El 18 de diciembre de 2008, en un geriátrico de California para enfermos terminales, mientras dormía, murió Mark Felt.
Tenía 95 años.
Se cerró así la última página del mayor escándalo político de la historia norteamericana: el Caso Watergate, que obligó al presidente Richard Nixon, el 9 de agosto de 1974 y ante las cámaras de televisión de todo el país, a renunciar a su cargo. Algo que parecía imposible en uno de los más sólidos sistemas políticos del mundo.
Los delitos que lo arrastraron por el barro fueron gravísimos: espionaje en el edificio Watergate, sede del comité del Partido Demócrata –su adversario–, ocultamiento de pruebas (cintas grabadas con algunos tramos borrados ex profeso), y manejo espurio de fondos destinados a la campaña de su reelección.
Ninguno de los espectadores que vio, en octubre de 1976, el gran film de Alan Pakula Todos los hombres del Presidente, con Robert Redford y Dustin Hoffman como protagonistas, podrá olvidar su final. En primer plano, una máquina de télex, y ampliado su sonido como el tableteo de una ametralladora, el desfile de los funcionarios de Nixon acusados y condenados por esas operaciones, y las dos dramáticas palabras de cierre: Nixon renuncia.
La película, basada sobre el libro del mismo nombre escrito por Bob Woodward y Carl Bernstein, los periodistas del Washington Post que destaparon la pestilente olla, ganó cuatro Oscars, y sus 349 páginas editadas por el sello Simon & Schuster agotaron ediciones y traducciones que derramaron el cuerno de la abundancia (léase dólares) sobre los dos periodistas.
Pero… ¿cuándo y cómo empezó la trama del affaire?
Veamos…
El domingo 12 de junio de 1972, en trescientos cines de Estados Unidos, se estrenó Deep Throat (Garganta Profunda), un film porno que hizo famosa a la actriz Linda Lovelace –protagonista de media docena de películas hot y autora de cinco libros autobiográficos– por la anomalía de su personaje: una chica que tenía el clítoris en la garganta. Lo demás se explica por añadidura…(Nota: Linda murió en 2002, a los 53 años, en un accidente de auto).
Cinco días después, el sábado 17, la policía frustró un extraño episodio en el edificio Watergate: cinco sujetos intentaban instalar micrófonos ocultos para registrar –espionaje flagrante– los dichos de las reuniones políticas opositoras a Nixon y al Partido Republicano.
Antes, en la madrugada del 2 de mayo del mismo año, a los 77, murió el mítico Edgar J. Hoover, primer director del FBI, temido y odiado por sus investigaciones y operaciones secretas a cargo, a veces de agentes, y otras veces de vulgares matones.
La noticia alegró el corazón del agente William Mark Felt, tercero en la sucesión del trono hooveriano: ¡su gran momento había llegado!
Pero –¡ay!– el presidente Nixon nombró a Patrick Gray, el segundo de la dupla de candidatos…
Sin embargo, Felt no quedó con las manos vacías. Helen Gandy, la secretaria de Hoover durante medio siglo, le regaló 167 cajas y 17.750 páginas de archivos secretos de alto voltaje, a pesar de la orden de su jefe: "Cuando yo muera, quémelos".
La mañana en que los cinco espías comparecieron ante un tribunal federal, sentado casi en el fondo del salón con su libreta de apuntes en mano, estaba un joven reportero del Washington Post: Bob Woodward, todavía novato en esas lides, y compañero de Carl Bernstein, redactor y editor, que le corrigió sus primeros informes según las reglas del periodismo clásico. El primer mandamiento: Impactar al lector desde la primera línea…
Al nacer 1970, Woodward era mensajero del almirante Thomas Moorer, y en una de sus frecuentes llegadas a la Casa Blanca conoció a Mark Felt. Se hicieron amigos. Muchos años después, ese mensajero y después periodista–estrella junto con Carl Bernstein, ambos Premio Pulitzer 1973 por su investigación sobre el affaire Watergate, reconoció que Felt fue para él "un consejero casi paternal".
Incluso, "un fin de semana lo visité en su casa de Virginia y conocí a su mujer, Audrey Robinson, y a su hija Joan, y a su hijo Mark".
¿Quién era Felt?
Un sencillo ciudadano de Idaho, nacido el 17 de agosto de 1913, hijo de un carpintero (Mark Earl) y de Rose Dygert. Estudió leyes en la George Washington University, y se casó con Audrey, también pueblerina y su novia desde los días del colegio primario…
En 1941 recibió el primer chispazo de su vida de agente secreto… aunque todavía a cara descubierta. Empleado en la Comisión Federal de Comercio, le encargaron averiguar si la gente que usaba papel higiénico marca Cruz Roja vinculaba ese producto con la famosa organización de socorro del mismo nombre.
Viajó por todo el país, entrevistó a centenares o tal vez miles de personas, y su conclusión decepcionó: "Casi todo el mundo usa papel higiénico, y a nadie le gusta que se lo pregunten".
Renunció, dio un golpe de timón digno de su inteligencia, y el 26 de enero de 1942 entró en el célebre y temido Federal Bureau of Investigation: ¡El FBI, nada menos!
Una de sus primeras misiones fue investigar los chanchullos de la mafia que controlaba el juego en los casinos de Nevada, Las Vegas y Reno. Su informe ("un modelo de información secreta escrito con estilo sucinto", definió el director Edgar J. Hoover) le valió un primer ascenso que, con otros, lo llevaría hasta el podio de los posibles sucesores del legendario jefe del espionaje gubernamental…
Pero le llegaría el eclipse. En 1980 lo condenaron por autorizar sin permiso nueve allanamientos de morada contra el grupo de ultraizquierda Weather Underground. Pero si bien el presidente Ronald Reagan lo indultó, entró en un cono de sombra… Su mujer sufrió severas crisis de ansiedad, su hija Joan se hizo hippie, vivió en una comuna y fue madre soltera, y él mismo sintió que su resonante paso por el mundo se había acabado para siempre…
Resonante, secreto y anónimo paso que empezó muy poco después de la detención de los cinco espías –algunos, anticastristas cubanos– en el edificio Watergate.
Después de aquella mañana en el tribunal, el olfato de sabuesos de Woodward y Bernstein sospechó que esa intrusión en el comité demócrata no era obra de vulgares rateros nocturnos. Que algo más había, y acaso muy gordo. Pero… ¿qué?
En ese momento, Woodward recibió un primer llamado anónimo: la primera cita con un hombre al que conocía y que le daría información, siempre y cuando jamás revelara su nombre.
Los encuentros –que el director Alan Pakula filmó (sabiamente) en la penumbra de enormes sótanos –playas de estacionamiento– y con suspenso de inquietante novela policial, fueron agregando cada vez más ingredientes: pistas, nombres encumbrados, cifras millonarias desviadas para la campaña de reelección de Nixon, y la existencia de una corruptela política de la peor especie.
Cuando Woodward necesitaba encontrarse con él –fue siempre su interlocutor–, ponía una maceta con un banderín rojo, y el anónimo informante aceptaba el encuentro por medio de un círculo rojo en la página 20 del New York Times…
Desde luego, la relación tuvo altibajos. Muchos de los personajes involucrados en el affaire se negaban a ser entrevistados por Bob y Carl. Otros mentían. Algunos periodistas del Washington Post se quejaban:
–Los muchachos son demasiado nuevos, no tienen suficiente experiencia, el caso tienen que llevarlo profesionales de mucha experiencia…
Pero Ben Bradlee, el legendario director del diario, seguía apostando por ellos. Incluso cuando una encuesta reveló que la mitad de los lectores del Post no sabían qué era el caso Watergate, y a la otra mitad no le importaba…
Más de una vez, para avanzar sobre seguro, les preguntó quién era ese personaje que hablaba desde detrás de las columnas de los estacionamientos, y en las sombras. Pero Woodward se negó tenazmente a descorrer el telón… y desde entonces lo bautizó "Garganta Profunda", en inequívoca alusión a la película de Linda Lovelace que batía récords de taquilla.
Finalmente, cuando ya no hubo dudas sobre la mugre política que sostenía la reelección de Nixon y los nombres de sus cómplices pasaron a la tinta de imprenta y a las páginas del Post…, Nixon –apenas empezado su segundo período– mirando fijamente a la cámara, renunció a su cargo ante el pueblo norteamericano.
El libro Todos los hombres del Presidente, resumen de los últimos siete meses de investigación narrados por "Woodstein", como Bradlee llamaba al dúo, hizo explotar las cuentas bancarias de ambos, los honró con el Pulitzer, y los derechos para llevar al cine la escandalosa historia cambió sus vidas por completo.
Pero la mayor de las incógnitas seguía sin solución: ¿quién diablos era "Garganta Profunda", el factótum de la caída de Nixon?
Desde luego, Bob y Carl lo sabían –lo supieron desde el principio–, pero prometieron que sólo dirían de quién se trataba… cuando el personaje muriera.
Y callaron durante 33 años…
Hasta un día de julio de 2005, cuando la revista Vanity Fair preparaba su número mensual… y un anciano entró en la redacción y dijo:
–Yo soy Mark Felt, el hombre al que todos llaman "Garganta Profunda".
Tenía 91 años. Había publicado sin éxito un libro sobre sus andanzas de agente del FBI. Mientras Woodward y Bernstein acumulaban millones, Felt apenas vendió tres mil ejemplares de esas memorias, a 8 dólares el ejemplar. Su mujer había muerto en 1984. Casi en la miseria, vendió en 10 mil dólares su confesión a Vanity Fair.
Y hasta el fin de sus días debió soportar la polémica. ¿Fue un traidor a su oficio y a su juramento como agente del FBI, o fue un héroe nacional que violó la ley del secreto por el bien de la nación y sus ciudadanos? Y otra vertiente: ¿lo hizo como venganza contra Richard Nixon por haber nombrado jefe del FBI a Patrick Gray y no a él? Una venganza que, según el dicho, "es un plato que se come frío".
Y ahora, con un nuevo capítulo.
El 29 de agosto pasado, en Los Ángeles, Sony Pictures mostró el primer tráiler de la película The Man Who Brought Down The White House (El hombre que derrumbó a la Casa Blanca). Escrita y dirigida por Peter Landesman, el personaje de Felt lo encarna el gran actor británico Liam Neeson. Se estrenó en Estados Unidos el 29 de septiembre, y estará pronto entre nosotros. Porque, entre otras cosas, es una historia inacabable. Tanto que, después del The End, no faltará quien imagine a Mark Felt multiplicado y oculto detrás de los cortinados de las salas…
LEA MÁS: