Ernest Hemingway: el hombre que se inventó a sí mismo y murió dos veces

por Gabriela Esquivada

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A finales de enero de 1954, el año en que ganaría el Premio Nobel, Ernest Hemingway fue dado por muerto.

Estaba en África con su última esposa, Mary Welsh, en un safari de cinco meses acompañados por un fotógrafo de la revista Look. Hacía rato que su fama descomunal de personaje descomunal le permitía ese tratamiento de estrella de cine.

El avión en el que volaban en Uganda se estrelló; lograron salir antes de que estallara. Pero el segundo avión que los iba a llevar a Entebbe para que recibieran tratamiento médico se incendió al despegar y se despedazó. En ese episodio el escritor estadounidense resultó muy herido.

"Se cree que Hemingway murió en un accidente aéreo", tituló el Daily News en Nueva York.

Y el New York Mirror omitió la duda: "Hemingway y esposa muertos en accidente aéreo".

Tapa del periódico que dio por muerto a Ernest Hemingway en 1954.
Tapa del periódico que dio por muerto a Ernest Hemingway en 1954.

Sonaba a final adecuado para la leyenda en vida que representaba Hemingway: corresponsal de guerra y combatiente, mujeriego y bebedor, amante de las corridas de toros, más peleón que boxeador, pescador, cazador y escritor célebre, que acababa de ganar el Premio Pulitzer por El viejo y el mar, la novela con la que recuperó el prestigio y la popularidad que había conocido con Fiesta en 1926 y luego perdido, azotado por la crítica.

Le esperaba, sin embargo, un tramo más hemingwayesco todavía.

La revista Look, que le había pagado 10.000 dólares por su crónica del safari, le sumó otros 20.000 por la exclusiva de los accidentes consecutivos.

Mientras leía sus obituarios prematuros, supo que El viejo y el mar —que había vendido cinco millones de ejemplares en la publicación de la revista Life— no bajaba de la lista de best-sellers.

Se recuperaba en su casa de Cuba, Finca Vigía, cuando le avisaron que había ganado el premio más importante a la obra de un escritor. "Me tendrían que haber dado esa cosa sueca hace rato", le comentó a un amigo. "Creo que les voy a decir que se vayan al carajo". Pero no lo hizo, y envió grabado su agradecimiento al Comité Nobel, ya que las lesiones le impedían viajar.

Por fin la depresión que lo había rondado toda su vida le complicó la escritura de sus memorias de la Rive Gauche en la década de 1920, París era una fiesta, y lo envió a la Clínica Mayo donde le aplicaron electroshocks. Cuando regresó a su casa en Ketchum, Idaho, tardó una semana en escribir un párrafo. Se convenció de que su vida literaria había terminado. Empeoró, mostró rasgos paranoicos. Volvió al hospital. Recibió el mismo tratamiento.

A los tres días del alta se levantó temprano, buscó una escopeta en el armario donde guardaba las armas, apoyó la culata contra el piso, acomodó la cabeza sobre el caño doble y disparó.

Hemingway, como corresponsal en la Guerra civil española
Hemingway, como corresponsal en la Guerra civil española

Un escritor de la condición humana

Eso sucedió el 2 de julio de 1961, hace 55 años. Sus libros se siguen vendiendo en el mundo entero, en distintas traducciones: Adiós a las armas, Por quién doblan las campanas, Muerte en la tarde, La quinta columna y los primeros 49 relatos. Y aunque la figura del creador literario ha cambiado —no se usa tanta testosterona explícita; ese nivel de presencia pública se reserva a Kim Kardashian— y muchos de sus valores de violencia y machismo se han desacreditado —desde su elogio de la tauromaquia hasta su incapacidad de aceptar la sexualidad de su hijo Gregory, quien se operó para convertirse en Gloria, nombre con el cual murió— su mito permanece intacto.

"Eso se debe a que Hemingway es un escritor de la condición humana", dijo a Infobae la periodista y escritora Leslie M.M. Blume, autora de un libro que cuenta cómo Hemingway construyó a conciencia esa personalidad literaria fuera de liga, Everybody Behaves Badly (Todos se comportan mal). "Escribió sobre los grandes desafíos que enfrentaron las personas: la pobreza, la guerra, la muerte y cómo reacciona la gente ante esa adversidad".

Las cosas han cambiado pero no tanto, observó: "Pensemos en las adversidad tal como la vivimos hoy. ¿Cuántas personas desplazadas hay? ¿Cuántas personas sufren la guerra en el mundo? El entorno ha cambiado, sí: no me imagino a Hemingway en Twitter… Pero la naturaleza humana permanece y creo que él la analizó muy bien, en situaciones grandes y domésticas, y por eso la gente se siente cerca de él todavía".

Coincidió con ella el escritor y periodista argentino Reynaldo Sietecase: "Cuestionar su literatura por machista o misógina es como despreciar a un escritor porque es gay o reaccionario o comunista. Considero que la obra es siempre mejor que el artista o el escritor", dijo a Infobae el autor de Un crimen argentino y Pendejos, entre otras obras en las que se nota la lectura del Nobel. "No creo que Hemingway sea una excepción. A los libros hay que disfrutarlos, no juzgarlos. Sólo por dar un ejemplo: me separa un abismo ideológico de Mario Vargas Llosa pero adoro su literatura".

Blume argumentó que historia detrás de Fiesta y la del ascenso de su autor son la misma cosa. "Los críticos han citado mucho la segunda novela de Hemingway, Adiós a las armas, como aquella que lo ubicó como un gigante en el panteón literario, pero de muchas maneras la importancia de Fiesta es mucho más grande. En lo que concierne a la literatura, esencialmente les presentó el siglo XX al lector común", escribió en Everybody Behaves Badly, título que sacó de Fiesta: "Todos se comportan mal", dijo Jake Barnes, el alter ego de Hemingway, "si se les presenta la oportunidad adecuada".

Él también. En el verano de 1925 viajó a Pamplona con un grupo de amigos para la lidia de toros. Volvió a París —donde se había instalado con su primera esposa, Hadley Richardson— y en seis semanas transfiguró las trifulcas de borrachos, el revoltijo sexual, las humillaciones a traición y las resacas interminables de los personajes de la Generación Perdida, como los llamó Gertrude Stein por su desasosiego ante el mundo que dejó la Primera Guerra Mundial.

En su reconstrucción de aquellos hechos, Blume desarrolló una hipótesis sobre cómo Hemingway se inventó a sí mismo.

Hemingway cubrió como corresponsal momentos decisivos de la Segunda Guerra.
Hemingway cubrió como corresponsal momentos decisivos de la Segunda Guerra.

Creador de su propia leyenda

—Hemingway fue Hemingway desde muy temprano —dijo la periodista premiada de Vanity Fair y The Wall Street Journal—. El Hemingway que conocemos de sus años maduros fue así desde que era niño. En la década de 1920 convirtió esa personalidad en su personalidad pública.

—¿Una cuestión de fama?

—No era una búsqueda vacua de fama, como hoy hacen las celebridades: para Hemingway su personalidad pública estaba muy vinculada con su deseo de revolucionar la literatura. Ese era su objetivo, y lo consiguió. Cuando lanzaba Fiesta, que presentó al gran público su estilo novedoso, su personalidad resultó muy interesante para los lectores y muy lucrativa para sus editores: este escritor guapo, una especie de campista y estrella del cine también. La prensa estaba fascinada: cualquier noticia, cualquier imagen de Hemingway que se le diera, se publicaba.

Para Hemingway su personalidad pública estaba muy vinculada con su deseo de revolucionar la literatura.

—¿Por qué eligió esos rasgos de marketing?

—No los eligió: no había nada afectado en su personalidad pública. Él era así. Le encantaban las corridas de toros, le encantaba ser corresponsal de guerra, le encantaba el boxeo, le encantaba la pesca, tenía una vida extremadamente física y era muy competitivo. Una de las cosas que más admiro de él, no sé si en tanto biógrafa o observadora, es que era auténtico, él mismo: quería una gran vida y la vivió como poca gente se atreve a hacerlo. Creo que es una de las razones por las cuales el público le respondió tan bien. Acaso la felicidad no lo acompañó, sabemos que no terminó bien, pero vivió muy intensamente las seis décadas de su vida.

—Hoy Fiesta hubiera pasado como una novela en clave: los medios y las redes sociales discutirían qué personas se ocultan tras los personajes. ¿Por qué entonces sucedió algo distinto, y se creó ese gran fenómeno?

—Él presentó una manera moderna de escribir que el lector común desconocía. Muchas de las personas que experimentaban con la escritura modernista simplemente no tenían éxito comercial: la gente no leía a Gertrude Stein, Ezra Pound o James Joyce. El primero que llegó a un gran público fue Hemingway. Fue muy hábil porque supo que su fórmula en particular iba a funcionar. Le dijo a un editor: "En mi escritura no hay nada que no pueda leer alguien que haya ido al secundario". Pero también pensaba que los críticos más cultos podían entender lo que él hacía en términos de estilo. Cualquiera podía leer sus libros y sentir algo, ese es el logro de su nuevo estilo.

Sietecase recuerda haber sentido amor a primera lectura por El viejo y el mar: "Era un viejo que pescaba solo en un bote", citó. "Así comienza. Directo al punto y siempre con una buena historia para contar dónde siempre hay lucha, amor, pasión, muerte. Creo que es una de sus grandes virtudes: contar buenas historias y hacerlo bien. ¿Qué más se puede pedir a un escritor?".

Entre los otros libros de Hemingway que leyó y lo influyeron como autor de periodismo y de ficción, mencionó Adiós a las armas ("uno de los libros que le gustaban a mi padre") y Por quién doblan las campanas. Para mí fue un referente de la escritura simple y eficaz. Descubrí que se puede escribir sin rodeos y sin perder la vitalidad que, por otro lado, era el reflejo de su propia vida".

hemingway, con los actores Alec Guiness y Noel Coward, durante el rodaje de la película “Nuestro hombre en La Habana” (1959) (AP)
hemingway, con los actores Alec Guiness y Noel Coward, durante el rodaje de la película “Nuestro hombre en La Habana” (1959) (AP)

Del periodismo a la literatura

Acaso las raíces de ese modo de escribir se hallen en el Kansas City Star, donde a Hemingway le explicaron las 110 reglas de la prosa en ese diario, entre ellas: "Escriba oraciones cortas. Use primeros párrafos breves. Use un idioma potente. Elija las formas positivas a las negativas. Elimine toda palabra superflua. Evite el uso de adjetivos".

El autor de No hay tiempo que perder leyó las crónicas de Hemingway cuando decidió "nacerse" periodista, dijo. "Esa parte de su obra me resulta más despareja, pero tiene textos memorables. Y  otra enseñanza: se puede escribir sobre todo. No hay temas menores. Desde una escena de guerra hasta una corrida de toros".

Cubrir las noticias locales —muchas veces policiales— expuso a Hemingway a una variedad de historias y de voces; el diálogo sería luego una de sus habilidades mayores. También el periodismo le interesó en sí: los recursos de la narración literaria aplicados al relato de los hechos marcan, por ejemplo, desde su libro sobre los toros Muerte en la tarde hasta sus crónicas desde África para la revista Esquire.

—Muchos años después de la salida de Fiesta su estilo era tan famoso que algunos comenzaron a acusarlo de copiar su propia escritura —siguió Blume, también autora de la serie de libros Let's Bring Back (Recuperemos)—. Se estaba volviendo passé.

—Y entonces publicó El viejo y el mar.

—Había rumiado la idea durante años. Y en ocho semanas escribió esa novela simple y magistral. El público comprobó que mantenía el poder de seducir. Desde el punto de vista de esa especie de montaña rusa en la carrera del escritor, en la cual un día es el dueño del mundo y al día siguiente ha sido olvidado, muchos escritores no lograron regresar de ese modo. Pero Hemingway tuvo una carrera extraordinaria.

—En parte lo apoyó Francis Scott Fitzgerald, escribió usted sobre aquellos años 20s en París.

—Fitzgerald ayudó a muchos escritores, no sólo a Hemingway. No lo veía como un rival, y creo que Hemingway tampoco. Muchos han especulado sobre por qué lo hizo, si por gratificación del ego o porque simplemente vio mucho potencial en Hemingway e hizo un gran trabajo de edición de Fiesta. Y Hemingway lo veía como un estándar que alcanzar: no le gustaba cómo escribía Fitzgerald pero era un autor muy exitoso. Fitzgerald le dio gran apoyo moral y le allanó el camino a la editorial Charles Scribner's Sons.

Parte de la biblioteca de la casa en Cuba de Hemingway
Parte de la biblioteca de la casa en Cuba de Hemingway

Amigos, detractores y un heredero

El crítico estadounidense Harold Bloom reconoció el genio del escritor para el cuento, pero cuestionó sus logros como novelista. "Ha pasado medio siglo desde el suicidio de Hemingway, y algunos aspectos de su estatus canónico permanente parecen más allá de toda duda. Sólo pocas novelas estadounidenses modernas parecen perdurar", escribió, y entre ellas mencionó Fiesta. En cambio, citó cinco de William Faulkner. "Dos docenas de cuentos de Hemingway se podrían agregar al grupo —le reconoció de inmediato—, inclusive acaso todos Los primeros 49 cuentos. Faulkner es una eminencia aparte, pero los críticos coinciden en que Hemingway y Fitzgerald son sus rivales más cercanos".

Pero Faulkner lo despreciaba: "No se le conoce que haya usado una palabra por la cual un lector haya tenido que consultar el diccionario".

No era el único. "Lo leí en los años 40s, algo sobre campanas, cojones y corridas, y lo detesté", dijo Vladimir Nabokov.

"Él no era boxeador: era un alcohólico sobrevalorado", dijo John Irving. "Me gustan las frases largas y los personajes complejos, y la mayor profundidad que consiguió Hemingway fue crear un personaje incapaz de tener una erección".

En cambio, Norman Mailer lo aprovechó, en más de un sentido. Admiró su obra y su postura bravucona. El autor de La canción del verdugo y El fantasma de Harlot no quiso imitarlo: quiso ser Hemingway. Hasta sabía boxear. "Hay dos clases de hombres valientes", escribió. "Aquellos valientes por gracia de la naturaleza y aquellos valientes por un acto de su voluntad". Hemingway estaba para él en esa segunda categoría.

Mailer, miembro de la última generación que soñó con escribir la Gran Novela de los Estados Unidos, lo había llamado "el campeón peso-pesado" de los escritores estadounidenses. Cuando supo que Hemingway había adornado el cielorraso de su casa con su cerebro, se coronó su heredero: sin vacilar declaró que él era "el nuevo campeón peso-pesado".

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