Jacques Chirac era el presidente cuando Francia ganó el Mundial de 1998. En los festejos del campeón, besó la cabeza calva del arquero Fabien Barthez. Lo hizo, fuera del protocolo y exento de los formalismos de su investidura presidencial, porque besar la cabeza de Barthez se convirtió en ícono. Chirac imitó a Laurent Blanc, el capitán de aquella selección, que antes de cada partido se dirigía al arquero para acreditar el ritual.
La foto de Blanco y Barthez se tomó en seis de los siete partidos. En la final ante Brasil, el defensor no jugó por estar sancionado. El gesto vestido de cábala lo hizo en el vestuario. Barthez confesó que después de la gloria alcanzada en Francia '98, el rito que empezó siendo un amuleto personal y puntual creció hasta estratos sacramentales. Besar la cabeza de Barthez se transformó en un símbolo de agradecimiento y persignación. El excéntrico arquero francés dijo que estaba cansado que todos en la calle le pidieran darle un beso a su cabeza.
Si veinte años después, en Rusia 2018, Francia vuelve a salir campeón, el beso a Barthez será la corrección del bigote de Adil Rami. Cuando las cámaras enfocaron a Antoine Griezmann emprolijándole el bigote a Rami en una procesión que parecía planificada y no improvisada, se tejió la incertidumbre: ¿cábala o mera coquetería? El talismán lo engendró Kylian Mbappé antes del partido de octavos contra la Argentina. El resultado: dos goles, el premio al MVP del encuentro y el surgimiento de uno de los candidatos al mejor jugador del mundial. Lo repitió Griezmann en la previa del duelo ante Uruguay por los cuartos de final: gol, asistencia y el trofeo al mejor jugador del partido. El propio Griezmann confirmó la superstición: "Trae buena suerte. Lo hice antes de los otros partidos y lo haré antes de la final. Somos cinco o seis compañeros los que le tocamos el bigote a Adil".
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— Equipe de France (@equipedefrance) July 10, 2018
Francia está en la final del Mundial. Hace veinte años, Didier Deschamps era el volante central en aquel campeón. Hoy es su técnico. En 1998, el plantel tenía un segundo ritual: la canción "I will survive" de Gloria Gaynor sonaba en el vestuario antes de salir al campo de juego. La superstición tenía también ribetes científicos. Según el diario Le Fígaro, los jugadores usaron calzoncillos con propiedades relajantes en procura de optimizar la respuesta muscular y la oxigenación.
En 2018, la historia es igual aunque diferente. Las cábalas persisten pero son otras. Francia nunca repitió la vestimenta en lo que va del campeonato. En los tres partidos de zona de grupos, alteró la combinación de sus tres colores para vestir siempre una nueva indumentaria. Contra Argentina usó medias rojas, pantalón blanco y remera azul. Contra Uruguay se vistió de blanco. Frente a Bélgica fue todo azul. Contra Croacia en la final del mundial buscará una séptima e inédita distribución de colores.
La dupla Hugo Lloris y Didier Deschamps es una fija en cada conferencia de prensa. La designación o los sorteos de los asistentes no se admite en el seno del plantel francés: hay una norma que respetar. El arquero y capitán ingresa primero, responde y le cede su espacio al director técnico. La dinámica no cambia. El entrenador también parece extender la superstición a sus decisiones. En cinco partidos repitió el cambio de Nabil Fekir por Antoine Griezmann: cortó el patrón en las semifinales contra Bélgica en el que puso en suspenso el tercer cambio por los riesgos al empate y el alargue.
Francia accedió a la final de Rusia 2018 por un sinfín de argumentos futbolísticos. La camada de talentos, la explosión de sus individualidades desde Mbappé hasta Lloris, el aprovechamiento de la pelota parada, la conciencia del orden y también esos comportamientos extradeportivos que construyen el grupo y estimulan la confianza interna. Esos rituales que califican como cábalas, sean o no sean.
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