El edificio bien podría ser la sede de un banco o una multinacional. Imponente, espejado, impersonal. Nada salvo un cartel en la entrada de autos indica que este rincón suburbano de Fairfax, en el Estado de Virginia, a una hora de Washington, alberga la sede central de la Asociación Nacional del Rifle (NRA), la poderosa agrupación que lidera el lobby a favor de las armas en Estados Unidos.
Desde que Nikolas Cruz irrumpió armado en una escuela de Florida y mató a 17 personas, esa sigla que no es desconocida para nadie en este país está en el centro de la pelea sobre la tenencia de armas. Es una batalla con bandos bien definidos y en medio una grieta ancha que, por primera vez en décadas, los norteamericanos parecen ahora dispuestos a explorar, aunque desde puntos de vista diametralmente opuestos. Ya era hora, podría decirse: pasó Columbine, pasó Sandy Hook, pasaron Las Vegas y tantas otras matanzas y no pasó nada. El golpe emocional de cada masacre lastimó la piel del estadounidense medio, pero la herida luego sanó y se olvidó el dolor. Esta vez algo parece haber cambiado.
Poco movimiento, entre veinte y treinta autos en el estacionamiento que rodea el edificio, una entrada infranqueable para quien no tenga la credencial correspondiente, algunos guardias de seguridad y un patrullero completan el paisaje. Podríamos estar frente a una repartición pública cualquiera. Pero detrás de esos vidrios azulados opera el cuartel general de los "verdaderos patriotas" de la NRA, como los llamó el presidente Donald Trump. "Gente buena que quiere hacer el bien". Muchos norteamericanos están de acuerdo y muchos otros no.
"Si te gustan las armas, este es el lugar", bromea un guardia del tamaño de la puerta que custodia la entrada del National Firearms Museum, el museo de armas de la NRA. La entrada es gratuita y se pueden sacar fotos. Otro ingreso lleva al polígono de tiro, ubicado en un gran subsuelo, pero ahí la orden es no hablar con la prensa. Detrás de un vidrio blindado una decena de hombres practica con sus armas y el ruido seco de los disparos es incesante. "Ahora no podemos hablar con los periodistas", corta Jim, que no da su nombre pero lo lleva escrito en un cartelito sobre el pecho.
El museo es efectivamente un paraíso para los amantes de las armas. Las hay de todo tipo, 3.000 en total. Seis siglos de historia expuestos en vitrinas. Una decena de curiosos recorre el lugar este día y el guardia cuenta que unas 40.000 personas lo visitan cada año. Mucho más popular, aclara, es el museo que la NRA tiene en Springfield, Missouri: 250.000 lo visitan cada año. Y hay un tercer museo en el Estado de New Mexico.
Pero la colección de Fairfax es la más importante. Incluye algunas "joyas" de enorme valor, como las tres escopetas conocidas como las "invencibles", fabricadas por los Parker Brothers con la máxima calidad y valuadas en 5.000.000 de dólares. O la carabina que perteneció a John Alden, uno de los pioneros del Mayflower. O el revolver Colt New Frontier calibre .45 fabricado para John Kennedy, pero que nunca le fue entregado porque antes fue asesinado.
La historia norteamericana de guerras, luchas y crímenes se resume en esas vitrinas. También la historia de una pasión que con demasiada frecuencia deposita en las manos de algún desquiciado un enorme poder de fuego. En 2017 más de 15.500 personas murieron en Estados Unidos por armas de fuego. Es una epidemia. En las primeras seis semanas de este año hubo 30 tiroteos masivos. El de Florida fue sólo uno más, el más dramático.
La NRA tiene sus argumentos para oponerse a un mayor control a las armas. Su causa, dice la asociación, es la de la libertad. Lo indica un cartel en la entrada del museo que llama a "levantarse y pelear por la libertad". La historia de las armas es la historia de esa lucha, declara el folleto. "No es sólo sobre armas, también es sobre la libertad", insiste la página web.
Ese mismo argumento usó días atrás el presidente de la NRA, Wayne LaPierre, al hablar en un foro ultra conservador. LaPierre es un soldado en la trinchera de una guerra personal. "La elección del presidente Trump -arengó- no alcanza para frenar la ola de socialistas de estilo europeo que nos invade". Hay que hacer más, dijo. "Se esconden detrás de etiquetas como 'demócrata', 'de izquierda' y 'progresista' para que su agenda socialista sea más aceptable, y eso es aterrador", afirmó. Estos "socialistas" son, según él, "saboteadores que no creen en el capitalismo, no creen en la constitución, no creen en nuestra libertad y no creen en Estados Unidos tal como lo conocemos".
El derecho casi irrestricto a comprar armas es entonces mucho más que una mera cuestión de mercado, o cultural y deportiva. En la visión de quienes se oponen a todo tipo de control estatal lo que está en juego es la esencia misma de una nación que se hizo grande y libre a punta de pistola. La Segunda Enmienda ampara ese derecho, y detrás de esos vidrios espejados en los cuarteles de la NRA, a pocos kilómetros del corazón del poder norteamericano, es donde se definen estrategias para garantizar que el debate político no transite caminos incómodos. Es parte del famoso lobby de las armas. Detrás están los fabricantes.
Esa planificación determinó, por ejemplo, que en la última campaña presidencial la NRA destinara 11,4 millones de dólares a apoyar a Trump y 19,8 millones a fomentar la oposición a Hillary Clinton. Pero el tablero cambió después de la matanza del colegio Parkland, en Florida. Los defensores de las armas parecen haber perdido poder de fuego.
"La NRA tiene mucho miedo esta vez porque enfrente tiene a un grupo de jóvenes que saben defender su posición contra las armas, que tienen habilidades mediáticas y que han hecho un uso de las redes sociales mucho más sofisticado que los fabricantes", dijo a Infobae el analista político Erick Langer, profesor en la Universidad de Georgetown. Son los sobrevivientes de la masacre, compañeros y amigos de las víctimas, un grupo cohesionado de adolescentes, según el experto, que está logrando que "algunos políticos empiecen a cambiar de posición" en el debate sobre las armas. Una de estas sobrevivientes, Emma González, sumó en pocos días un millón de seguidores en Twitter @Emma4Change, más que la NRA. Sus mensajes resuenan como un trueno en Washington.
El momento favorece a quienes reclaman una nueva legislación, con más restricciones a la venta de armas, más chequeos psicológicos y límites de edad elevados de 18 a 21 años para la compra de ciertas armas de alto poder de fuego. Trump se comprometió ya a erradicar los aceleradores conocidos como bump stocks, un dispositivo que convierte un arma semiautomática en automática. "Considérenlo hecho", dijo. Si no sale del Congreso lo hará por decreto. Es una primera concesión.
Lo que más inquieta a LaPierre es que se modifiquen los límites de edad. La mayoría republicana en el Congreso podría frenar las iniciativas que apunten en esa dirección. Pero quizá no puedan parar la ola de reclamos que empujan los sobrevivientes de Parkland, la escuela de Florida. Esta puja concentra hoy la atención mediática. En los cuarteles de la NRA, como dijo Langer a Infobae, "no quieren que avancen los cambios, porque una vez que comienzan nadie sabe dónde terminan".
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