Cómo funciona Mar-a-Lago, donde por 200.000 dólares se puede pasar un fin de semana con Donald Trump

El club privado, propiedad de la Organización Trump, es el retiro de fin de semana del mandatario, a quien no le gustó la rusticidad de Camp David. Sus casi 500 miembros tienen un acceso sin precedentes al desarrollo de la alta política

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Después de las elecciones ser miembro de Mar-a-Lago cuesta el doble que antes, USD 200.000.(maralagoclub.com)
Después de las elecciones ser miembro de Mar-a-Lago cuesta el doble que antes, USD 200.000.(maralagoclub.com)

Lo llaman "la Casa Blanca de Invierno" o "Camp Donald". El club de Mar-a-Lago, propiedad de la Organización Trump, es el espacio favorito de descanso del presidente de los Estados Unidos, a quien disgustó la rusticidad del ámbito histórico para el fin de semana de los primeros mandatarios, Camp David. En un mes de gobierno, Donald Trump pasó tres fines de semana en su complejo de la Florida, donde los miembros han tenido un acceso inusual a una autoridad de su talla.

La limitación es una sola: para visitar la sucursal part-time de Washington DC, ver al asesor y yerno Jared Kushner en la playa o al estratega principal Stephen Bannon en el spa, hay que pagar una membresía de USD 200.000, más USD 14.000 de gastos anuales.

Todavía presidente electo, Donald Trump pasó el año nuevo con su esposa Melania en la propiedad de Palm Beach. (AP)
Todavía presidente electo, Donald Trump pasó el año nuevo con su esposa Melania en la propiedad de Palm Beach. (AP)

La pertenencia al club para 500 socios —cuyo costo se duplicó después de que Trump ganara las elecciones— tiene algunas ventajas, según The New York Times: "Al menos tres miembros están siendo considerados para embajadas". El periodista Nicholas Confessore escribió que el círculo de desarrolladores inmobiliarios, financistas de Wall Street y ejecutivos de la industria energética ha creado "un ámbito para la influencia política rara vez visto en la historia de los Estados Unidos".

Según declaró al diario estadounidense el historiador especializado en la Casa Blanca Jon Meachan, "Mar-a-Lago representa una comercialización de la presidencia que tiene pocos antecedentes, si acaso tiene alguno, en la historia nacional". Aunque al autor de la biografía de Andrew Jackson no le llamó la atención que un presidente socialice con los ricos, el complejo de la Florida le pareció asombroso: "Un club donde la gente paga al presidente para pasar tiempo en su compañía es algo nuevo".

La Guardia Costera, como el Servicio Secreto y la policía local, protegen Mar-a-Lago cuando va el presidente. También se cierra el aeropuerto local.
La Guardia Costera, como el Servicio Secreto y la policía local, protegen Mar-a-Lago cuando va el presidente. También se cierra el aeropuerto local.

Aunque Hope Hicks, una vocera de la Casa Blanca, aseguró en un comunicado que no existe conflicto de intereses, también enfatizó que en todo caso Trump no ha comentado ni comentará las políticas oficiales con los miembros del club. Sin embargo, hay zonas grises inevitablemente.

"Cuando el primer ministro japonés Shinzo Abe visitó los Estados Unidos", escribió Emily Jane Fox en Vanity Fair, "viajó a Mar-a-Lago y pasó el fin de semana jugando al golf en las canchas propiedad de Trump; les deseó felicidad a un novio y una novia que habían pagado 'una fortuna' y comió en la terraza del club de Palm Beach entre miembros que habían pagado cifras de seis dígitos para ver desde la primera fila cómo se desarrollaba la diplomacia en el nivel más alto".

El espectáculo se representó ante sus ojos: Trump y Abe comenzaban a comer su ensalada de cogollos cuando se conoció la noticia de que Corea del Norte había hecho una prueba misilística. "Un miembro documentó sus discusiones en Facebook; detalló sus actitudes y publicó fotos de lo que parecía un encuentro deportivo sobre armas nucleares".

Con el primer ministro de Japón, Shinzo Abe, Donald Trump discutió la noticia de unas pruebas misilísticas realizadas en Corea del Norte, y un miembro del club lo contó en Facebook.
Con el primer ministro de Japón, Shinzo Abe, Donald Trump discutió la noticia de unas pruebas misilísticas realizadas en Corea del Norte, y un miembro del club lo contó en Facebook.

Mar-a-Lago se halla en Palm Beach, una zona exclusiva que conviene no confundir con la zona metropolitana vecina de West Palm Beach: para ingresar a la isla hay sólo tres puentes, con vigilancia constante, y un aeropuerto que ya ha sentido el impacto —pérdidas económicas por cada fin de semana que debió permanecer cerrado— de la seguridad presidencial. Unos 20 a 40 miembros nuevos, según los espacios que queden, se admiten por año. Según Bernard Lembcke, director ejecutivo del club, luego de las elecciones la demanda se disparó. Pero sólo quedan alrededor de 10 vacantes, y para ocupar una, además del dinero, hace falta ser presentado por un miembro activo.

En Camp David no hay playa ni golf; hay en cambio historia y aislamiento. "Camp David es muy rústico. Es lindo. A usted le gustaría", le dijo Trump a un periodista luego de las elecciones. "¿Sabe por cuánto tiempo le gustaría? Unos 30 minutos".

Camp David le resultó rústico al presidente Donald Trump, quien prefirió el clima más amable de la Florida y las comodidades de su propiedad de Mar-a-Lago.
Camp David le resultó rústico al presidente Donald Trump, quien prefirió el clima más amable de la Florida y las comodidades de su propiedad de Mar-a-Lago.

Dado que no tiene la seguridad de Camp David ni se halla a una hora de Washington, cada traslado del mandatario a Mar-a-Lago representa un costo alto, según CBS: si Trump se quejaba de los gastos en viajes de su antecesor Barack Obama y su familia ("Las vacaciones del presidente @barackobama's les cuestan millones de dólares a los contribuyentes. ¡Increíble!", lo criticó en Twitter), es probable que en un año él supere los USD 97 millones que gastó el demócrata en ocho años.

Cada viaje a Palm Beach consume USD 700.000 en costo del Air Force One, según el corresponsal de CBS Manuel Bojorquez. A eso hay que sumarle el Servicio Secreto y la policía local extra para proteger la propiedad, que se convierte en una fortaleza cuando llega el presidente. También la Guardia Costera debe patrullarla, pues la rodea el mar. En tres semanas, estimó la cadena, se debieron gastar USD 10 millones.

La mansión fue donada por su propietaria, una heredera cerealera, para que el presidente de los Estados Unidos tuviera un retiro invernal en una zona cálida. Donald Trump la compró y le dio gusto.
La mansión fue donada por su propietaria, una heredera cerealera, para que el presidente de los Estados Unidos tuviera un retiro invernal en una zona cálida. Donald Trump la compró y le dio gusto.

Ese costo es, quizá, el del destino: la dueña original de la mansión de 128 habitaciones, Marjorie Merriweather Post, la había donado en 1973 para que fuera utilizada como retiro invernal del presidente. Pero el diseño del arquitecto Marion Sims Wyeth, declarado patrimonio histórico, regresó a las manos de las hijas de la heredera cerealera porque su costo de manutención superaba el millón de dólares anuales.

Trump hizo una oferta de USD 28 millones, y tuvo la suerte de que se la rechazaran, según la revista Town and Country: pronto el mercado se hundió y la compró por USD 5 millones, más USD 3 por las antigüedades y el mobiliario. En 1995 convirtió a Mar-a-Lago en el club privado tal como se lo conoce hoy, el primero en abrir las puertas a miembros judíos, gays y afroestadounidenses en el enclave conservador de Palm Beach.

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