La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca descolocó a la política estadounidense. La mayoría de los politólogos y periodistas especializados descreía de sus posibilidades de ganar la interna republicana, y directamente consideraba imposible que venciera a Hillary Clinton en las elecciones de 2016.
Sin embargo, lo logró. Sus críticos pueden argumentar que es el presidente más impopular del que se tenga registro, lo cual es cierto: a ninguno le había pasado que el rechazo a su gestión superara claramente a la aprobación desde el mismo momento de la asunción. Pero también es verdad que, a pesar de todo, mantiene una sólida base de sustentación. Según el promedio de todas las encuestas que realiza RealClearPolitics, el 42% de los ciudadanos apoyan su gobierno.
No se puede comprender el fenómeno Trump —por qué tiene detractores que lo odian tanto, y fanáticos que lo siguen haga lo que haga—, sin tener en cuenta lo mucho que cambió el perfil de los votantes estadounidenses en el último cuarto de siglo. Si no se percibe que los ciudadanos ven hoy las cosas de una manera diferente, difícilmente se podrá entender por qué votan como votan.
La brecha generacional y étnica
La evidencia más notable de la transformación surge de comparar la identificación partidaria de las distintas generaciones de votantes. Los millennials, que son los nacidos entre 1981 y 1996, se inclinan masivamente por los demócratas: el 58% se identifica con el partido del burro, contra un 34% que se siente más cerca del Partido Republicano, según un estudio realizado por el Pew Research Center en marzo de 2018.
A medida que crece el promedio de edad, se achica la diferencia, hasta que finalmente se revierte. Entre los miembros de la generación X (1965-1980), los demócratas se imponen por 48 a 43%; entre los del Baby Boom (1946-1964), por 48 a 46%; y entre los de la generación silenciosa (1928-1945) hay primacía de los republicanos por 52 a 43 por ciento.
"La identificación partidaria en la juventud tiene un efecto duradero a lo largo de la vida del votante. Los republicanos no siempre tuvieron problemas para atraer a los jóvenes. Eso tendrá consecuencias", dijo a Infobae Hans Hassell, profesor de política en el Cornell College.
El futuro parece prometedor para los demócratas, pero no necesariamente el presente, porque la participación electoral crece con la edad. En las elecciones de 2016, apenas un 40% de los jóvenes de entre 18 y 29 años fueron a votar. Entre 30 y 44 años, la participación trepó hasta el 57 por ciento. Entre 45 y 59 años, creció al 66 por ciento.
Entre los mayores de 60 años, donde los republicanos son mayoría, la asistencia superó el 70 por ciento. Quizás esta sea una de las razones por las que Clinton dominó siempre en las encuestas, pero Trump terminó imponiéndose en las urnas —aunque sacó 3 millones de votos menos que su rival—.
Otra transformación fundamental de las últimas décadas en Estados Unidos fue el avance de la inmigración, en el contexto de una baja sostenida de los nacimientos. El resultado fue una modificación de la composición étnica de la población, que se volvió más heterogénea que antes.
La gente que vive en áreas rurales se ha vuelto resentida con las elites urbanas, a las que ve desconectadas de sus asuntos y de sus valores
Este proceso alteró la estructura de apoyos de los partidos, pero no en la misma magnitud: el Partido Demócrata fue mucho más receptivo con ese nuevo universo, que es más plural que en el pasado. Entre 1997 y 2017, la proporción de blancos en el conjunto de sus seguidores cayó del 75 al 59 por ciento. En el mismo período, la proporción de negros trepó de 17 a 19%, y de hispanos, de 5 a 12 por ciento.
El público republicano mutó, pero menos. Entre 1997 y 2017, los blancos descendieron de 92 a 83%; los negros se mantuvieron estables en 2%; y los hispanos crecieron apenas de 4 a 6 por ciento. De 1 al 7% pasó la representación de diferentes grupos étnicos menores, englobados en la categoría "otros".
Si la sociedad es más diversa que antes, y los demócratas logran captar mejor esta diversidad, deberían tener una ventaja. Pero no es así, porque pasa lo mismo que con las diferencias generacionales. Entre los blancos, donde los republicanos se hacen más fuertes, la participación electoral fue del 65% en las últimas elecciones. En cambio, entre los negros se ubicó en 59%, y entre los hispanos estuvo en 47 por ciento.
El peso de la educación y de la geografía
Ninguna otra variable alteró tanto como la educación su efecto sobre las opiniones políticas en el último cuarto de siglo. En 1992, entre las personas con estudios secundarios o menos, los demócratas representaban un 55%, contra un 37% que se identificaban con los republicanos. En cambio, entre quienes tenían título universitario o más, era al revés: el 49% se sentía más cerca del Partido Republicano y el 45% prefería a su rival.
La relación se invirtió por completo 25 años después. Entre los que no superan la escuela secundaria, los demócratas descendieron hasta el 45%, pero sus adversarios treparon al 47 por ciento. Al mismo tiempo, los republicanos cayeron al 36% en el tope de la escala educativa, y los azules crecieron hasta alcanzar el 58 por ciento.
"La educación universitaria solía ser un muy buen predictor de la riqueza —dijo Hassell—. Si eras un graduado era muy probable que no sólo fueras de clase media, sino pudiente. Esa relación ya no es tan fuerte como antes. La riqueza sigue estando correlacionada con la identificación partidaria, pero como declinó su vínculo con los estudios de grado, también cayó el porcentaje de universitarios que se asumen republicanos".
La novedad de los últimos años es que las personas con mayor nivel educativo se definen ideológicamente como "liberales", que en el sistema político estadounidense significa progresistas, de centroizquierda. Eso explica su cercanía creciente con el Partido Demócrata.
"Los individuos más educados apoyan cada vez más los esfuerzos del gobierno para reducir la desigualdad de ingresos. Este es un tópico del que los demócratas suelen hablar más. Basta pensar en lo mucho que dijo al respecto Bernie Sanders durante la última campaña electoral", explicó Aaron Weinschenk, profesor de ciencia política en la Universidad de Wisconsin-Green Bay, consultado por Infobae.
El crecimiento de la polarización es uno de los cambios más importantes en la política estadounidense
La transformación no fue tan grande en el diferencial que marca el lugar de residencia, pero aún así fue importante. El Partido Demócrata ya era dominante en las ciudades a principios de los 2000: era elegido por el 55% de los habitantes de los condados urbanos, frente a un 37% que prefería al "viejo partido". Pero la distancia, que en ese momento era de 18 puntos, se estiró a 31 puntos en la actualidad: 62 a 31 por ciento.
Más fuerte fue lo que pasó en los condados rurales. Si bien los demócratas tenían una insignificante primacía de 45 a 44 por ciento en 2000, lo cierto es que ambos partidos se mantuvieron relativamente parejos hasta 2009. Ese año, en el que empezaron a sentirse los efectos de la crisis económica internacional, se abrió una grieta que es cada vez más ancha. Las últimas mediciones muestran que los republicanos representan al 54%, y sus competidores quedaron relegados al 37 por ciento.
"En un libro reciente, La política del resentimiento, Kathy Cramer sostiene que la gente que vive en áreas rurales se ha vuelto resentida con las elites urbanas, a las que ve desconectadas de sus asuntos y de sus valores. Ven a las ciudades como opulentas, liberales e incomprensivas de su modo de vida. Creo que el Partido Republicano jugó mucho con esa narrativa con el correr del tiempo", dijo Weinschenk.
No es casual que ese sentimiento se haya generalizado en el campo tras la crisis de 2008. Las penurias económicas exacerbaron el rechazo hacia la globalización de personas que, de por sí, tenían una mirada conservadora del mundo.
"Esta es una parte de las razones por las que el mensaje económico populista de Trump, que está focalizado en políticas para ayudar a los trabajadores, resuena en los votantes rurales", agregó Weinschenk.
Un electorado cada vez más polarizado
Todos estos indicadores revelan que hay una fractura social. Por un lado están los votantes más jóvenes, que viven en grandes ciudades, tienen estudios universitarios y están acostumbrados a convivir con personas de distintas partes del mundo, con culturas y costumbres diferentes a las suyas.
Son los hijos de la globalización, y se mueven bajo sus reglas como peces en el agua. Por eso se oponen fervientemente a Trump y a su discurso en contra de la apertura al mundo y a favor del cierre de fronteras.
Por otro lado están las generaciones mayores. Muchos viven en distritos rurales o en ciudades pequeñas, que son étnicamente homogéneos y se aferran a sus prácticas tradicionales, aquellas que se ven amenazadas en la era global. La mayoría no entró a la universidad, pero sí se especializó en algún oficio.
Estas personas conocieron un mundo que ya no existe, en el que un trabajador sabía que tenía la vida garantizada en una misma empresa, y donde el riesgo de perder la casa o caer en la pobreza era mínimo. Muchos de ellos añoran el pasado, porque sienten que antes vivían mejor que ahora. Trump es, sin dudas, el líder que más los representa.
Esta fractura social se expresa de manera prístina en la creciente polarización política de los dos grandes partidos. A principios de siglo, el 44% de los demócratas se consideraban ideológicamente moderados. Un 28% se decían liberales y un 23% conservadores. Menos de 20 años más tarde, los moderados cayeron a 37%, y los conservadores a 15%, pero los liberales subieron hasta 46 por ciento.
El electorado republicano se mantuvo más estable, pero debido a que en 2000 ya estaba bastante corrido al extremo derecho del espectro. De todos modos, profundizó el desplazamiento. Los moderados descendieron en el período de 33 a 27%, y los liberales, de 6 a 4 por ciento. En cambio, los conservadores pasaron de 58 a 68 por ciento.
"Ideología e identificación partidaria están más correlacionadas que nunca. Los republicanos tienden a ser conservadores y los demócratas tienden a ser liberales. Esto no era tan así antes de 1990, cuando todavía había algunos demócratas conservadores, especialmente en el sur", dijo a Infobae Gibbs Knotts, profesor de ciencia política en el College of Charleston.
Cada vez hay menos políticos dispuestos a cruzar el pasillo para interpelar a los votantes moderados e independientes
Lo que ocurrió es fruto de un doble movimiento. Por un lado, los cambios sociodemográficos modificaron la cosmovisión de las personas y llevaron a muchos a posiciones más extremas, forzando a los partidos a moverse. Por otro lado, estas transformaciones allanaron el camino para la aparición de líderes como Trump y como Sanders, con discursos extremos por derecha y por izquierda, lo cual ayudó a radicalizar al electorado.
"El crecimiento de la polarización es uno de los cambios más importantes en la política estadounidense —continuó Knotts—. Cada vez hay menos políticos dispuestos a cruzar el pasillo para interpelar a los votantes moderados e independientes".
La primacía de la moderación y del centro político, que era regla hace medio siglo, facilitaba los acuerdos bipartidistas y permitía que la alternancia de un gobierno a otro de distinto signo fuera más armoniosa. Lo que se ve en los últimos años de la política estadounidense es la asombrosa dificultad para llegar a consensos elementales en el Congreso, que está prácticamente bloqueado desde la segunda presidencia de Barack Obama. Así, las políticas públicas pierden eficacia y consistencia, lo que termina afectando la calidad de vida de la población.
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