El amor de Carlos Gardel, la batalla del Río de la Plata y una pelea: historia de la primera final del Mundial

El 30 de julio de 1930 cerca de 70.000 personas presenciaron el duelo entre uruguayos y argentinos. Cómo se vivieron los días previos al partido que entregó al primer campeón del mundo

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El clásico del Río de la Plata se instaló en la primera final de la historia de la Copa del Mundo. El triunfo por 4 a 2 de Uruguay sobre Argentina dejó algo más que el título charrúa. Los antecedentes entre ambos equipos auguraban una batalla en el campo de juego. Como ocurrió en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam de 1928, cuando los orientales se quedaron con la medalla de oro tras la victoria por 2 a 1, en Montevideo la guerra volvió a teñirse de celeste.

La anécdota que involucra a Carlos Gardel y a los futbolistas de la Banda Oriental reflejaba la rivalidad existente entre ambos equipos: tras la definición en Holanda, el Zorzal invitó a los jugadores a París para fomentar la hermandad entre ellos al compartir su concierto. Sin embargo, el encuentro no tuvo el objetivo deseado, dado que en pleno evento los futbolistas protagonizaron una gresca generalizada que derivó en la suspensión del recital. Aquella noche la nota la dio Raimundo Orsi, el delantero de Independiente que le rompió un violín en la cabeza al uruguayo José Leandro Andrade, quien intentó atacar al argentino cuando éste se encontraba en el escenario improvisando para el popular cantante.

La relación de Gardel con el fútbol no quedó en ese altercado. Como lo expuso Eduardo Galeano en el Mundial de Fútbol de 1930, el artista estrenó el tango Dandy para los argentinos en la previa duelo olímpico, y la canción representó un mal augurio para los albicelestes.

Gardel cantó para los jugadores
Gardel cantó para los jugadores argentinos y uruguayos antes de la final del Mundial de 1930

Según narra el escritor, la obra fue un mal presagio y por ello repitió su repertorio dos años más tarde en la disputa por la primera edición de la Copa del Mundo. De todos modos, en las declaraciones que se registran en los periódicos de la época, el Zorzal había manifestado que no acudiría al Centenario porque su amor por ambas banderas era tan grande que no podía inclinarse por ningún seleccionado.

Otro dato curioso fue lo que sucedió con las pelotas que se utilizaron para ese compromiso. Como Argentina había empleado balones propios de su país en los partidos frente a Chile (3-1), Francia (1-0), México (6-3) y Estados Unidos (6-1), los dirigidos por Francisco Olazar quisieron mantener su tradición en la final, pero los uruguayos se negaron porque ellos también habían jugado con pelota de su industria nacional para dejar en el camino a Perú (1-0), Rumania (4-0) y Yugoslavia (6-1).

Como en el sorteo los capitanes José Nasazzi y Manuel Nolo Ferreira no se pusieron de acuerdo, el árbitro Jan Langenus, de Bélgica, decidió que se juegue un tiempo con cada una. Los primeros 45 minutos se disputaron con la pelota argentina y, con goles de Peucelle y Stábile, los albicelestes se fueron al entretiempo ganando 2 a 1 (Dorado había marcado para Uruguay).

Los capitanes de Uruguay y
Los capitanes de Uruguay y Argentina en la final disputada en Montevideo

En el complemento con el balón local, los charrúas revirtieron el marcador, gracias a los tantos de Cea, Iriarte y Castro. Como si se tratara de una broma del destino, en el día previo al encuentro, los periodistas de cada nación organizaron un desafío para anticipar el choque en el estadio de Nacional.

Ante 20.000 personas (al Centenario fueron 68.346), los cronistas uruguayos golearon 5 a 1 a los argentinos y vaticinaron la gloria charrúa.
En Buenos Aires, mientras los barcos cruzaban el Río de la Plata para transportar a más de 50.000 fanáticos (sólo había 8.000 localidades en el estadio para los visitantes), los porteños se reunieron en las redacciones periodísticas para escuchar por parlantes lo que sucedía en el país vecino.

En una época en la que los televisores todavía no habían llegado y las radios representaban electrodomésticos de lujo para las familias más pudientes, el pueblo salió a las calles para apoyar a un equipo que no pudo lograr la hazaña. El 30 de julio de 1930 es recordado como uno de los días más tristes o más felices de la historia futbolística. Solo depende de la orilla del Charco en el que uno se encuentre.

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