"Decir que hubo una filtración de datos es completamente falso", sostuvo Paul Grewal, vicepresidente de Facebook, cuando se conoció que, por medio de una app dentro de la red, la consultora electoral Cambridge Analítica había utilizado los datos de 50 millones de estadounidenses para la propaganda de la campaña del presidente Donald Trump.
"Grewal tiene razón: esto no fue una filtración de datos en el sentido técnico", escribió Zeynep Tufekci, experta en sociología de la tecnología, en una columna para The New York Times. "Es algo mucho más perturbador".
Se trata de una consecuencia natural del modelo de negocios de Facebook, definió, "por el cual la gente va a su sitio por la interacción social, y resulta sometida a un enorme nivel de vigilancia".
El objetivo de tal vigilancia, detalló la profesora de Ciencias de la Información de la Universidad de Carolina del Norte (UNC), es "alimentar un sistema sofisticado y opaco para dirigir publicidad y otras mercancías, de manera orientada, a los usuarios de Facebook".
En resumen: la compañía de Mark Zuckerberg gana dinero al crear perfiles de la gente y luego vender su atención a los anunciantes, los políticos y otros actores públicos. "Ellos son los verdaderos clientes de Facebook", agregó, "a quienes trata de complacer con gran esfuerzo".
El problema se presenta porque, en realidad, nadie entrega sus datos con pleno conocimiento de lo que está haciendo. Se acepta otorgar una dudosa autorización muy amplia y de redacción legal y ardua, que constituye los términos de uso de la red social. En la práctica la gente en general no comprende que al hacerlo accede a entregar la información propia y hasta la ajena, como probó el caso de Cambridge Analytica.
"Contra lo que sostiene Facebook, no todos los involucrados en el incidente de malversación de datos dieron su 'consentimiento', al menos no en un sentido significativo de la palabra", escribió Tufekci.
Si en 2014, cuando se instaló la app que permitió la captura de datos, una persona se hubiera tomado el trabajo de encontrar toda la letra chica en el sitio, y a continuación la leyó, habría advertido —siguió la experta— que sus amigos tenían derecho a entregar, además de los datos propios, los de esa persona mediante esas aplicaciones. Por eso, aunque sólo 270.000 usuarios instalaron la app a pedido de Cambridge Analytica (y a cambio de USD 1 o USD 2 por descarga), la cosecha de datos alcanzó a 50 millones de personas.
"Eso no fue consentimiento informado", distinguió. "Eso fue la explotación de los datos y de la confianza del usuario".
Desde entonces, Facebook ha cancelado esa opción.
Un hecho que contradice la defensa de Grewal, quien sostuvo que los usuarios "brindaron su información con conocimiento" y que "no hubo infiltración de los sistemas".
El artículo de la profesora de UNC, autora también de Twitter and Teargas: The Power and Fragility of Networked Protest (Twitter y gas lacrimógeno: el poder y la fragilidad de la protesta en redes), describe rasgos de una extrema vigilancia en la naturaleza misma de Facebook. Porque no sólo registra cada click y cada "me gusta" en el sitio. También guarda el historial de navegación, compra datos externos de los usuarios (como información financiera, algo que la Unión Europa impide parcialmente) y aspira a unificar sus bases con datos offline, comenzando por el registro de las compras que un usuario hace en una tienda física.
"Facebook incluso crea 'perfiles en la sombra' de quienes no son sus usuarios", reveló Tufekci. "Es decir que aun si uno no está en Facebook, la empresa puede haber compilado un perfil inferido de datos de los amigos, o de otros datos. Este es un dossier involuntario del que uno no puede ejercer la cláusula de exclusión optativa en los Estados Unidos".
En todo caso, aun para quienes dan su consentimiento, es altamente improbable que puedan hacerlo de manera informada, es decir con cabal comprensión de lo que implica. "¿Se mantiene usted al día con la investigación académica sobre la inferencia computacional? ¿Sabe que los algoritmos hacen un muy buen trabajo al inferir los rasgos de personalidad, la orientación sexual, la opinión política, la salud mental, la historia de abuso de sustancias de una persona sólo a partir de sus 'me gusta' de Facebook, y que cada día se descubren nuevos usos para esos datos?", preguntó la autora.
"El consentimiento para una recolección de datos continua y extensa no puede ser completamente informado ni realmente consensuado, en especial dado que es prácticamente irrevocable", advirtió.
La empresa de Zuckerberg se manifestó indignada porque Cambridge Analytica no borró su tesoro de datos. ¿Es posible que la red social ignorase los riesgos de que algo tan valioso fuera malversado? "La vasta estructura que Facebook ha construido para obtener datos y su consecuente capitalización en el mercado en medio billón de dólares sugiere que la empresa comprende perfectamente bien el valor de esta clase de vigilancia extensa de datos".
Más allá del caso de la consultora de Alexander Nix, la autora se pregunta qué otras aplicaciones tuvieron permiso para desviar datos de millones de usuarios de Facebook. También pondera el impacto de las decisiones empresariales de la red social en la vida cívica: "¿Qué pasa si un día Facebook decide suspender de su sitio una campaña electoral o a un político cuya plataforma sostiene cosas como mayor privacidad de los datos para los individuos y límites en la retención y el uso de los datos?".
“La gente va a Facebook por la interacción social, y resulta sometida a un enorme nivel de vigilancia”.
Las otras preguntas se siguen lógicamente: qué pasa si los ejecutivos de Facebook deciden compartir los datos de sus usuarios con un candidato y no con otro, qué pasa si le conceden descuentos en la publicidad o benefician de otra manera a alguno en detrimento del otro.
"Es inevitable que se use de modo incorrecto un modelo de negocios basado en la vigilancia vasta de datos y en cobrarles a los clientes para que turbiamente sobre esta clase de perfiles extendidos dirijan avisos a los usuarios", concluyó Tufekci.
MÁS SOBRE ESTE TEMA: