Reikiavik. Enviado especial.
Todo comenzó en el otoño de 2007, el día que Benjamín Hallbjörnsson decidió llevar el tambor gigante que le habían regalado para su cumpleaños a un amistoso de la selección de Islandia ante Canadá. Por aquel entonces, el equipo nevegaba por mares oscuros, debajo del 100° puesto del ranking FIFA. En el estadio nacional de Laugardalvollur, las 2 o 3 mil personas que se juntaban para los partidos emitían algún grito de exitación o aplaudían cuando el equipo local ganaba un corner o hacia una jugada de gol. Y no mucho más.
Benjamin comenzó a tocar su tambor para alentar al equipo. Algunos más se sumaron con palmas y gritos. Unos partidos después, ya eran varios bombos y unas trompetas que seguían el ritmo de canciones que robaban de la liga inglesa o alguna otra europea.
Pero a otros espectadores les molestaba el ruido. La Federación islandesa los conminó entonces al extremo de una de las dos plateas del estadio, con capacidad máxima para 12 mil hinchas. Pero los jugadores respaldaban a esos 20 o 30 locos que trataban de llevar color y pasión al fútbol islandés.
Todo cambió en 2011, cuando se hizo cargo de la selección Lars Lagerbäck, el entrenador que protagonizó el gran salto del fútbol islandés. El entrenador sueco le pidió a la federación que los hinchas fueran ubicados en el centro de la platea para que transmitieran su calor a los jugadores y contagiaran al resto del estadio.
Benjamin pasó a ser más conocido como Benni Bongo y así nació la Tólfan ("Doce", en islándes, en alusión al jugador número 12), que comenzó a llenar de bombos y de camisetas azules el estadio.
Pero ocurrió algo más. Junto a Lagersback comenzó su trabajo como asistente un islandés, Heimir Hallgrímsson, quien un día se acercó al bar Ölver, punto de encuentro de la Tólfan, para conversar con el puñado de hinchas más fervorosos. Allí nació un pacto de respeto, intimidad y confianza como no existe otro entre las 32 selecciones que participarán del Mundial.
"Dos horas antes de cada partido, Heimir, nuestro entrenador, viene aquí con su laptop y nos saluda: 'Hola, muchachos'", cuenta el histriónico Benni a Infobae, parado en el enorme salón de conciertos del Ölver, ahora vacío. "Entonces deja su laptop aquí, baja una pantalla, se sube al escenario y nos muestra a todos cuál será el equipo titular, la táctica, el video motivacional que les va a mostrar a los jugadores en el vestuario justo antes del partido…
Tenemos una relación hermosa con el entrenador. Él nos dice apaguen los celulares, no saquen fotos, no pueden filtrar nada de esto a la prensa... y todo el mundo que esta haciendo ruido, se calla para escucharlo. Nos habla por 10 o 15 minutos, analiza al rival y tenemos un momento precioso con él. Después se va para el estadio para preparar al equipo y nosotros nos aprestamos y marchamos hacia el estadio, donde cantamos y disfrutamos de 90 minutos de alentar a nuestro equipo".
Heimir hizo por primera vez su presentación privada del plan de juego para la pequeña hinchada de 30 personas en la previa de un amistoso contra Islas Faroe, en agosto de 2012, y no paró nunca hasta el partido con Kosovo de octubre del año pasado que le dio a los islandeses su primera clasifiación a un Mundial. Poco importó que en el último año Hallgrimsson haya dejado de ser asistente para convertirse en el entrenador principal de la selección. Esa última vez, fueron más de 800 los que lo escucharon y vivaron en el Ölver.
"El actual equipo de la selección Islandia fue construido como una familia desde que jugaban juntos en juveniles. Y nuestro coach y los jugadores nos hacen sentir parte de esa familia", cuenta Benni. "Nuestros jugadores no son superestrellas inalcanzables que sólo las vemos por TV o de lejos en el Estadio. Los vemos por la calle, nos lo cruzamos en el supermercado… este es un país pequeño pequeño donde pasan estas cosas".
Benni es hincha del IR Reykjavik que juega en la segunda divión islandesa, pero casi nunca va a verlo. Se siente mucho más identificado con su selección. "Estoy muy orgullos de ser islandés, de nuestro instinto alto de supervivencia, de cómo nos mantenemos unidos y nos adaptamos a lo que sea, este equipo simboliza todo eso".
El saludo vikingo (inspirado en el de un equipo escocés), esa conjunción casi religiosa en que jugadores e hinchas comparten el sonido sincronizado y alternativo de bombos, aplausos y un grito gutural, se volvió una marca global de hinchada islandesa tras el histórico triunfo a Inglaterra en la Eurocopa 2016. Tanto, que algunas marcas ya financian algunos de sus viajes, banderas e instumentos. "Pero no pedimos ni queremos dinero porque el dinero lo jode todo", dice Benni.
La hinchada islandesa sigue siendo una organización abierta y familiar. "Aquí se puede sumar todo el que quiera venir a pasarla bien y divertirse. Padres, madres, niños, abuelos. Con la camiseta azul, las caras pintadas, las banderas, los bombos. No existe la violencia ni tenemos una sóla canción para insultar a un rival. Nuestro foco es alentar a nuestros jugadores y que ellos se sientan apoyados", explica el jefe de la Tólfan, un carpintero de 36 años que maneja un montacargas en un depósito del puerto, pero que dejó varios trabajos en los últimos años para seguir a la selección nacional en sus presentaciones europeas. El mes que viene viajará a Rusia junto a su bombo y otros 30 mil compatriotas, casi un 10 por ciento de la población del país, a cumplir el sueño de ver a su selección en un Mundial. Impensable cuando llevó hace 11 años su tambor a un amistoso aburrido de su selección.
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