Las chicanas iban y venían desde que el sorteo determinó que en su primer partido la Argentina iba a tener que jugar con Islandia. Chistes fáciles, sin mala intención. Después de todo somos vecinos y la vida sigue después del Mundial. O eso dicen.
¿Juntan 11 jugadores ustedes?, disparaba uno. ¿Tienen algún otro además de Messi?, volvía la estocada. La idea de mirar juntos el partido y sumar al espectáculo a las otras familias de la cortada se fue instalando naturalmente. ¿Cuántas veces en la vida puede darse la circunstancia de tener un vecino islandés, que ese vecino además sea un caso clínico de fanatismo futbolero y que nuestras selecciones se crucen en la primera fecha de la copa del mundo?
Kjartan vive a dos casas. Y en medio vive otra familia argentina. Pura coincidencia. Claramente lo superamos en número, pero eso no lo achica. Está en estado de éxtasis desde hace meses y si el entusiasmo fuera la medida, nos gana por goleada.
En esta parte de los suburbios de Washington el partido de hoy empezó a jugarse hace mucho, y el resultado era para el amigo islandés sólo un detalle. "No tenemos nada que perder", avisaba en la previa. No abría el paraguas. Claro, lo histórico es estar ahí. Ser un país con menos habitantes que un barrio porteño y disputar la copa. Ganaron antes de jugar.
Igual, no se la podía llevar gratis. La noche anterior instalamos un gazebo y una mesa en el jardín del frente de su casa. Comprobamos que el cable de la tele llegara hasta ahí, repartimos tareas y todos nos fuimos a dormir soñando con el silbato inicial.
Después de los tres que Cristiano le clavó a España, los argentinos de la cuadra nos esperanzamos con la idea de que Messi no podía ser menos. Islandia…
Cuatro de los 340.000 islandeses del planeta estaban ahí esta mañana desde muy temprano, con la camiseta oficial y la sonrisa como pintada. Papá, mamá e hijo. Todos rubios. Los argentinos eramos unos cuantos más. Despeinados pero puntuales, y con los nervios a flor de piel. No es fácil competir con la Cenicienta del Mundial, saber que si nos ganan habrán tocado el cielo con las manos. Parece un mal presagio. Pero no hay tiempo para esos pensamientos, está por rodar la pelota.
Cruzamos miradas con Kjartan y alguna chicana de último momento, pero no hay ánimo de chistes malos. Los jugadores están en la cancha. Por fin legó la hora. Ya no queremos un buen espectáculo ni compartir el momento amablemente con el islandés que la casualidad nos puso al lado.
Ahora queremos que Messi encandile, que el equipo sea una topadora. Queremos que aplaste a esos rivales llegados de una isla helada cerca del Polo Norte y que la historia, la tradición y la jerarquía se impongan como corresponde. Ya no queremos que el cuento de la Cenicienta tenga final feliz. La queremos ver humillada. Punto.
Agüero mete su gol y se enciende la hinchada albiceleste. Se acaba el sufrimiento de los primeros minutos y la cosa se encamina como debe. Silencio en cambio en la pequeña barra islandesa. Silencio y resignación: es Argentina, dicen, dos veces campeón y encima tienen a Messi. ¿Qué se puede esperar? Llega otra vecina con bagels y resuenan los gritos en la cuadra. Todo es fiesta celeste y blanco. Pero dura poco. Esa defensa, mamita mia…
Papá islandés, mamá islandesa e hijo islandés se agarran la cabeza. Gritan el gol a toda garganta. Son vikingos desaforados. No pueden creer lo que está pasando allá lejos en Rusia. Sus amigos están alla, y sus parientes también. Todos se conocen, pareciera. Kjartan es amigo del entrenador y de dos jugadores. Su otro hijo está en la cancha, exultante en el Whatsapp. Los argentinos negamos con la cabeza. Eso que está pasando no puede estar pasando.
Llega y pasa el entretiempo. Ahora si se tiene que dar. Pero no. Se alarga el partido y a Messi no le sale una. Hasta que llega el penal y vuelven a estallar los gritos y los cantos de la "barra quilombera".
Los islandeses resisten callados, no se quieren ilusionar demasiado, pero saltan de sus sillas con la atajada y entonces si, claramente los dioses nórdicos están con ellos haciendo historia. Odín, Thor, Baldr.. .con esa defensa a los de Sampaoli se les complica el trámite.
A mi lado resuena el "Huh, huh, huh" de la hinchada islandesa. Es Kjartan que no se puede contener. Se ríe, hace chistes, saca fotos, todo al mismo tiempo. Felicidad auténtica.
Perder por menos de dos goles era ya un triunfo casi impensable. Empatar uno a uno es la gloria. Para los argentinos en cambio la cosa tiene gusto a derrota. No se pudo. Van a volver las chicanas de mi vecino y habrá que aguantar. La Cenicienta tuvo su final feliz.
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