El 12 de junio de 1987 seis palabras pronunciadas por Ronald Reagan no fueron tenidas en cuenta por la prensa de entonces y se disiparon en el aire primaveral de Alemania. Fueron dichas en la Puerta de Brandeburgo, Berlín, y resonaron en el Kremlin, donde Mikhail Gorbachov comandaba el bloque soviético.
"Mr. Gorbachov, tear down this wall!" (Señor, Gorbachov, ¡derrumbe este muro!). Esa frase pensada por Reagan tuvo su eco dos años después, cuando finalmente el Muro de Berlín cayó, ambas Alemanias se unificaron y el desmembramiento de la Unión Soviética comenzaba su etapa final. Pero en aquel momento, sólo unos pocos repararon en esa simple frase, en ese duro desafío a la Rusia comunista en plena Guerra Fría.
A su lado estaban el presidente de Alemania Occidental, Richard von Weizsacker, el canciller Helmut Kohl y el alcalde de Berlín occidental, Ebergard Diepgen. Todos escucharon atentos el discurso de su invitado de honor, quien no era la primera vez que visitaba la ciudad partida.
"Damos la bienvenida al cambio y a la apertura. Porque creemos que la libertad y la seguridad van de la mano, que sólo el avance de la libertad humana puede fortalecer la causa de la paz mundial", había dicho ese junio de 1987 Reagan ante una multitud. "Hay una señal que los soviéticos pueden hacer que sería inequívoca, que avanzaría dramáticamente hacia la causa de la libertad y la paz. Secretario General Gorbachov, si usted busca paz, si usted busca la prosperidad de la Unión Soviética y Europa oriental, si usted busca la liberalización, venga aquí a esta puerta. Señor Gorbachov, abra esta puerta. Señor Gorbachov, derribe este muro".
Mientras que los medios norteamericanos no hicieron mención del discurso de su presidente, la maquinaria propagandística del bloque comunista criticó el mensaje. "Fue provocador"; "alentó un discurso bélico", fueron algunos de los comentarios hechos por la agencia gubernamental TASS.
Reagan regresaría en 1990, con esa gran pared de 45 kilómetros que atravesaba la capital alemana ya caída. El presidente norteamericano se acercó a uno de los lugares que aún permanecían intactos, le acercaron un martillo y continuó con la ceremonia iniciada por millones de berlineses: golpear el muro. Esa segunda vez, el jefe de estado dijo que el proceso en la Unión Soviética aún no había finalizado. Tenía razón.
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