Alrededor del 10% de los adultos occidentales toman antidepresivos, lo que los convierte en uno de los tipos de fármacos más populares del mundo. A primera vista, su prevalencia parece difícil de conciliar con las escasas pruebas de su utilidad. Para la mayoría de las personas, sólo son ligeramente más eficaces que un placebo, y a menudo pueden inducir dependencia o provocar efectos secundarios no deseados.
Entonces, ¿por qué se recetan con tanta frecuencia? Una posible explicación es el sesgo de la literatura científica, en la que se basan los médicos a la hora de decidir un tratamiento. Los estudios que demuestran la utilidad de los fármacos tienen muchas más probabilidades de aparecer en las revistas científicas que los que muestran escasos efectos. Un análisis de los antidepresivos aprobados por la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) en Estados Unidos descubrió que, entre los 51 ensayos relevantes citados en artículos académicos entre 1985 y 2006, la agencia había clasificado 37 (73%) como que aportaban “pruebas sustanciales de eficacia”. Otros 11 (22%) no cumplían esta norma, pero aun así arrojaban un resultado positivo, con un resultado distinto del que los autores habían planeado medir en un principio.
Por el contrario, los resultados de 23 ensayos de estos fármacos que no se publicaron presentaban un panorama desalentador. Sólo uno obtuvo un resultado positivo reconocido por la FDA, lo que redujo la proporción de tales resultados en la muestra completa al 51 por ciento.
En 2022, el British Medical Journal (BMJ) publicó un desglose del universo completo de ensayos presentados ante la FDA entre 1979 y 2016. Encontró que los placebos replicaban la mayoría de los beneficios de las píldoras. Entre los pacientes con depresión leve, que comenzaron los ensayos con puntuaciones de entre 13 y 17 en la ampliamente utilizada Escala de Calificación de la Depresión de Hamilton, los que recibieron los fármacos mejoraron una media de 7,1 puntos. Las personas que recibieron placebo experimentaron un descenso de la depresión de 6,1 puntos, una diferencia de un punto. En los pacientes gravemente deprimidos, con puntuaciones iniciales superiores a 22, la diferencia fue de 2,2 puntos: 11,3 para los fármacos y 9,1 para el placebo.
Sin embargo, estos promedios ocultan otra razón por la que los médicos recetan antidepresivos con tanta frecuencia: las respuestas de los pacientes varían mucho. En lugar de una curva de campana, la distribución de los resultados individuales en el estudio del BMJ parecía una meseta, con una modesta cima en un extremo. En el caso de los fármacos, este pico se situaba en el lado que representaba una gran reducción de la depresión. En el caso del placebo, se situaba en el lado de los descensos pequeños.
Los autores consiguieron reproducir este patrón dividiendo a los pacientes en grupos que experimentaron mejoras grandes, moderadas o insignificantes, cada uno con su propia distribución en forma de campana. Estimaron que para el 15% de las personas los antidepresivos proporcionaban grandes beneficios independientemente del efecto placebo.
El sesgo de publicación se ha reducido en los últimos 15 años, gracias a las nuevas normas sobre el registro previo de cómo se evaluarán los resultados de los estudios. No obstante, los antidepresivos siguen siendo populares. Dado que los médicos no pueden predecir si un paciente determinado se encuentra entre el 15% al que ayudan los fármacos, la única forma de averiguarlo es probarlos.
En los últimos años, los investigadores han empezado a buscar rasgos psicológicos y biológicos que tienden a aparecer en los pacientes que obtienen grandes beneficios de los antidepresivos. Si lo consiguen, los médicos podrán sustituir su actual método de ensayo y error por una precisión basada en datos.
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