Una habitación de monitoreo, un drone y un equipo SEAL preparado: cómo fue el rescate de la familia rehén de los talibanes

Estados Unidos localizó a la familia secuestrada por los extremistas en un lugar remoto de Pakistán

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Caitlan Coleman y su marido
Caitlan Coleman y su marido Joshua Boyle, junto con dos de sus hijos nacidos en cautiverio durante los cinco años que estuvieron en manos de los talibanes en Pakistán

Hacia finales de septiembre, en una sala hermética de la CIA, un grupo de analistas observaba la escena. Era inusual, para lo que estaban acostumbrados a ver en un campo de milicianos talibanes en Kurram, al norte de Pakistán, casi en el límite con Afganistán. Allí podían distinguir a una mujer con tres niños. Aislados, solos, en un lugar donde habitualmente no hay mujeres… ni niños.

El drone que recorría el cielo de un valle pakistaní remoto, emitía a la central de inteligencia nuevas imágenes, más nítidas, que permitían a los analistas tratar de determinar qué había allí. A las pocas horas concluyeron que se trataba de una ciudadana de los Estados Unidos que había sido secuestrada, junto con su marido canadiense, en Afganistán cinco años atrás, en octubre de 2012.

De inmediato, al confirmar que se trataba de Caitlan Coleman y de su marido Joshua Boyle, las fuerzas especiales norteamericanas diseñaron un rescate en el terreno. Dispusieron del Navy SEAL Team 6, uno de los grupos comandos más espectaculares y efectivos de la Armada de los Estados Unidos. Pero la operación, súbitamente, debió suspenderse. La falta de certeza sobre la identidad de los rehenes, la luna llena que no sería buena compañera de la brigada y algún otro detalle impidieron seguir adelante con el plan. Pero cuando los terroristas talibanes tomaron a la familia y la comenzaron a desplazar por zonas tribales, alejándola del búnker donde había sido vista, se retomó el plan.

Alarmados por la posibilidad de perder el contacto visual con los rehenes y de dejar escapar la única posibilidad para rescatarlos con vida —en una operación similar a la que terminó con la vida del jefe terrorista de Al Qaeda, Osama Bin Laden— el Gobierno norteamericano puso en funcionamiento la maquinaria diplomática de forma inmediata, sin perder un minuto, para que Pakistán contribuyera en el rescate. Caso contrario, lo harían sus comandos.

Las autoridades paquistaníes sabían que no tendrían opción. Negarse al pedido formal de los Estados Unidos sería entregarles nuevamente la iniciativa para que capturaran ellos mismos a la familia y dieran la impresión de que protegían de alguna manera al grupo terrorista Haqqani, quien mantenía el poder sobre la familia.

De inmediato, guiados por la asistencia de la inteligencia norteamericana —y sus poderosos drones— los paquistaníes interceptaron el vehículo en el que eran trasladadas las víctimas. Tras un intenso tiroteo, se encontraron con Coleman, Boyle y sus tres pequeños hijos dentro del automóvil, según consignó The New York Times.

En cautiverio, la familia sufrió horrendos tormentos. La mujer fue violada varias veces, dio a luz en cuatro oportunidades, y uno de sus bebés fue asesinado por los talibanes. El relato fue hecho el pasado fin de semana por Boyle en una breve conferencia de prensa, y los detalles eran espeluznantes. La pareja viajó en 2012 a Afganistán como mochileros para ayudar a los aldeanos, "que viven en las profundidades de ese país controlado por los talibanes, donde ninguna ONG, ningún trabajador humanitario y ningún Gobierno ha sido capaz de aportar la ayuda necesaria".

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