fuego. Ninguno sobrevivió.
En un intento por limpiar su imagen, y después de que en octubre de aquel año estallara la Gran Depresión –la crisis que arrasó la economía estadounidense–, abrió en 1930 la "Gran cocina de Al para los necesitados", que alimentaba gratuitamente a 3.500 personas cada día. Capone invertía en la beneficencia 300 dólares diarios pero dedicaba 15.000.000 de dólares anuales para sobornar a policías, agentes del FBI y políticos locales que le garantizaban su impunidad. Era una cifra aceptable para alguien que ganaba más de 60 millones de dólares cada año. La brutalidad de sus crímenes hizo que el gobierno federal interviniera. Fue cuando apareció el famoso Eliot Ness y su equipo de "los intocables" que lograron llevar a Al Capone a la prisión en 1932 por un delito de evasión de impuestos con una sentencia de 11 años.
Hoy, las pandillas ya no controlan a la ciudad a través de sobornos. Se dedican a hacer sus negocios en los barrios más pobres y periféricos. Allí tienen la protección de buena parte de la población que colabora o sufre las presiones de los sicarios. Pero por sobre todo, porque no confía en la policía. Y esto es más evidente en los barrios negros donde odian a los policías blancos, muchos de ellos racistas. El caso del chico de 17 años, Laquan McDonald, que fue asesinado por un policía en 2014 en una situación confusa, aún está fresco en la memoria de muchos. En aquel momento se produjeron duros "riots" (revueltas) y todavía hay protestas semanales porque sigue libre el oficial Jason Van Dyke, el supuesto autor del crimen. "Los vecinos de los barrios del sur y el oeste de la ciudad han sufrido un trauma intergeneracional profundo al tener agentes de policía brutalizando a la gente en acciones que no aparecen en los titulares, y ver que eso ocurre una y otra vez", explicó Sheila Bedi, profesora de Derecho de la Northwestern University, en una entrevista con el New York Times. "Lo único que realmente está haciendo la policía de Chicago es realizar arrestos. No están ahí para tratar de detener la violencia. Son completamente una fuerza reactiva. Para cerrar la brecha racial hay que hacer una revisión fundamental de cómo funciona el departamento de policía en estos vecindarios junto con la reinversión de los recursos que ha quitado el gobierno de la ciudad", agregó.
El alcalde de Chicago, Rahm Emanuel, está en el centro de las críticas. El ex jefe de Gabinete de Barack Obama, que gobierna la ciudad desde 2011, logró bajar los asesinatos el año pasado después de un período de extrema violencia pero ahora se enfrenta al juicio generalizado en el medio de la campaña para una nueva reelección en noviembre. Su oponente es Garry McCarthy, un ex oficial mayor de la policía de Nueva York en la época de Rudolph Giuliani, el ahora abogado de Donald Trump en el "Rusiagate". Y precisamente fue el ex alcalde de la Gran Manzana quien salió a pegarle más duro a Emanuel. "Los asesinatos de Chicago son la directa consecuencia de décadas de gobiernos demócratas", escribió Giuliani en un tweet. "McCarthy puede hacer en Chicago lo que yo hice en NY". Se refería a la "tolerancia cero" que implantó con mano dura y gran éxito en Manhattan, en los noventa. Ese fue siempre un "caballito de batalla" de los republicanos. Con ese tipo de consignas contra el crimen ganaron la Casa Blanca, desde Nixon hasta Reagan y Trump.
"Esto es consecuencia de las políticas económicas de los últimos años que provocaron una enorme concentración de riqueza en muy pocas manos y barrios enteros descuidados y con los servicios recortados. Esto y la transformación tecnológica lleva a los jóvenes de los guetos a no tener empleos ni perspectivas de un futuro mejor. Las pandillas son su mejor opción", explica la profesora Sheila Bedi.
Esto se ve claramente recorriendo Chicago. Hacia el norte de la ciudad y a la vera del lago Michigan se levantan fabulosas mansiones. Y los barrios que las preceden nada tienen que envidiarle al elegante y millonario Upper East Side de Manhattan. La llamada Magnífica Milla, unas veinte cuadras que cruzan el río Chicago por uno de sus fantásticos puentes, está repleta de las tiendas más elegantes del planeta. Un recorrido en uno de los tantos barcos de turistas por el río muestran que la enorme mayoría de los rascacielos espejados y condominios arbolados fueron construidos en los últimos años. La ciudad transpira prosperidad en estas zonas. Pero si nos alejamos hacia el sur o el oeste, todo eso desaparece. Después de algunas áreas de casas de clase media con jardines pulcros aparecen los barrios duros. Hay muy pocos blancos caminando por ahí. Negros e hispanos también viven segregados, cada uno en su sector. Y entre los "projects", los monobloques subsidiados, van apareciendo los grupitos de muchachos rapeando o moviéndose con el hip hop que escuchan en impresionantes torres de sonido. El porro de marihuana, la cerveza y las "pepas" (pastillas) van pasando de mano en mano. En esos chicos sin futuro está el germen de esta ola de violencia que azota a la ciudad homenajeada por Frank Sinatra y cuna del jazz mafioso que aún se puede escuchar en The Green Mill Cocktail Lounge, sobre la avenida North Broadway, en la esquina con Lawrence.
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