Aislamiento, depresión, inseguridad, dependencia, falta de sueño, infelicidad: hoy los adolescentes sufren esos síntomas en mayor medida que las generaciones pasadas a su edad. Jean M. Twenge, profesora de Psicología de la Universidad Estatal de San Diego (SDS) y autora de dos libros sobre los Millennials y los adolescentes —la Generación Z o iGen— rastreó los orígenes de ese cambio, que sucedió hacia 2012, y encontró un sospechoso: el smartphone.
Para la joven generación, que nació con un móvil en la mano, todas las interacciones están mediadas por la pantalla. Pero aunque se presume que las infinitas posibilidades que les ofrece la tecnología deberían hacerlos felices, en realidad sucede lo contrario. Su dispositivo inseparable es, a la vez, su enemigo íntimo.
Twenge describió la vida social de una muchacha de 13 años: una vez al mes sale con su familia al centro comercial y en general pasa el tiempo con sus amigas y amigos mediante el celular. Hablan —ese verbo, destacó la investigadora, es el que usan los adolescentes, aunque en realidad escriben— sobre todo en Snapchat.
"Me dijo que había estado la mayor parte del verano pasando el rato así, sola en su habitación con su teléfono", contó la especialista en un texto para The Atlantic. "Su generación es así, explicó. 'No tuvimos la oportunidad de conocer una vida sin iPhones. Creo que nos llevamos mejor con nuestros teléfonos que con las personas'".
Al analizar los datos del comportamiento adolescente, Twenge encontró "cambios abruptos en sus estados emocionales" que se mantenían desde 2012. Cinco años después del lanzamiento del iPhone. "El punto en que la cantidad de personas que tenían un celular en los Estados Unidos superó el 50 por ciento". Una encuesta de este año, realizada sobre 5.000 adolescentes, mostró que 3 de cada 4 tenía un iPhone.
Esa iGen fue más influida, y más profundamente, por el teléfono móvil y las redes sociales que los Millennials. Los adolescentes de hoy no conocen una situación distinta de la conectividad constante —nunca usaron internet dial-up—, que dio forma a sus vidas "desde la naturaleza de sus interacciones sociales a su salud mental". Es una marca generacional que supera otras barreras: ricos o pobres, de distintos orígenes étnicos, de ciudades o de suburbios, de diferentes géneros.
Esa unión con el teléfono hace que prefieran estar en sus habitaciones más que moverse en auto o ir a fiestas. La independencia que motivó a las generaciones anteriores no los atrae. En 2015 los adolescentes de 17 y 18 años salían menos que los de 13 o 14 en 2009. Están más seguros, beben menos alcohol. Son menos los que tienen pareja —56% contra el 85% de los Millennials— y mantienen menos relaciones sexuales y más tarde. "Psicológicamente, son más vulnerables que lo que fueron los Millennials", señaló Twenge.
"No es una exageración si se describe a la iGen como una generación al borde de la peor crisis de salud mental en décadas. Mucho de este deterioro se puede rastrear hasta sus teléfonos".
A diferencia de los jóvenes de ayer, no trabajan ni administran sus propios recursos. "En una economía de datos que recompensa la educación superior antes que la experiencia laboral temprana, puede que los padres prefieran alentar a sus hijos a que se queden en la casa y estudien en lugar de hacer trabajos de medio tiempo", especuló la profesora de SDS. Para los adolescentes, a su vez, es un trato aceptable: "Parecen conformes con este acuerdo hogareño no porque sean estudiosos, sino porque su vida social sucede en el teléfono. No necesitan salir de la casa para pasar el rato con sus amigos".
Concentrarse en el móvil les permite desconectarse de la autoridad paterna. Pero también exacerba su aislamiento. "Mi cama tiene la huella de mi cuerpo", le dijo la adolescente a la investigadora, que lo consideró algo típico: "La cantidad de adolescentes que se reúne con sus amigos casi a diario bajó en más del 40% entre 2000 y 2015", con una tendencia reciente más aguda. Los lugares físicos de encuentro fueron reemplazados por espacios virtuales en la red a los que se accede mediante aplicaciones.
No es una exageración si se describe a la iGen como una generación al borde de la peor crisis de salud mental en décadas.
El problema no es que eso suceda, ya que se trata de su realidad, sino que esa modalidad incrementa la angustia de los adolescentes. "Los niños de 12 y 13 años que pasan 10 o más horas por semana en redes sociales son un 56% más proclives a decir que no son felices en comparación con aquellos que pasan menos tiempo en redes sociales", citó la autora.
Aunque Facebook y otros sitios por el estilo se presentan como un nodo de amigos, los datos que analizó la experta describen una iGen dislocada y en soledad. Aunque estén en las redes todos los días, marcan en las encuestas opciones como "Muchas veces me siento solo" o "Suele sentirme al margen". Los sentimientos de soledad de los adolescentes "dieron un salto en 2013 y se han mantenido así", según el texto publicado en The Atlantic.
Aparecen entonces dos palabras temibles en el informe: depresión y suicidio. Los niños de 12 y 13 años que pasan mucho tiempo en las redes sociales mostraron un aumento del 27% en el riesgo de depresión que aquellos que practican algún deporte, por ejemplo. "Los adolescentes que pasan tres horas o más por día en sus dispositivos electrónicos tienen una probabilidad del 35% mayor de presentar un factor de riesgo suicida, como por ejemplo planificar su suicidio", comparó Twenge con adolescentes que miran mucha televisión.
Desde 2007 la tasa de homicidio entre estos jóvenes bajó, pero la de suicidio aumentó. "En 2011, por primera vez en 24 años, la tasa de suicidio adolescente fue más alta que la de homicidio adolescente", agregó.
La cantidad de adolescentes que se reúne con sus amigos casi a diario bajó en más del 40% entre 2000 y 2015.
Por último, el otro síntoma que la experta señaló como peligroso es la falta de sueño. Aunque se recomienda que un adolescente duerma 9 horas, debido al uso de celulares en la cama duermen unas 7, lo cual implica falta de sueño: en comparación con 1991, en 2015 un 57% más de adolescentes sufría falta de sueño.
"¿Cuál es la conexión entre los smartphones y el aparente sufrimiento psicológico que sufre esta generación?", planteó Twenge. Su hipótesis: "A pesar de todo el poder de vincular a los muchachos día y noche, las redes sociales también exacerban la eterna preocupación adolescente de quedarse al margen".
Aunque salgan menos, documentan cada encuentro en Snapchat o Instagram. "Y aquellos que no fueron invitados tienen una intensa conciencia de que así fue", explicó la experta.
Como el aumento de la soledad entre los Gen Z-ers, también hubo una suba en ese sentimiento de ser marginado, más entre las chicas: un aumento del 48%, contra un incremento del 27% entre los chicos, en los años de 2010 a 2015. "Las chicas usan las redes sociales con más frecuencia", asoció la profesora de SDS.