"Los muchachos de Scottsboro": la injusta condena a nueve negros en el juicio más racista de la historia de Estados Unidos

Desde los jueces de Alabama hasta las Cortes Supremas local y nacional convalidaron esa histórica monstruosidad jurídica de los años 30

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El 1° de mayo de 1935 , el abogado Samuel Leibowitz, de Nueva York se reúne con siete de los nueve muchachos de Scottsboro en la cárcel, después de pedirle al gobernador de Alabama un indulto para los condenados (AP)
El 1° de mayo de 1935 , el abogado Samuel Leibowitz, de Nueva York se reúne con siete de los nueve muchachos de Scottsboro en la cárcel, después de pedirle al gobernador de Alabama un indulto para los condenados (AP)

"Los Nueve Negros de Scottsboro / tienen las manos esposadas. / Son como novios de la muerte / los Nueve Negros de Scottsboro. / Oh, qué dientes blancos los Nueve Negros de Scotssboro".

(Raúl González Tuñón, 1934)
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Nueve de abril de 1931 en el tribunal de Scottsboro, Alabama.
Olen Montgomery, Clarence Norris, Haywood Patterson, Ozie Powell, Willie Roberson, Charlie Weems, Eugene Williams, Andy Wright y Roy Wrigth, negros, menores –Norris y Andy tienen 19 años, y Roy y Eugene apenas 13–, sentados frente al tribunal, esperan sentencia.

Están acusados de violar, el 25 de marzo –¡sólo quince días antes: apuro por matarlos!– a dos chicas blancas, Ruby Bates y Victoria Price (18 años ambas), en uno de los vagones de un tren de carga, entre Chattanooga y Memphis, Tennessee.

Dos puntos que la música haría inolvidables: el primero por la orquesta de Glenn Miller y su tema Chattanooga choo choo, que por extraña simetría imita el sonido de una locomotora, y el segundo porque allí, adolescente, se formó el monstruo sagrado Elvis Presley.

Pero esa mañana y en ese tribunal no hay lugar para música, poesía, verdad. Para ningún rasgo luminoso de la condición humana.

Sólo hay fieras. En la calle, jurando a gritos que si no hay condena a muerte habrá linchamiento: algo que ya intentaron cuando los nueve negros estaban todavía en la cárcel local, y que el sheriff impidió. En el público del tribunal, blancos sádicos y unos pocos negros aterrados. En el jurado, doce blancos que tenían decidido el veredicto no ese día: desde el día en que nacieron en Alabama, el Auschwitz del calvario negro…

6 de abril de 1933, cuatro de los muchachos de Scottsboro son escoltados por guardias armados hacia los tribunales de Decatour, Alabama
6 de abril de 1933, cuatro de los muchachos de Scottsboro son escoltados por guardias armados hacia los tribunales de Decatour, Alabama

Recordemos los hechos y su contexto. En 1931, los Estados Unidos gemían bajo la Gran Depresión desatada dos años antes y dominada por dos
fantasmas: el desempleo y el hambre.

El 25 de marzo en cuestión, desesperados blancos y negros viajaban en ese tren, clandestinos, en busca de trabajo o de un mendrugo. Esos viajes estaban amparados por la vista gorda de los guardas, y también, en algunos casos, por las empresas ferroviarias.

A mediodía, varios jóvenes blancos saltaron del tren, cayeron en medio de un campo, caminaron hasta un puesto policial, y denunciaron haber sido atacados por un puñado de negros.

En Paint Rock, los enviados por el sheriff de Scottsboro hicieron parar el tren y detuvieron a los nueve negros. Con ellos, y en el mismo vagón, estaban Ruby Bates y Victoria Price. Blancas, amigas, de 18 años las dos, seguramente respetables no sólo en Alabama sino en el entero sur por el níveo color de su piel…

Lloriqueando, acusaron a los nueve negros de haberlas violado –todos– en uno de los vagones.

El primer juicio, en el tribunal de Scottsboro, fue una de las farsas más groseras de la historia judicial del país. Los abogados defensores designados por el Estado eran lastimosos: uno, especialista en… ¡inmuebles!, no en delitos, y el otro no había actuado en décadas.

Además, por la presión del juez, el jurado y el volcán asesino que humeaba en la calle, ya con los linchadores listos para la masacre, ninguno de los dos personajes tuvo tiempo de revisar las pruebas, y menos de preparar siquiera un simulacro de defensa.

Mientras en la calle no cesaba el coro "¡Pena de muerte, única solución!", sin más interrogados que Ruby y Victoria, un juez que aceptó hasta las bromas de Victoria y las carcajadas del resto de los blancos, y ninguna prueba de lesiones genitales en ambas… se condenó a los tres primeros: Patterson, Norris y Weems.

En ese momento, una banda de música desplegó sones triunfales, rodeada de cientos de blancos que ya se frotaban las manos presumiendo la muerte.
No equivocaban su funesta música criminal: los otros seis –excepto el chico de 13 años– fueron declarados culpables de violación y condenados a morir en la silla eléctrica…

Pero otro capítulo truncó la danza macabra. Ante el irregular proceso judicial, y con ayuda del Partido Comunista norteamericano, el caso fue apelado ante la Corte Suprema del Estado de Alabama.

Al mismo tiempo, el abogado George W. Chamlee, por medio de investigaciones privadas, informó que "Ruby Bates y Victoria Price ejercen la prostitución en Tennessee… atendiendo habitualmente una clientela de blancos y negros"

Con un último toque ganador: "Ejercer el meretricio en un tren está castigado por las leyes de Tenneesee y Alabama, de modo que el testimonio de las dos supuestas víctimas es altamente dudoso, pues tal vez acusaron de violación a los nueve detenidos para eludir una posible condena por prostitución pública".

Así las cosas, y a pesar del peso argumental de la nueva defensa… la Suprema Corte ¡ratificó siete de las ocho condenas!, y sólo concedió un nuevo juicio a Roy Wright, de 13 años, por ser menor de edad, aunque también lo eran otros cinco…

John C. Anderson, presidente de la Suprema Corte de Alabama, no pudo eludir una evidencia: los acusados denunciaron la parcialidad del jurado, y por lo tanto la injusticia de las sentencias. Como Pilatos, se lavó las manos, y devolvió el caso al tribunal de primera instancia.

Los negros no se rindieron. Con apoyos varios –el caso era un escándalo que excedía los límites del sur y hasta de los Estados Unidos–, el 10 de octubre de 1932 intervino la Suprema Corte de la Nación. Pero los esfuerzos de la defensa fueron inútiles: no sólo no admitió la inocencia de los sentenciados: apenas ordenó un nuevo juicio…, por supuesto, en Decatur, Alabama, ante el juez James Horton.

Entró entonces en juego una estrella del mundo judicial: el abogado neoyorkino Samuel Leibowitz, que viajó y se hizo cargo de la defensa sin cobrar, y sin relación con el Partido Comunista: era un militante demócrata.
El fiscal fue Thomas Knight Jr. –luego gobernador de Alabama de 1935 a 1937–.

Leibowitz puso toda su fuerza para lograr que algunos miembros del nuevo jurado fueran negros…, pero fracasó.

Sin embargo alcanzó una victoria impensada en ese mundo racista hasta la última célula de su existencia: presionó a Ruby Bates de tal manera… ¡que ella confesó haber inventado la historia de la violación, y que ninguno de los nueve negros las habían violado!

El 26 de julio de 1937, el abogado Samuel Salibowizt en su oficina de Nueva York junto a cuatro de los muchachos de Scottsboro a los que había logrado salvar de la condena a muerte.
El 26 de julio de 1937, el abogado Samuel Salibowizt en su oficina de Nueva York junto a cuatro de los muchachos de Scottsboro a los que había logrado salvar de la condena a muerte.

Brutalmente definitiva, la confesión no cambió ni un grado el giro del timón: el jurado volvió a decir "Culpables", y defendió la decisión ante la sospecha de que Leibowitz hubiera comprado la confesión de Ruby… Believe it or not!

Las penas fueron no menos atroces que todo el caso: prisión perpetua para Patterson, y entre 75 años de prisión hasta morir en la silla eléctrica para los demás.

Pero no se ejecutó a ninguno. Sorprendente final, ya que el clamor de las fieras exigía "silla eléctrica para todos por orden de un juez, o linchados por orden de la población".

Ozie Powell sufrió un balazo en la cara. Le disparó un carcelero. Daño cerebral irreversible. Liberado en 1936.

Haywood Paterson, luego de diecisiete años (en 1948) se escapó de la cárcel. Murió de cáncer dos años después.

Roy Wright fue liberado en 1943. Se suicidó en 1959 luego de asesinar a su mujer.

En 1976, Clarence Norris, el último sobreviviente de los nueve negros de Scottsboro, fue indultado por el notorio racista George Wallace, gobernador de Alabama.

No fue un acto de excelsa justicia: tenía 65 años. De ellos, 45 entre rejas. Al salir, era apenas la sombra de un hombre.

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