"China es un enemigo económico y se aprovechó de nosotros como nadie en la historia. Es el mayor ladrón del mundo. Se llevó nuestros empleos", decía Donald Trump en una entrevista con Good Morning America, el 3 de noviembre de 2015.
Acababa de oficializar su precandidatura presidencial y parecía imposible que pudiera ganar las elecciones del año siguiente. Ahora, 14 meses después de su arribo a la Casa Blanca, nadie puede decir que Trump no avisó. Reducir el déficit en el intercambio con China es una de sus principales obsesiones, y parece dispuesto a iniciar una guerra comercial para conseguirlo.
Es cierto que la ofensiva se demoró. Tras un primer año de gobierno en el que su discurso proteccionista no se plasmó en políticas concretas, el Presidente dio el primer paso el 22 de enero pasado, cuando impuso aranceles del 30% a la entrada de paneles solares. Más allá de ser un guiño a favor de los combustibles fósiles y en contra de la lucha contra el cambio climático, fue un mensaje a China, el principal productor.
Empresas estadounidenses operan en China y firmas chinas operan en Estados Unidos, y todas están vinculadas en sus cadenas
La siguiente jugada la realizó el 1 de marzo. Trump anunció aranceles del 25% a las importaciones de acero y del 10% a las de aluminio. Suavizó sus palabras y ya no trata a China de enemigo, pero es la medida más fuerte que tomó hasta el momento. Sobre todo porque es uno de los principales productos de exportación del país asiático.
No se quedó ahí. Tras una investigación de siete meses, el Gobierno acusó a Beijing de robar propiedad intelectual de empresas estadounidenses para desarrollar y vender tecnología. Como represalia, aplicará nuevas tarifas aduaneras a importaciones chinas —todavía no especificó cuáles—, por un valor estimado en 50 mil millones de dólares. Además, presentará una demanda formal ante la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Tras algunas semanas de incertidumbre sobre cuál sería su reacción, Xi Jinping impuso aranceles a productos estadounidenses por 3.000 millones de dólares. Y dejó en claro que tiene muchas otras medidas preparadas en caso de que continúe la escalada.
Con la excepción del Reino Unido, Estados Unidos tiene déficit comercial con el resto de sus principales socios
"Los chinos estuvieron bastante contenidos hasta ahora. La decisión de aplicarle tarifas al cerdo es muy interesante, porque el productor porcino más grande de China es dueño de Smithfield, que es el principal de Estados Unidos. Eso muestra cuán complejos pueden ser los aranceles en la era de la globalización. Empresas estadounidenses operan en China y firmas chinas operan en Estados Unidos, y todas están vinculadas en sus cadenas de suministro", explicó a Infobae la economista Lori Leachman, especialista en comercio internacional y profesora de la Universidad Duke, en Carolina del Norte.
El conflicto entre las dos principales economías del mundo no llega a ser —todavía— una guerra comercial. Pero esto recién empieza y no se sabe dónde puede terminar. A continuación, algunas claves para entender por qué se desató esta crisis y cuáles son los riesgos que entraña.
1. Estados Unidos y un déficit comercial difícil de sostener
China le vendió en 2017 bienes por 506 mil millones de dólares a Estados Unidos, que apenas pudo ofrecerle productos por 130 mil millones. El resultado, un déficit comercial de 376 mil millones de dólares, el más abultado de la historia. Trump tiene un ambicioso objetivo para este año: bajarlo un 25 por ciento.
"Europa es el primer socio comercial de Estados Unidos. Pero, si tomamos a los países individualmente, China encabeza la lista. Con la excepción del Reino Unido, Estados Unidos tiene déficit con el resto de sus principales socios. El más grande es, por mucho, con China, que es el socio más importante de 100 países y tiene superávit con casi todos, salvo con Sudamérica. Hay un desbalance claro y lo mejor sería que ambos países se sienten a negociar", dijo, en diálogo con Infobae, la economista Lourdes Casanova, directora del Instituto de Mercados Emergentes de la Universidad Cornell, en Nueva York.
Los analistas coinciden en que el desequilibrio comercial entre Estados Unidos y China es un problema. Las diferencias aparecen a la hora de decidir cómo encararlo. El gobierno norteamericano parece más inclinado a optar por el conflicto antes que el acuerdo.
"Trump cree que la solución al déficit de la cuenta corriente son los aranceles —dijo Leachman—. Pero es un sinsentido, porque los países reaccionan de la misma manera y el comercio termina disminuyendo, a cambio de una posible mejora de corto plazo en la situación de la cuenta corriente".
2. El efecto de las primeras medidas
"Las tarifas aduaneras aplicadas hasta el momento tendrán un mínimo impacto. Las impuestas a los paneles solares y a las máquinas lavadoras van a perturbar la industria, como ha ocurrido en el pasado con medidas similares, pero puede que sean dadas de baja por la OMC. De las que se aplicaron sobre el acero y el aluminio ya fueron exceptuados muchos países, así que el efecto sobre los precios será muy pequeño, al igual que el beneficio para los productores estadounidenses", afirmó Alan Deardorff, profesor de economía internacional en la Universidad de Michigan, consultado por Infobae.
Aún falta información para saber cómo puede repercutir la última tanda de anuncios, que afectan específicamente a importaciones chinas por 50 mil millones de dólares. Hay que esperar para saber qué bienes se incorporarán a las restricciones y cómo será la implementación. Pero nadie estaría demasiado alarmado si la ofensiva culminara acá. La preocupación pasa por la sensación de que se van a seguir tomando acciones en la misma dirección.
"Las medidas serán costosas para algunas empresas y, virtualmente, para todos los consumidores —dijo Leachman—. La cadena de la oferta experimentará un aumento en el precio de los insumos, lo cual podría generar presión inflacionaria de costos. La Reserva Federal ya está respondiendo a esta amenaza. En segundo lugar, subirán los precios al consumidor, aunque la depreciación del dólar puede ayudar a compensar la carga de una suba de las tarifas".
3. Las consecuencias que tendría una guerra comercial
Un conflicto de alto nivel parece lejano por ahora y esto se debe a que China viene respondiendo con cierta cautela. La verdadera amenaza sería que se decidiera a actuar con fuerza, lo cual podría desatar un efecto dominó.
"En septiembre del año pasado, cuando Corea del Sur desplegó un escudo antimisiles estadounidense, China reaccionó con un boicot a sus productos. Como resultado, se derrumbaron las ventas de autos coreanos y de bienes de consumo como los cosméticos, que son muy populares en China. Beijing podría alentar a sus ciudadanos a hacerle un boicot a Estados Unidos", dijo Casanova.
Una campaña semejante podría ser un problema grave para muchas compañías estadounidenses, como Apple, Starbucks e Intel —entre otras—, que obtienen del mercado chino hasta un cuarto de sus ganancias. Además, China es el mayor tenedor de bonos del tesoro norteamericano, con 1.3 billones de dólares. Si decidiera venderlos causaría una hecatombe en los mercados mundiales.
"Las secuelas de una guerra comercial podrían ser de largo alcance —continuó Casanova—. En el corto plazo, los primeros afectados serían los consumidores estadounidenses que compran productos hechos en China. Hay estimaciones que indican que Wal-Mart es responsable del 10% de las importaciones chinas. Si se impusieran aranceles sobre esos productos, Wal-Mart tendría que incrementar sus precios".
Deardorff sostuvo que es poco probable que se llegue a un escenario tan extremo. Pero reconoció que, si llegara a ocurrir, sería muy dañino para todo el mundo.
"El ejemplo real que tenemos —dijo— es la espiral de tarifas aduaneras que se produjo en la década de 1930, que tuvo como correlato un derrumbe del comercio mundial. Fue uno de los muchos factores que contribuyeron a la Gran Depresión, aunque no el único. Pero es un caso que claramente hace que uno le tema a una verdadera guerra comercial".
4. Los atenuantes que podrían evitar la guerra
"Trump todavía no dio precisiones sobre los aranceles que aplicaría sobre las importaciones chinas. Pero desde el momento en que hizo el anuncio se dice que los dos países están negociando. China podría comprometerse a controlar el robo de tecnología y a reducir las transferencias tecnológicas obligatorias (que impone a las empresas extranjeras para entrar a su mercado). Esas promesas ayudarían a que Trump dé marcha atrás con algunas tarifas", dijo Deardorff.
Lo que permite tener cierto optimismo es que el mandatario estadounidense es el único líder mundial que parece dispuesto a ir a un conflicto en este campo. El resto, desde los referentes de la Unión Europea (UE) hasta el propio Xi Jinping, se mantienen firmes en la defensa del libre comercio, al menos en el plano declarativo.
"No veo señales de que el resto del mundo se esté inclinando en una dirección proteccionista —afirmó Deardorff—. Por ejemplo, los 11 miembros del TTP (Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica) acordaron implementar el acuerdo sin Estados Unidos (que iba a participar, pero se bajó por decisión de Trump). La mayoría de los países de África acaban de firmar un gran tratado de libre comercio. Hasta el Reino Unido, a pesar de estar en el proceso de abandonar la UE, trata de hacerlo sin perder sus preferencias comerciales con el bloque".
5. Los riesgos de un sistema de comercio debilitado
Que no se llegue al punto de una guerra de aranceles a escala global no significa que las tensiones comerciales que se están registrando sean inocuas. Por el contrario, las consecuencias de que continúen el ruido, las acusaciones y algunas medidas aisladas pueden ser muy negativas.
"Mi mayor preocupación no es que haya una guerra comercial, sino lo que todo esto implica para la viabilidad del sistema mundial de comercio, que está corporizado en la OMC. Desde su creación en 1995, casi todas las disputas comerciales se resolvieron a través de esta organización, lo que permitió reducir el daño causado. Las acciones de Trump nos retrotraen al período de los años 80 en el que los diferendos se resolvían por fuera del predecesor de la OMC, el GATT. El resultado era que países grandes y poderosos obtenían lo que querían a través de amenazas e intimidaciones. Si muchas naciones dejan de respetar a la OMC el mundo del comercio será más caótico y peligroso de lo que debería", concluyó Deardorff.
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