Los nombres que más se conocen de la Mara Salvatrucha —o MS-13, la violenta pandilla salvadoreño-estadounidense—, en general, son los de figuras como Dreamer, un traficante de metanfetamina de Los Angeles, quien soñó con unificar, al estilo de los cárteles, a los pandilleros, que son unos 10.000 en los Estados Unidos y unos 50.000 en América Central pero están dispersos y desorganizados, agrupados en capítulos locales llamados clicas (hermandades).
Y a veces también los nombres de sus víctimas, aunque las operaciones de robo, extorsión, tráfico y las violaciones, las torturas y los homicidios de las maras muchas veces suceden en las comunidades inmigrantes más vulnerables, de personas sin documentos, suelen no llegar a la denuncia. Por ejemplo, los de las adolescentes Kayla Cuevas y Nisa Mickens, a las que se refirió el presidente de los Estados Unidos Donald Trump en su discurso sobre el estado de la unión.
Pero hay otros nombres, explicó Jonathan Blitzer en The New Yorker, que son tan desconocidos como importantes.
Son los de ex mareros que, desde que se alejaron de la violencia, intentan ayudar a que otros lo hagan también y tienen mucho para decir a las autoridades sobre cómo combatir a la MS-13 y a otras organizaciones similares como Calle 18. Algunos han creado organizaciones privadas; otros trabajan en los gobiernos locales de las comunidades más afectadas.
"Uno de ellos es Alex Sánchez, un ex miembro de la MS-13 en Los Angeles, quien abrió el capítulo estadounidense de una organización salvadoreña llamada Homies Unidos, que brinda servicios de asistencia a pandilleros reformados", presentó.
Sánchez vive en los Estados Unidos como asilado, tras haber sobrevivido a los escuadrones de la muerte anti-maras en El Salvador, que no creían en su trabajo. Él es un ejemplo de que es posible sacar el delito de las comunidades inmigrantes, y sobre todo de que las dos cosas no son sinónimos. Esa creencia "demoniza", de modo tal que la gente "no sale a denunciar si ha sido víctima", y "aísla a los pandilleros que quieren cambian y dejar las maras".
Su experiencia confirma lo que ha sucedido en un plano superior desde la década de 1990: por cada ola de deportación se verificó un aumento de la actividad de la Mara Salvatrucha. Y dada la misma falta de estructura que quiso corregir Dreamer para hacer más redituable el negocio de la violencia, los mareros han sido siempre muy difíciles de perseguir.
Hasta tal punto eso es así que la MS-13 es la única pandilla a la que el gobierno estadounidense declaró una "organización criminal transnacional". Trump los llamó "animales" y describió su práctica: "Transformaron parques pacíficos y hermosos barrios tranquilos en campos de la muerte ensangrentados".
Pero lo que el sentido común indicaría que es positivo, en realidad actúa como un boomerang: "Que la MS-13 reciba el bombo publicitario de ser una de las pandillas más peligrosas del mundo sólo beneficia sus objetivos", dijo Sánchez. "Es una herramienta de reclutamiento. Convence a los jóvenes en riesgo de que deberían unirse a este paraguas enorme bajo el cual se puede proteger".
Sánchez cree que a fin mantener a esos jóvenes alejados de las maras es útil "sumar ex miembros de las pandillas, que tienen credibilidad y comprenden el atractivo de esa vida, para que los disuadan", dijo a The New Yorker. Es un enfoque que complementa los programas educativos y sociales: "Una de las medidas más efectivas para asegurarse de que ex mareros no vuelvan a la MS-13 suena como la menos llamativa: borrarles los tatuajes que tenían que usar como miembros para denotar su afiliación".
Muchos quieren dejar cuando se convierten en padres, y la mara no lo acepta; allí los talleres de oficios —se trata de gente que no sabe cómo ganarse la vida— y los de paternidad —en general crecieron sin familia— son recursos que suenan tontos pero anclan a las personas a la oportunidad de cambiar de vida.
Otro nombre que citó Blitzer es el de Sergio Argueta, ex miembro de Redondel Pride, una mara de Long Island. Le contó la historia de una adolescente que había escapado de El Salvador luego de que la violaran varios miembros de Calle 18, la mara rival de MS-13. No le dijo nada a su madre; la mujer la inscribió en la escuela. El primer día de clases la chica descubrió que también en los Estados Unidos estaban las dos pandillas. "Se unió a la MS-13 porque pensó que podría protegerla de la mara que la vejó brutalmente en su país".
Argueta fundó una organización, S.T.R.O.N.G. Youth, para tratar de rescatar a adolescentes como esa chica. Él había dejado Redondel Pride y creía que ya había pasado lo peor cuando un pandillero mató a alguien cercano. Pronto empezó a registrar en su mente la interminable lista de homicidios, desfiguraciones con bates de béisbol, mutilaciones a machetazos. Comenzó con S.T.R.O.N.G. (acrónimo que forma la palabra fuerte, en inglés) sin recursos.
Un tercer nombre es el de Luis Cardona, quien creció en Washington, DC, donde perteneció a la sección local de Latin Kings, una pandilla mayoritariamente puertorriqueña. Actualmente trabaja para el condado de Montgomery en Maryland, donde un tercio de la población nació en América Central. Muchos de ellos son adolescentes que huyen de las maras en sus países, y que al llegar se encuentran con la opción de volver a ser víctimas o ser reclutados.
"Su sentimiento inmediato es la desconexión", dijo a The New Yorker. Se suman a familias que no conocen, porque crecieron sin ellas; muchas veces el padre o la madre se volvieron a casar y tienen hijos que son ciudadanos estadounidenses y hablan inglés, lo cual habilita las bromas y el resentimiento del recién llegado. Casi siempre son personas pobres. "Un muchacho llega a su nueva casa y su madre o su guardián le dice: '¿Ves el refrigerador lleno? Puedes servirte lo que está a la izquierda, pero lo demás es para tu padrastro y tus nuevos hermanos'".
Ese cuadro social, advirtió, juega a favor de las "empresas criminales" que son la MS-13 y demás maras. Pero tan importante como reprimirlas le resulta quitarles el oxígeno que representan estas comunidades heridas. "¿Quieren cambiar la dinámica? Fortalezcan las familias", propuso.
Lo asisten las cifras: desde 2014, más de 120.000 menores de seis a 17 años entraron a los Estados Unidos sin la compañía de un padre o una madre para reunirse con sus familias y escapar de la violencia en América Central.
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