Playa y compras suele ser lo primero que se viene a la mente a la hora de considerar a Miami para unas vacaciones. Pero aspectos fundamentales como la seguridad que brinda un contexto donde reinan la ley y el orden, lo que hace que millones familias de todo el mundo decidan elegir a "la Capital de las Américas" cada año, hasta no hace mucho tiempo atrás era algo de lo que los residentes de la ciudad no podían presumir.
Para mediados de los setenta y sobre todo durante toda la década de los ochenta, la violencia narco que se había instalado en la Colombia sitiada por Pablo Escobar y sus secuaces del Cártel de Medellín, lentamente se había comenzado a trasladar – en menor medida pero de forma igualmente preocupante – entre las calles del sur de la Florida.
Debido a que en ese entonces la cocaína que se exportaba desde la nación cafetera entraba a los EEUU desde la ciudad de Miami, una verdadera guerra entre distintas facciones del mundo narco local se había desatado en lo que históricamente había sido considerado un calmo refugio para personas mayores, donde miles venían a pasar sus últimos años en un entorno que les proveía de gran calidad de vida gracias al clima ameno todo el año.
Ningún film explora mejor que Scarface, dirigido por el genial Brian De Palma y escrito por el igualmente talentoso Oliver Stone, el singular status quo en el que se vivía en Miami cuando narcotraficantes de origen mayoritariamente cubano y colombiano se disputaban el control de una ciudad clave desde donde saldría la droga al resto de los EEUU, con Nueva York como destino principal.
Estrenada en 1983, la película cuenta la historia de un refugiado cubano de nombre Tony Montana interpretado por un joven Al Pacino que llega a Miami sin nada que perder y con toda la ambición de cumplir el "sueño americano" pero de una forma cuando menos, poco convencional.
Con un elenco que incluía a Mary Elizabeth Mastrantonio, Steven Bauer y Michelle Pfeiffer, el largometraje inicialmente fue recibido de manera tibia y a la vez fue criticado por encasillar erróneamente a los exiliados cubanos dentro del rol de criminales.
Pero con el correr de los años, Scarface se convertiría sin lugar a dudas en un film de culto, tanto por su genial banda de sonido producida por el legendario DJ italiano Giorgio Moroder, como por el excesivo despliegue de escenas de gran violencia y profanidad, además de la gráfica representación del abuso de drogas característico de la época.
Fue probablemente inspirado en la todavía vigente obra de Brian de Palma, que el escritor Roben Farzad decidió escribir "Hotel Scarface: Dónde los cowboy de la cocaína se divertían y planeaban tomar control de Miami", en el cual relata historias reales que tomaron lugar en lo que se conocía como el edificio Mutiny (traducido al español como motín) ubicado en el coqueto distrito de Coral Gables.
El edificio contaba con 130 lujosas habitaciones, pero era en su club nocturno donde se congregaban todos "los capos" de la época para poder cerrar tratos en una zona donde pocos representantes de la ley se atrevían a ingresar y donde además se llevaban adelante fiestas que opacaban incluso a las que tomaban lugar en el emblemático y decadente Studio 54 de la "gran manzana".
El autor comparte en su libro que, en ese entonces, Miami se había consolidado como la "capital de las drogas" de los EEUU y que el tráfico de estupefacientes representaba al menos un tercio de los ingresos para la economía de la ciudad. Era tanto el dinero que circulaba por las mesas del Mutiny que Farzad asegura que "en ningún otro sitio del mundo se vendían más botellas de Dom Perignon".
Entre los habitúes se encontraban destacados miembros del mundo del deporte profesional, como el equipo de los Miami Dolphins y los Dallas Cowboys, hábito que muchos fanáticos de dichos equipos atribuyen a desastrosas performances en el campo de juego. Pero también eran las celebridades las que se disputaban un sitio en el controversial enclave de Coral Gables.
Entre los nombres más destacados se encuentran figuras de la talla de Paul Newman, quién exigía que sólo las más bellas camareras le llevaran a su habitación las botellas de su vino francés favorito, además de Arnold Schwarzenegger y Ted Kennedy, quienes años más tarde se convertirían en parientes políticos gracias al casamiento del Terminator con Maria Shriver.
Una de las anécdotas más insólitas relatadas por Farzad al periódico New York Post incluyen a la actriz y cantante Liza Minelli y a un narco peruano conocido como "Pepe". El dealer había tenido la idea de teñir de color rosado una partida de cocaína de la más pura calidad, a la cual también había rociado con una esencia especial para que tuviera perfume a goma de mascar.
Según consigna el libro, la actriz habría quedado tan encantada con el producto que hizo imposible que un policía que se encontraba trabajando de incógnito pudiese grabar al narcomenudista en medio de una conversación comprometedora, dado que Minelli no paró de hablar durante toda la noche.
Entre los curiosos amenities que ofrecía el local nocturno a su exigente clientela se encontraba un avión privado a disposición de aquellos que preferían llegar a Miami mediante aeropuertos alternativos de poco control policial, además de lugares designados especialmente para esconder los arsenales de armas automáticas de los visitantes.
Las anfitrionas no sólo estaban preparadas para esconder las armas de los clientes debajo de sus faldas en caso de que oficiales de la ley decidieran caer sin previo aviso, sino que además contaban con pagers que operaban con códigos especiales, los cuales utilizaban para alertar a los habitúes sobre la presencia de agentes encubiertos.
Para mediados de la década del ochenta, la situación había cambiado drásticamente luego de que el ex presidente Ronald Reagan diera por iniciada "su guerra contra las drogas" y todo el poderío de la DEA fuese desplegado en el sur de la Florida, para dar por terminada la guerra entre bandas narco que se había salido fuera de control.
Con ella llegaría el ocaso del Mutiny, sitio que fue vendido por Burton Goldberg en enero de 1984 por la suma de USD 17.5 millones y que años más tarde entraría en ejecución hipotecaria para ser reciclado al día de hoy como un edificio de condominios más, pero con una infinidad de anécdotas escondidas para siempre entre las paredes de sus habitaciones.