¿Cuál es el momento más embarazoso de “Spare”? ¿Es cuando el Príncipe Harry describe cómo perdió la virginidad con una mujer mayor que “me pegó en la rabadilla” y le utilizó “como a un joven semental”? ¿O cuando habla de su “pene” congelado? ¿O cuando revela que Meghan llama a sus perros -lectores británicos, miren hacia otro lado- “bebés de peluche”? O, o, o...
La distancia, explica Harry en un momento del libro, “entre uno mismo y ellos”, es decir, entre nosotros y él, es “una parte esencial de la realeza”. Pero aquí no hay distancia. Ninguna. Incluso se le ven las pecas en el cuerpo cuando se desnuda y le revisan en busca de garrapatas en Balmoral.
Cuando las filtraciones de “Spare” empezaron a aparecer el 5 de enero, un ambiente de encantada incredulidad se instaló en las redacciones británicas. Los corresponsales reales, acostumbrados a subsistir con migajas -una insinuación enterrada en seis horas de tonterías anodinas de Netflix por aquí, un valiente primer día de colegio para el Príncipe Jorge por allá- de repente se encontraron saciados de revelaciones sobre todo, desde cuántos talibanes (25) mató en Afganistán hasta sus “regiones inferiores”. Lo mejor de todo es que estas revelaciones no procedían de trampas de la prensa, sino que fueron ofrecidas voluntariamente por Harry a cambio de dinero. La prensa se enriqueció con la vergüenza; Harry se enriqueció con la vergüenza.
Te puede interesar: “Spare, en la sombra”, del príncipe Harry: los pasajes claves del polémico libro
En cierto modo, este libro es divertido. Penguin, la editorial, había amenazado con unas “memorias literarias”; afortunadamente, “Spare” no es ni mucho menos tan aburrido. Su estilo literario es de thriller masculino. Sus frases son sencillas; los pensamientos inquietantes se le ocurren a Harry en cursiva; los párrafos son cortos y contundentes.
Para dar efecto.
Es, en resumen, un jugueteo. Y, obviamente, el acceso es excelente. Alan Bennett escribió una novela sobre la reina en la que imaginaba el lado monótono de la vida real, y este libro lo hace mejor que Bennett. Te enteras de que los lacayos servían a los jóvenes príncipes sus cenas televisadas bajo cúpulas de plata, como los reyes en un dibujo animado; que su abuela preparaba un aliño de ensalada muy bueno; que el rey Carlos III se paraba de cabeza contra una puerta en calzoncillos para aliviarse la espalda.
Todo es muy atractivo. Pero también resulta algo dudoso. “La autobiografía”, escribió una vez George Orwell, “sólo es de fiar cuando revela algo vergonzoso... ya que cualquier vida vista desde dentro es simplemente una serie de derrotas”. Este libro consigue sentirse al mismo tiempo como una serie de derrotas y algo indigno de confianza. Las cosas rara vez son sólo culpa de Harry. La decisión de ir a una fiesta de disfraces como un nazi se explica diciendo que simplemente seguía las órdenes de Herr und Frau Obergruppenführer William y Kate. Parecen de esa clase. Camilla es una villana intrigante; Carlos es un pelele; un editor es una “pústula”. Sólo Meghan - “es perfecta, es perfecta”- está exenta.
A pesar de todos los jugueteos, este libro parece menos una alondra que un terrible error de cálculo. Harry, como él mismo señala, es la criatura de la jaula dorada. Es de suponer que esperaba liberarse escribiendo sus memorias. Pero la jaula no está construida por la realeza, sino por los ojos del público. Al revelar tanto, lo único que ha hecho es acercar los barrotes. La Firma le habría impedido producir un libro como éste. Y eso habría sido un servicio.
© 2022, The Economist Newspaper Limited. All rights reserved.