El viernes 27 de julio sonó el teléfono de su casa. Marla se levantó de la silla en la que estaba, caminó lentamente y atendió. "¿Marla Lawrence Dickson Andrews?", consultaron desde el otro lado de la línea. "Sí, ¿quién es?", respondió la mujer de 76 años. Súbitamente, su vida cambiaría.
La respuesta y lo que le informaron segundos después la dejó helada. Sin habla. Los ojos se le nublaron y contuvo, como pudo, las lágrimas, hasta que finalmente las liberó por completo. Marla había esperado más de siete décadas esa llamada, que llegó cuando ya creía que no lo conseguiría.
Cuando tenía dos años y medio, su padre, en 1944, el capitán Lawrence E. Dickson, fue a cumplir con su deber como miembro del primer escuadrón de aviadores negros de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Formaba parte del grupo de élite Tuskegee Airmen. Su misión: vuelos de reconocimiento en Europa durante la Segunda Guerra Mundial.
El 23 de diciembre, cuando 1944 palidecía, el piloto tenía 24 años. Se subió a su P-51D Mustang en la base Ramitelli, en el norte de Italia, y despegó. A los pocos minutos de vuelo se precipitó a tierra en la frontera con Austria. Estaba retornando a la base. Otros dos pilotos que volaban a su lado vieron cómo caía hasta estrellarse y desaparecer. No pudo eyectarse. Esto fue lo que los testigos le pudieron relatar a Marla. Fue lo último que se supo de su padre.
Pero su cuerpo nunca fue recuperado y la Fuerza Aérea lo declaró "desaparecido en acción". Un héroe, otro más, que luchó contra la tiranía alemana de aquellos años tenebrosos.
Fueron 74 años en los que nada se supo sobre sus restos. Aproximadamente se conocía el lugar donde se había estrellado, pero no mucho más. Hasta este viernes. La Agencia de Contabilidad de Defensa de los Prisioneros de Guerra y Desaparecidos en Acción (DPAA, por sus siglas en inglés), tuvo la primera confirmación de ADN. El resultado fue positivo: se trataba de Dickson, el primero de los 27 pilotos de esa arma de élite que no fueron aún identificados.
En su Harlem natal y con apenas dos años y medio al momento de su muerte, Marla solo conoció a su padre por medio de fotografías -pocas- y los relatos de su madre y el resto de sus familiares. No lo recuerda. Tuvo que reconstruir su corta historia como pudo, con narraciones que le llegaban a cuentagotas. La última, la más dramática.
Con los años quiso conocer más sobre él. Sobre todo, cómo fueron sus años en Tuskegee Airmen. Contactó a Robert L. Martin, un antiguo compañero suyo que participaba de las reuniones anuales de los pilotos. Este capitán fue uno de los que voló junto con su padre ese fatídico día de 1944. En 1997, en una carta devastadora y llena de emociones, le contó en cuatro páginas cómo fue esa jornada.
"Siempre quise saber si murió solo", dijo al diario The New York Times Marla. Martin logró disipar esas dudas. Le describió el lugar, con sus montañas nevadas, de ensueño… y sobre el mortal accidente. Él vio todo. Sin embargo, la mujer sentía que algo restaba aún para completar el círculo.
Joshua Frank, un analista de la DPAA, comenzó en 2012 a registrar casos de pilotos desaparecidos durante la Segunda Guerra Mundial. Se centró en Italia. Ante sí tuvo el caso de Dickson y comenzó una exhaustiva investigación. Con reportes en la mano -los propios y los de la Alemania nazi– consiguió identificar aproximadamente el lugar donde se había estrellado su P-51 Mustang.
Frank conoció a una de las testigos -en aquel entonces una niña- que había visto cómo había sido la caída. Ella le indicó exactamente dónde fue la tragedia. Fue en la frontera sur de Hohenthurn, Austria. Con la ayuda de estudiantes de Antropología de las universidades de Nueva Orleans y de Innsbruck, comenzaron con excavaciones. Hallaron restos humanos y Frank supo que podía tratarse de su hombre.
En agosto de ese año le comunicaron parcialmente a Marla lo que creían podría ser un avance en el reconocimiento de los restos de su padre. Ella aportó lo suyo: una muestra de ADN. Pero debería esperar. Y la espera podría ser larga, le advirtieron.
Finalmente, el llamado llegó el viernes pasado. Un día antes, coincidencia del destino, había muerto Martin, el compañero de escuadrón de su padre que había conseguido brindarle con una extensa carta algo de paz. A partir de esa epístola, mantuvieron el contacto y forjaron una amistad. Por pocas horas se fue sin conocer la noticia. Y sin ver el rostro de tranquilidad de su amiga Marla. Tenía 99 años.
Sin embargo, ella sabe ahora que ambos están juntos, en algún lugar. Cuidando de ella. "Me llevó un rato sentir el tipo de paz que estoy sintiendo ahora", concluyó.
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